Ya he terminado de empacar una maleta que no llegará al campamento, nadie irá realmente, fue una pequeña mentirita. Iremos a esa tienda de ropa, han pasado muchas cosas raras y quiero ir a investigar, siento que ese jefe de la tienda oculta algo muy, muy oscuro. Ya es sádico de su parte abrir la tienda solo una semana después de la muerte de esa señora, que hayan atrapado al responsable que era su esposo ebrio y abusador (pensaba que eran rumores hasta ser testigo del disparo) no significa que es seguro y éticamente correcto, alguien ha muerto, no se trata de otra excusa barata para cerrar el negocio, podría haber un apocalipsis y el jefe los obligaría a trabajar a sus pobres empleados quieran o no, si considero los raros fenómenos en esa tienda no estaría tan lejos de ser un peligro para los trabajadores, podría tratarse de un poltergeist, un espíritu bromista elevando el nivel de sus bromas hasta ser letales, si fuera un buen espíritu no sucedería nada, y si fuera uno malo ya habría resultado en una posesión.
El detonante para investigar de lleno ese lugar ha sido lo ocurrido en el primer día de reapertura, un amigo de mi amiga Nina nos contó que durante esa semana cerrada empezaron los fenómenos, cosas simples como ropa que se cae o letreros que giran sin aire, él pensaba que todo era coincidencia, una explícita alerta de emergencia si me preguntan, hasta que vio un maniquí moverse enfrente de él, no caminaba o hacía gestos con su cara de plástico, eso ya sería exagerar, movió su cabeza 90 grados. No eran los maniquíes viejos que llevan siglos en exhibición, los han movido cada vez que pueden por miedo, supongo; eran los nuevos de ese año, sin rayones, con articulaciones invisibles al estar cubiertos de otra capa de plástico flexible y caras más detalladas. Lo único nuevo en esos maniquís son las articulaciones invisibles, se han acostumbrado tanto a usar las cosas que les dan ahí hasta quedar inservibles que cualquier cosa nueva los emociona como un niño en navidad, ya había otros de esos en la tienda, muy aterradores por el paso del tiempo, la pintura de sus rostros se ha desgastado y han pasado por las manos de los nuevos con movimientos torpes, entre más viejos más son usados por los nuevos en su aprendizaje.
Me despido de mis padres vestido con botas calientes y una chamarra naranja causante de golpes de calor si se usa por más de una hora, no me gusta mentirles, podría pasarme algo y sería horrible que muriera y mis padres lo descubrieran de esa manera. Sin embargo, tengo que hacerlo si quiero hacer esta pequeña búsqueda, no me dejarán hacerlo, lo consideran como vandalismo y, sí, lo es, encontrar un documento interesante me salvará de ir a la correccional o una multa. Monto mi motocicleta dirigiéndome a la casa de Alex, mi amigo, él vive cerca de esa tienda, a cinco manzanas para ser exactos, si alguien nos va a ayudar y cubrir será él, ese chico sabe cada evento histórico, fiesta, robo… él lo sabe todo sobre este pueblo, su familia ha vivido aquí por generaciones. Allí van a llegar todos los demás, ese viajecito de sus padres a Acapulco nos ayudará a encubrirnos.
Su casa está rodeada de otros vehículos, unos de sus padres y otros de uno de mis compañeros, a uno de nosotros le gusta caminar o ir en camión. Me estaciono al frente de su casa, no quiero que una grúa se lleve mi motocicleta otra vez, un castigo de mis padres ya es suficiente. Alex me abre la puerta con esa sonrisa pícara, si hay alguien que se salga con la suya, es él. Lleva lo mismo de siempre, shorts cortos por más frío que haya, una sudadera grande y su cabello caoba desordenado sin peinar por mucho tiempo.
— Eres el último en llegar y eres el líder, tendremos suerte si llegamos antes con el amigo de Nina —me saluda resaltando mi tardanza, como si fuera mi culpa el tráfico y lo precavidos que son mis padres.
— A mis padres les gusta revisar todo lo que encuentran, una maleta está llena de ropa y la otra de nuestro armamento para la misión —fue difícil, saqué la segunda maleta por la ventana, si voy a prisión al menos sabré hacer una cuerda de sábanas para escapar.
— Es exponer los secretos de una tienda, no descubrir la Atlántida —ahí viene él minimizando todo, si no son los sentimientos o los problemas graves de otros lo hace ver como algo insignificante—. Pasa, guarda la maleta y vámonos a esa tienda, me encantan las expediciones a lugares paranormales, ser parte de una será estupendo.
Los demás se han quitado la ropa de campamento, esperando ahí sentados en la sala con los plásticos protectores aún puestos en los muebles, sus padres aman conservar los muebles en su estado original y se niegan a el desgaste temporal, sé que he tardado más de lo tolerable por sus expresiones de enojo. Kevin es el más enojado, fue complicado convencerlo de ir con nosotros, ayudarlo con sus horas de servicio reduciéndolas a la mitad.
— Llegas tarde —me alerta Kevin frunciendo el ceño como en la mayor parte del día.
— Lo sé, mis padres no me querían dejar ir, supongo que usar la excusa del tráfico no te va a satisfacer —ya sé que llegué tarde, no hay razón para recordármelo dos veces seguidas, es mi propia idea la de meterme a la tienda de noche y descubrir una noticia impactante explicando los sucesos de la tienda, salió de mi cabeza con ayuda de las historias recientes.
— Haz lo que quieras, entonces, falta una hora y no te has quitado esa ropa de campamento —ahora me reclama otra vez, si hay un fantasma ojalá que le quite esa terquedad y amargura, le hace falta.
Cambiarme no es gran cosa, es quitarme mis botas y la chamarra sustituyéndola por una sudadera donde meter la carpeta capaz de pegarse al interior de la ropa, en este caso de la sudadera azul. Es ese cambio tan sencillo lo que me hace evitar ese viajecito al baño o una habitación vacía, no estoy enseñando algo incorrecto o privado, solo mis calcetines de animales.