Mango.

5.

—Nick...—suspiró el de lentes y  el mencionado terminó de acercarse pero no sintió nada en sus labios en cambio la mano del contrario estaba en su mejilla y la limpiaba con ternura.

 

—Estabas lleno de tierra, ten más cuidado.—bajó su mano y tomó las tijeras que estaban detrás de de este y entendió todo, la cercanía sólo había sido una jugada de su mente y su corazón decayó en latidos, se recriminó y se sintió torpe, por pensar y sentir aquello.

 

—Recuerda que mañana saldremos juntos, manguito.—mencionó ya a la distancia el pelinegro mientras cortaba algunas hojas secas que se negaban a dejar en el pequeño manzano que comenzaba a crecer.

 

—¿Cuándo dije aquello?—fingió desentendimiento el castaño.

 

—¿Lo recordamos?— preguntó en un tono peligroso Nick y Sean sabía perfectamente que era eso, la misma voz que sus padres utilizaban para advertirle que las cosquillas vendrían y él no soportaba ni un dedo picándole las costillas porque se sentía perder la respiración por la carcajadas, pero está vez con la pequeña diferencia de que la sonrisa de Nick era más sutil, más coqueta, más juguetona y totalmente decidida a hacer reír al castaño hasta que las risas se escucharán hasta el otro lado del vidrio, tal vez, en una de esas a alguien se le pegaba la felicidad porque a veces somos detonantes de felicidad sin si quiera saberlo.

 

—No, Nick, no, atrás.—amenazó como si fuera un cachorro y comenzó a reír antes de.—¡Nick!— rió desesperado mientras trataba de evitar que se acercara a sus costillas y comenzó a correr por toda la tienda terminando en el jardín saltando entre algunas piedritas que se cruzan en el camino y bajo la atenta mirada de Ofelia quien regresaba con algunas bolsas de nuevas semillas.

 

Sonreía de felicidad al verlos, sonreía por ese amor que alguna vez a ella le hubiera gustado sentir, no sólo una costumbre que se amarró a las entrañas si no ese amor que no sabes que pasará pero sabes que algo es seguro que sucederá.

 

Antes de romper la burbuja de los chicos decidió entrar al pequeño almacén que tenía mientras ellos vivían su momento.

 

—¡Nick!—regañó Sean ya tirado en el césped con Nick a su lado, quien reía como un niño pequeño a sabiendas que ha hecho una travesura.

 

—Vamos Manguito, ¿En qué pensabas? Parecía que si seguías tus pensamientos se desbordarían de tu mente.—le miró detenidamente.

 

—¿Alguna vez haz sentido que tienes las respuestas frente a ti pero a la vez, es posible que sólo son imaginaciones tuyas?—contestó de inmediato, como si con eso le dijera a Nick lo que sentía, quien quería abrazarlo y al mismo tiempo le daba pánico, si bien la señora Ofelia le había dicho que tomara una decisión aún no podía hacerlo, no sabía que hacer pero ese pensamiento será para más tarde en sus madrugadas sin sueño.

 

—Muchas veces.—se limitó a decir, su mente misma le jugaba malos tragos.—Pero dejemos eso, o jamás terminaremos con la limpieza, puede que la señora Ofelia esté cercana a llegar y necesitamos un lugar privado, no pienses mal, no es que no me importe lo que sientes pero necesitas tu lugar para sentirte cómodo, expresarte y no creo que quieras sacar todo al estar trabajando.—Sean asintió, por alguna extraña razón su estómago sentia revolotear más de mil sentimientos, hacían mucho ruido y picaban demasiado.

 

—¿Cómo van chicos?— preguntó Ofelia sonriendo al verlos hablando pacíficamente, unos pequeños toques de rojo no abandonaban las mejillas de Sean por la risa y los ojos de Nick brillaban al verlo.

 

—¡Oh! Señora Ofelia ¿Cuándo llegó? No la oímos.—dijo Sean al verla sonreír.

 

Al de lentes le hubiera gustado verla al llegar para saludarla, no quería que pensara que eran unos holgazanes porque realmente quería pasar más tiempo en esa tienda, porque en aquel lugar lleno de flores y pequeños árboles a puntos de florear junto con la presencia de Nick se sentía como una segunda casa.

 

Ahí Sean se dió cuenta de algo, recordó aquellas palabras que alguna vez escuchó de pequeño, no importa el lugar, sino con las personas que estés y ahí será tu hogar.

 

Porque al final, nacemos sin pertenencias, sólo podemos entregar alma y amor lleno de calidez, a primeras, por eso es más fácil encontrar nuestro hogar entre latidos que entre ladrillos.

 

Sean no sé quejaba, tenía un techo lleno de recuerdos y al mismo tipo tenía su hogar entre los brazos de su familia pero ahora con Nick, se sentía igual, de una manera que más había experimentado antes, un amor más fuerte, más puro, más real.

 

—Hace poco, pero no te preocupes pequeño, no te agobies todo su trabajo lo han hecho bien.—le sonrió estrujando su mejilla.

 

Ambos rieron y Nick se aguantó de repetir el acto de Ofelia con la mejilla del chico, desvío la mirada para evitar cualquier pensamiento romántico y fue a trabajar entre orquídeas y rosas.




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