Manipulación:snow

Capítulo 8-Palabras

Tengo miedo de seguir en esta habitación, pero mi garganta está tan seca que las palabras se me atascan. Necesito agua. Necesito mostrarme segura, lo sé, pero el miedo no entiende de lógica.

​Llevo una hora sentada en esta silla que nadie me ofreció; la tomé simplemente porque mis piernas amenazaban con fallar. Dentro del bolsillo de mi sudadera, mis dedos juguetean nerviosamente con la esfera. Su tacto frío me da una extraña calma. Quisiera sacarla, distraerme con su brillo, pero sé que es imposible.

​Si me levanto, la directora me fulminará con la mirada, igual que lo hace la profesora Kristel cuando alguien respira demasiado fuerte en su clase. Aunque, siendo honesta, es obvio que entre ellas dos hay una jerarquía muy marcada.

​—Sabe, esperaba más de usted, señorita Snow.

​Podría contestar algo indiferente, pero ¿para qué? Sus argumentos son un guion reciclado que usa con todos los alumnos. No puedo creer que la cataloguen como la "mejor madre" del instituto cuando ni siquiera puede controlar a su propia hija. Sería detestable que ella estuviera aquí ahora, pero por suerte, hoy no está.

​La directora se prepara una taza de café con una lentitud exasperante. La cafetera es pequeña, casi ridícula, y las tazas parecen de juguete, de una porcelana tan fina que temo que se rompan con solo mirarlas. Sé que me espera un regaño por algo que no hice —el incidente de las tijeras—, pero prefiero concentrarme en sus movimientos para no escucharla.

​Sorbe un poco. Hace una mueca, arruga la nariz y niega con la cabeza. El olor a quemado llega hasta mí; sé que a ese café le faltan sus tres cucharadas de azúcar reglamentarias. Golpea la máquina una, dos, tres, cuatro veces. Me pregunto por qué no compra una nueva con el sueldo que tiene, pero supongo que la tacañería es parte de su encanto.

​Vuelve a intentarlo. Esta vez, el aroma cambia; ahora es rico, intenso. Agrega el azúcar, huele el vapor y bebe. Me sorprende que no se queme la lengua. Finalmente, aparto la vista de sus labios. Ella ya notó que la observo, pero prefiere el silencio como tortura psicológica.

​—¡Delicioso! —exclama, dejando la taza sobre el platillo, y se sienta a revisar papeles como si yo no existiera.

​Hago un pequeño quejido, buscando provocarla. Solo consigo una mirada de cansancio, como si yo fuera un insecto molesto zumbando en su oído.

​—No sé hasta cuándo seguirá esto —murmura ella al fin.

​—¿De qué se trata esto? —interrumpo, mi curiosidad ganándole a mi prudencia—. ¿Estoy aquí para verla beber café, escuchar su música vieja y ver cómo mueve papeles? Si es así, mejor me retiro.

​—¿Quién te dijo que puedes tener esos modales aquí?

​—Nadie. Nadie me dice qué puedo hacer y qué no. Sigo mis propias reglas.

​—Señorita, usted es muy arrogante para su edad. —Me clava la mirada—. No quiero pelear con palabras, así que vuelva a sentarse.

​—Sé que es una orden, y no me gustan las órdenes. Me retiro.

​Me levanto y giro el pomo de la puerta. Está cerrado con llave.

​—Ahí está, profesora Kristel —dice la directora, haciendo un gesto satisfecho con las manos—. Ya se iba la persona con la que tenías que hablar.

​La puerta se abre desde fuera y entra Kristel, empujándome hacia adentro.

​—Si se te ocurre irte, habrá consecuencias lamentables. Ya te dije que no te favorece estar aquí reclamando —escupe Kristel.

​Vuelvo a sentarme, derrotada. Kristel se acomoda en uno de los sillones, apartando los cojines con desdén, mientras la directora permanece tras su escritorio. Ambas me observan. El silencio es denso, incómodo, abrumador.

​De repente, Kristel rompe el hielo con un nombre que me hiela la sangre.

​—Anouk. Anouk... Anouk.

​—Yo que tú hablaba para terminar esto más rápido —dice la directora—. Habla.

​—Quisiera tener algún tema, pero no tengo nada que contar —respondo, apretando los dientes.

​—Te puedes retirar —dice Kristel con una sonrisa maliciosa—, pero recuerda: si te levantas de esa silla para abrir la puerta, estás aceptando cualquier castigo que te proponga.

​La directora enciende la cafetera de nuevo. Siento cómo la mirada de Kristel rebota entre la máquina y yo.

​—Sé que hace frío. Estos días son así... Yo amo el café —dice Kristel, aunque suena a una amenaza velada.

​—No quiero ser grosera, pero disfruten su hora del té —respondo.

​—Estás advertida —repite Kristel.

​Me hundo en la silla. Esto es un juego de poder y me estoy aburriendo.

​—¿Tu madre era una prostituta? ¿No es así? —suelta Kristel de repente, con un tono tan tranquilo como si preguntara la hora.

​Me quedo paralizada, como una estatua de sal.

​—Disculpe, ¿qué ha dicho? —pregunto, incrédula—. Si está mencionando a mi madre, no le permitiré que hable de ella.

​—No es importante. De todos modos, no tienes ni idea de quién es tu padre. Podría ser que ella no fuera tu madre. Posiblemente se escapó con algún enamorado...

​—No sé por qué inventa cosas. Si quiere decir algo, sea directa.

​La directora mira a Kristel, como pidiéndole contención, pero sigue comiendo galletas de una bandeja. Sin embargo, noto algo extraño. La directora finge tomar notas, actúa como si no escuchara, igual que los alumnos nuevos en clase.

​La veo escribir algo en una pequeña libreta. Luego, arranca la hoja y la deja caer "accidentalmente" cerca del borde del escritorio, mirando hacia mí. Entorno los ojos para leer las letras invertidas:

«Un pequeño cristal brilla a través de tu bolsillo, Snow.»

​El corazón se me detiene. Ella lo sabe. Sabe lo de la esfera.

​—¿Cristal? —digo en voz alta, sin pensar.

​—Qué insolente —interrumpe Kristel—. Te atreves a contestar y encima alzas la voz.

​—No soy insolente, eso le tiene que quedar muy claro.

​—Conocí a tu madre —continúa Kristel, ignorándome—, y eres una copia exacta de ella. —Aprieta sus labios rojo mate al decirlo, haciendo que parezcan una herida abierta—. Una copia desastrosa.



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En el texto hay: amor celos, reecarnacion, poder prohibido

Editado: 15.12.2025

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