Estaba cansado, no podía dejar de pensar en llegar a casa y ver a Sean, abrí la puerta del departamento, dejé las llaves en algún lugar en donde probablemente las pierda pero eso ahora no era importante, después me preocuparía y me regañaría por no hacerlo en su momento. Entré buscando a Sean y antes de que pudiera decir algo me habló, supongo que pasé demasiado tiempo pensando.
—¿Día pesado?—escuché decir a Sean desde la cocina y como si fuera adivino, atinó a mi cansancio.
—Demasiado.—suspiré caminando hacia el sofá, necesitaba sentarme o seguramente terminaría en medio de la sala en el suelo.
—¿Pudiste acabar el proyecto?—dijo viniendo hacia mi mientras mordía su manzana y terminaba por sentarse a mi lado.
—Sí, estoy exhausto.— recargué mi cabeza en su hombro mientras cerraba mis ojos, cualquiera pensaría que pasaría más tiempo con Sean, pero este semestre nos ha tenido ocupados, ni si quiera lo puede ver entre clases ya que nuestros horarios son demasiado opuestos, suspiré y sentí su mano viajar por mi cabello acariciando y dando pequeños mimos.
—Ha pasado demasiado rápido el tiempo.— trajo a colación el pelicafé.
—Terriblemente. Ya no tengo con quien juzgar las presentaciones en el auditorio.— me quejé y vi que su sonrisa nació dejando a relucir un pequeño, apenas perceptible hoyuelo en su mejilla.
—Vamos, cuando veamos ya estaremos pidiendo empleo, ah.— exhaló.
—Y tendré menos tiempo para verte, no quiero.— refunfuñé.
—Lo tenemos que hacer, supongo que sólo tendremos que esperar a ver qué es lo que nos tiene el destino preparado ¿No es así?— asentí y alcé mi mirada hacia la suya, viendo el como la manzana dejaba una pequeña muestra de que había yacido en esos labios por un momento.
—¿Te he dicho lo precioso que eres?—pregunté viendo sus movimientos y gestos; ví perfectamente cuando su manzana de adán se movió para dar paso a la manzana que irónciamente acaba de ingerir.
—Tal vez.— su sonrisa creció un poco más viéndome con sus brillantes ojos.
—Porque lo eres.— dije mirando sus ojos fijamente.—¡Oh, mierda! ¡Mi novio es perfecto!— cerré mis ojos y exclamé mientras él soltaba una pequeña risa.
—¿No debería decir eso yo?—dejó ver su hermosa sonrisa y como sus ojos se cruveaban con total felicidad dejando algunas arruguitas al lado de sus ojos.
—No, tu alma es preciosa y nadie la va igualar, nunca de los nuncas.—sentencié y palmeó sus piernas para que me recostara, no lo pensé dos veces cuando ya estaba recostado recibiendo caricias en mi cabello, recibiendo caricias de mi novio.
—Sabes.— dije llamando su atención mientras cerraba los ojos por un momento.—Jamás nos imagine de esta manera.
—¿Es así?—preguntó con duda y un poco de diversión.
—Bueno, te veías muy inalcanzable para mí.— dije y comenzó a carcajearse.— No estoy bromeando.— me quejé y sus risas aumentaron, su manzana se había acabado y estoy seguro que si no fuera así se estuviera ahogando con ella.
—Te amo Nick, te amo.—sonrió dulcemente al calmar sus risas, dejando unas pequeñas lágrimas en sus ojos y un sonrojo por aguantar la respiración.
Me levanté de mi cómodo lugar, no quería pero había un mejor lugar en el que quería estar, probar mi fruto prohibido, vi la duda en los ojos de Sean y su sonrisa bajó al no comprender lo que sucedía. Tomé su rostro y sin dejarle procesar las cosas lo besé impulsivamente, sentí un jadeo de sorpresa ser apresado por nuestros labios y al instante me correspondió.
De alguna manera, aumentó aún más la velocidad hasta que el aire parecía ya no querer cooperar con nuestros pulmones y tuvimos que separarnos, ví su sonrisa y probé mis labios.— Tus labios son tan dulces en este momento ¿Debería de comprar muchas más manzanas en el futuro?— suspiré.
—Depende.— sonrió con un hilo de voz apenas audible.
—¿De?— pregunté en un susurro de la misma manera tratando de nivelar mi respiración.
—De si me vas a besar después de ello.— sonrió altanero.
—Oh, cariño, tenlo por seguro.—acerqué mis labios a los suyos y antes de si quiera poder tocarlos, me alejé un poco jugando con su paciencia haciendo que apenas nuestros labios se rozaran, haciendo a Sean soltar un quejido; sonreí y regresé a morder un poco su labio y suspiró.
—No tienes una idea de cuanto quiero golpearte en este momento.— negó.