Mango.

4.

—Gracias.—admitió Nick.

 

—Nick, mi pequeño Nick ¿No le dirás cierto?—preguntó con preocupación la señora que se acercaba a una madre o una abuela para él.

 

—No señora Ofelia, no lo creo, sabe que es complicado, esa sonrisa no debe ser manchada por preocupación, incluso sé que es egoísta y erróneo pensar aquello pero por ahora no quiero que así sea.—dijo mientras dejaba sus tijera para cortar las hojas del bonsái personal de la señora llena de carisma y amor.

 

Habían pasado dos semanas de aquella vez que Sean había ido con la señora Ofelia y apenas ahora podían hablar del tema con tranquilidad, desde ese día y esas semanas nadie había dicho nada, por miedo a que el tema no fuera de su agrado del chico pero la señora sabía que debía preguntar tarde o temprano.

 

—Sabes que cualquier cosa, las puertas de mi casa están abiertas para ti pequeño, tú siempre eres tan bueno con esta anciana deja ayudarte un poco, verás, sabes que aunque mi hijo no le interesa la jardinería me procura pero ahora no puede estar viniendo por su trabajo, así que, tú eres lo más cercano que tengo a otro hijo, así que no dudes en venir a mi, no importa si lloras, te enojas, tienes que sacarlo, esos sentimientos no es buenos reprimirlos, ni meterlos en caja de Pandora porque un día todo termina por explotar y no podremos controlar aquellos sentimientos, ni mucho menos volverlos a encerrar ¿Entiendes?— el pelinegro asintió y la señora acarició el cabello de Nick, dándole mimos y reconfortado su sentir.

 

Era un buen chico, pero estaba un poco roto, como todos.

 

—Gracias, en serio gracias, sin usted yo no podría.—los ojos azul con verde del chico se llenaron de lágrimas y la señora le miró con ternura.

 

—No tienes nada que agradecer, mira, no estés triste y mejor cuéntame, ese chico— hizo referencia a Sean.—¿Te gusta?—Nick quien era difícil de avergonzar pues él mismo no tenía ni una pizca de vergüenza, se acaloró por la pregunta expuesta y volteó a otro lado.

 

—¡Señora! pero ¿Qué dice?— se excusó tratando de evitar el tema.

 

—Ay, hijo, tengo muchos más años que tú y te aseguro que experiencia no me falta, entonces dime, es verdad ¿Cierto?—sonrió orgullosa y feliz por ver al chico de esa manera, ella lo sabía, él estaba un poco perdido y al parecer comenzaba a encontrar su mapa y brújula en los ojos marrón a través de los lentes de Sean.

 

Nick sólo se limitó a asentir. 

 

—¿Es correspondido?—le picó las costillas con diversión mientras que en su otra mano sostenía un jazmín.

 

—No lo sé.— rascó su nuca.—No le he dicho, tengo miedo de que no sea así y prefiero permanecer a su lado aunque no me corresponda.

 

—Corazones masoquistas ¡Eso es lo que tenemos! Las personas somos más complicadas que cualquier cosa en este mundo, mi niño, se les va la vida entre decidir si, sí o no, mira, tienes que averiguarlo, si sucede que no es así, bueno tienes que sanar tu corazón pero mira que ellos han nacido guerreros y fuertes, pueden perder una batalla pero eso no les quita su galantería ¿O sí?—Nick negó.

 

—¿Entonces a qué le temes cariño?—prosiguió preguntando la señora al chico frente a ella.

 

—A mi. Temo no poder amarlo como se merece, lo veo y merece el mundo, el cielo, las estrellas, el universo, genera un agujero negro en mi estómago que no puedo controlarlo y aún así sigue viéndose precioso, pero, no creo que sea el momento adecuado, ya sabe por lo de siempre.

 

—Pero tal vez, él no quiere eso, nadie quiere el cielo y las estrellas si no pueden tener a quien aman en brazos ¿Entiendes eso Nick?—preguntó Ofelia.

 

—Pero...— trató de decir algo Nick, no había pensado en nada de eso.

 

—No puedes pensar por las dos personas, es injusto, un amor debe ser de dos y sus decisiones también, entonces ¿Vas a dejar que eso siga deteniéndote? ¿Sigues pensándolo? Cariño, que eso no te detenga, piensa las cosas, puede que hayas encontrado tu lugar pero te niegas a verlo. —Se acercó y tomó el rostro del chico con protección para ver su iris un tanto empañada en lágrimas que se negaban a salir.

 

—Toma una decisión.—continuó la peliblanca.— Piénsalo bien y luego hablamos, lo que decidas, sabes que lo respetaré pero si es por eso, déjate llevar, sé un poco egoísta con tus sentimientos.—la señora dejó sus tijeras y su jazmín.—Nick.—tomó el rostro del mayor y vió ese característico sentimiento de miedo en sus ojos.—Ama, sé libre, el amor y las personas no nacieron en jaulas de oro solo para admirarse, nacieron para vivir y vivirse.

 

—Señora...—intentó decir algo y ella agitó su mano pidiendo que callara.

 

—Nick, piénsalo, es tu vida, no eres un títere de ella, entiende que sólo tú puedes decidir tu felicidad y aunque estés en una posición difícil, yo—se señaló—esta anciana de pelo blanco que ama las flores, te digo algo, no dejes de intentarlo, no involucres la vida de alguien que te  ha dado la espalda y se ha roto, no; cariño, tú aún estás a tiempo de pegar tus pequeñas grietas, de cambiar esa línea que te une a el peso de las decisiones de tu familia, el sanar nuestra alma. Eso es lo que nos hace fuertes y a nosotros como personas ¿Entiendes?—le miró comprensivamente.




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