Mango.

1.

—Hoy será un excelente día, mi primer día de universidad.—Hasta me levanté antes de que sonara el despertador, sonreí con suficiencia era un día maravilloso o bueno, lo era hasta que mi hermana entro gritando a la habitación.

 

—Pedazo de elote, ¡Levántate! Entras en 20 minutos.— salió azotando la puerta y voltee a ver el despertador, claro, ni en mil años podrían ser las seis de la mañana si parecen las ocho, aunque yo tenía mi as bajo la manga.

 

Saqué mis piernas de el cómodo colchón y mis sábanas para dar un gran paso, sentarme en el mismo, bien, es un avance, talle mis ojos, ví al frente, ¿Será muy mal si entro tarde mi primer día de clase?

 

—Ni lo pienses, levántate o le diré a mi madre.—entró de nuevo Arleen.—Mueve tu plano trasero y cuidado a quien maldices, recuerda que tenemos la misma madre.—salió señalándome a modo de amenaza y desapareció por el umbral, joder, odio que sepa lo que pienso y en segunda me pregunto porque ella no es la hermana mayor.

 

Por otro lado, ¿Será que tengo el trasero plano? Bueno, no importa.

 

Bien, ya pasaron como cinco minutos, tomé mi celular puse un poco de música, porque sí, un baño de cinco minutos no es lo mismo sin una canción de siete minutos, coloqué Champagne supernova de Oasis en el celular y me dediqué a tomar mi toalla y dirigirme a la ducha.

 

—Cantas horrible, te quedan diez minutos.— gritó mi hermana al otro lado de la puerta.

 

—Eres una persona muy cruel, ¿No tienes sentimientos?— cuestioné gritando terminando de quitar el jabón del ojo.—Ah, mierda arde.

 

—Te equivocas hermanito, te genero carácter, que quede claro que solo yo puedo molestarte y si alguien te toca un pelo lo dejo sin pe...

 

—Entendí, entendí, no tienes que ser tan explícita, yo también te quiero, creo.— mire la pared de la regadera como si fuera un reallity y transmitiera todo el miedo que me genera mi hermana menor, de los dos ella era la que no tenía filtros, yo, bueno soy el tranquilo a decir verdad, soy el que está en un estado de tranquilidad inmenso, o simplemente parece que todo me da igual pero es que no suelo entablar conversaciones con la gente, también soy un miedoso, más a las arañas, ugh, por eso Arleen siempre se encarga de ellas, pero siempre digo que soy yo él que se encarga, soy el mayor.

 

—Maldita sea Sean, mamá te lleva hablando desde hace tres minutos y tú estás viendo tu reflejo como si hablaras con él, solo te falta decir "¿Y aquí es dónde les preguntó ustedes que hubieran hecho?"—reí por sus ocurrencias y lo cierto es que su boca estaba llena de razón, siempre tiene la razón, una vez me dijo "Sean, la sopa se calienta" y yo la quemé, junto con algunas cosas de la cocina, no me pregunten qué demonios, ni si quiera sé que hice.

 

—Arleen.—grité antes de que abandonara la habitación.

 

—Sean.—viró los ojos por mi insistencia esperando a que le dijera que demonios sucedía.

 

—¿Y tú qué hubieras hecho en mi lugar?— reí y ella salió enojada ocultando la risa que traía por la tontería que había dicho.

 

—No quemar la casa por una sopa y llegar temprano a mi primer día de universidad.—sí, sonaba bastante lógico ya que lo decía.

 

—¿Me vas a seguir recordando lo de la sopa por toda la vida?—grité dramático.

 

—Pues sí, quién más si no yo.—salió de allí con su sudadera negra con un parche de gato en la parte superior, debajo del hombro.

 

—¡Mamá! Arleen me está molestando.—grité haciendo mayor drama.

 

—Arleen, Sean.— llamó nuestra atención y ambos sabíamos que nos teníamos que apurar.

 

—Por cierto, hoy entro una hora tarde.—sonreí con suficiencia, sabía que me podía pasar así que al menos tenía unos cincuenta minutos más en el reloj.

 

—Te vas a acordar de mi.—amenazó Ar, al darse cuenta que había perdido tiempo llendo a buscarme.

 

—¿Vas a desayunar?—preguntó mi madre.

 

—Sólo tomaré el jugo de naranja y las tostadas y me iré a apurar.—sonreí.—por cierto, ayer no puse mi ropa en la secadora.

 

—La puse apenas hace diez minutos cuando choqué con el cesto, cariño, no puedes olvidarlo, ya eres un adulto.

 

—Un adulto de mamá.—sonreí como niño pequeño.—¡Vamos! Mami, apenas tengo dieciocho, mi edad física no define mi edad mental.

 

—Casi diecinueve.—completó mi madre.




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