Manipulación:snow

Capítulo 14- Trato

Mi garganta está seca, como si hubiera tragado arena. Sorbo un poco del espeso café de burbujas, esperando que el tiempo corra más rápido. No tengo idea de por qué sigo aquí.

​—Iris.

​—Nuevamente tú. —Hablo en voz alta sin querer. Los pocos clientes del local giran la cabeza para mirarme.

​—No te espantes, solo escucha —la voz de la esfera resuena en mi mente, ignorando mi vergüenza—. ¿Recuerdas que te dije que podías vengarte? Si lo deseas, puedes empezar hoy.

​Salgo del café apresurada, apretando la esfera con fuerza dentro de mi puño. Siento que el dueño del local me sigue con la mirada, o quizás es mi paranoia. Mis pies no se detienen. Quiero correr, pero me obligo a caminar rápido. Mi corazón se acelera, y lo peor es que no se siente mal; se siente como una descarga de adrenalina. No miro atrás. No quiero saber qué o quién podría estar ahí.

​Tras varios minutos de caminata frenética, llego al instituto. Me detengo frente a la reja. Está cerrada; todos están de vacaciones y falta una semana para la reapertura. Sin embargo, no logro entender por qué siento pulsaciones provenientes de la esfera, instándome a entrar. Es como si las leyes de la física y la sociedad hubieran dejado de importar.

​—Puedes favorecerte —susurra la esfera, soltando una risita vibrante.

​Quiero responderle, gritarle que se calle, pero hay gente pasando a mi alrededor y no puedo ir por la vida discutiendo con un objeto inanimado. O con mi propia mente rota.

​Una última pulsada, caliente como una brasa, me da la orden final: Entra. Y la amenaza implícita es clara: si no entro, llegará la muerte.

​Me dirijo a la parte trasera del instituto y salto el muro de más de dos metros con una agilidad que desconozco. No entiendo cómo lo hago, pero al aterrizar dentro, siento una pizca de alivio. Camino sin rumbo, guiada únicamente por el ardor de la esfera, que eleva su temperatura descaradamente a cada paso. Es como una competencia donde detenerse significa perder.

​Entonces la veo. La misma mujer que encontré semanas atrás.

​—Estás floreciendo, Snow.

​Su voz se siente áspera en mi piel, casi seca, como hojas muertas arrastradas por el viento.

​—¿Quién er...? —Intento preguntar, pero ella me interrumpe poniendo un dedo sobre mis labios.

​—Deberías saber a qué has venido a este lugar.

​—No lo sé, Samantha —respondo, imitando su tono críptico.

​—Puedes llamarme Samantha, Dulay, Nadir, Christopher, Tzu o como tú desees. El nombre es irrelevante.

​—¿Para qué me has llamado? ¿Esto es real o falso?

​—Todo lo que creas que es real, lo será —responde amablemente, dándome unos golpecitos en el hombro izquierdo—. Sígueme.

​Caminamos juntas por los pasillos vacíos. El hecho de que camine a mi lado sugiere que es real, pero a la vez, se siente como un ser proyectado por la esfera. Una combinación de mundos perplejos que colisionan.

​Noto cambios. Esta vez, Samantha ya no lleva el vestido de novia. Y lo más inquietante: ya no tiene las vendas ni la sangre. Su piel se alisa, volviéndose suave ante mis ojos. Su cabello pasa de un negro profundo a un castaño claro. Se está haciendo más joven. Entre más caminamos, más retrocede su edad. Es magia pura.

​Su ropa cambia al ritmo de sus pasos. Primero fue un vestido rojo brillante, luego unos jeans, y ahora lleva un uniforme escolar.

​En la falda de su uniforme hay gotas de sangre que, al parpadear, se camuflan como pintura azul. Ella voltea y asiente, como si escuchara mis pensamientos. Recoge algo invisible del suelo y me muestra su mano izquierda vacía. Cuando vuelve a mirarme, sus ojos reflejan una mezcla de miedo y alegría, una paradoja viviente. Su rostro es definitivamente el de una adolescente ahora.

​—No lo sé, pero tú me agradas de alguna forma. Eres una niña muy agradable.

​—Si yo soy una niña siendo adolescente, tú igual lo eres. Refuto tu idea.

​—Eres más interesante de lo que pensaba. Cada vez que te veo, siento que eres yo cuando era joven.

​—Te ves joven ahora mismo.

​—Sé que me veo joven ante tus ojos, Snow. Fuiste escogida para llevar una carga por el resto de tu vida: ver joven a la gente que está más lastimada.

​—Si eso fuera cierto, yo me vería joven —digo indignada.

​—Ahora puedes ver.

​Su rostro palidece de golpe. Las manchas de pintura se expanden por todo su uniforme, pero ya no son pintura; la sangre escurre por su cabello lacio. Me estremezco del terror. Aparecen cicatrices antiguas en su piel. Ella solo me sonríe mientras la juventud la consume hasta convertirla en una niña pequeña. Sus dos coletas me recuerdan dolorosamente a cómo me peinaba mi madre. Samantha, ahora una niña de cabello castaño oscuro, viste un traje de policía con un arma de juguete en el bolsillo.

​Una ola de ira y desesperación me golpea. Entiendo lo que dijo: veo la inocencia antes del daño. Veo el momento exacto donde aún eran personas sanas.

​Damos vueltas por los pasillos, subiendo pisos sin fin. La veo de nuevo, pero ahora es un bebé gateando. Su risa rebota en las paredes. Dos figuras sombras la buscan.

​—¡Pequeña!

​—Ven aquí, mi princesa. ¿A dónde vas?

​—Yo me hacía llamar su princesa —dice la Samantha adulta, apareciendo de nuevo con lágrimas en las mejillas—. Gracias, Snow, por mostrarme un pedacito de cuando fui feliz.

​Llegamos a la biblioteca. Ella se detiene y observa mi ropa.

—Este tipo de ropa será la mejor para este experimento.

​—No me veas como un experimento. No lo soy.

​—Sé que no lo eres, pero mis emociones se alteran al saber que podrás ser feliz. No quiero que sufras lo mismo que yo. —Se acerca a una estantería—. Este libro está hecho para ti. Escoge.

​De un momento a otro, Samantha desaparece. El ambiente cambia. Estoy sola. Entre todos los libros, uno destaca. Su pasta dura tiene marcas doradas sobre un azul rey hipnótico. Lo tomo. No pesa nada, es ligero como la pluma de un ave.



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En el texto hay: amor celos, reecarnacion, poder prohibido

Editado: 15.12.2025

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