Un golpe seco nos detiene de irnos, ha sido provocado en la zona pública por el sonido casi inaudible, Kevin no se ha orinado los pantalones, me sorprende mucho viniendo de alguien que le asusta su propia sombra. Al volver a cerrar la habitación y poner las cajas de revistas en su lugar vemos que alguien ha abierto la puerta que conecta la bodega y la zona pública, la habíamos cerrado bien esperando a que Wong lo hiciera bien, ya iniciaron los problemas.
— Esta es la parte donde vamos a investigar —me digo a mi mismo en voz alta al ver el inevitable desastre, ahora el espíritu de ese criminal nos va a espantar hasta sacarnos los calcetines y zapatos incluidos.
— No nos queda más remedio, necesitamos pruebas —Max está nervioso, es mala señal, si no hay oscuridad tiene una confianza irrompible—. Vayamos todos juntos y asegúrense de iluminar los alrededores.
— Llama a Wong, no lo haré si no lo llamamos y nos saque de aquí —es la primera vez en años en concordar con Kevin, la vibra pesada no es nada a ver puertas abiertas y escuchar golpes en el otro lado de la tienda.
— Denme mi teléfono, pero ahora —Nina nos ordena darle su celular, pero yo no lo tengo, ella y Max se lo pasaban una y otra vez, yo me enfoqué exclusivamente en leer esos documentos bizarros.
— Yo no tengo nada, pensé que tú lo tenías, por eso no traje el mío —le confieso a los tres bastante enojado, dijeron que no iba a ser necesario llevar celulares, lo dejé en mi casa pensando en que no lo utilizaría.
— Max, mi teléfono, ¡ahora! —Nina le sigue reclamando a Max sin moverse de su lugar, de hecho, nadie lo hace, no nos arriesgamos a enfadar al que nos está acosando o nos quiere jugar una broma pesada, es un suicidio en toda regla, buscar la muerte.
— Yo no lo tengo, te lo había dado —esa idea bautiza un plan asqueroso y nada bueno, ir por el maldito celular en la oficina.
Es lo único que podemos hacer, encerrados y con una sola forma de comunicarnos, conseguir el celular es nuestro boleto de salida, Wong va a espantar al acosador de la tienda, un apodo de último minuto, y saldremos aquí con los documentos escondidos, solo evito decir esa frase prohibida, la que decirla te dará muy mala suerte pensando en que sí te irá bien, por más cliché que suene decirla invoca la mala suerte.
Nos decidimos por ir tomados de la mano entre los cuatro, si jala a uno nos vamos corriendo a escondernos, tenemos una oportunidad de salir lo menos afectados posible. Son diez metros los que nos separa de la puerta, si lo comparo con la distancia hacia la puerta de salida no es nada, quince, tal vez veinte, pasos son suficientes para salir, más vale eso a seguir siendo la carnada perfecta de un asesino.
Avanzamos lentamente retrocediendo o mirando a los lados en busca de un sonido a lo lejos, podría ser una rata corriendo por ahí. En fin, nos acercamos más a la puerta, llegándonos su luz que, al estar mucho tiempo en la oscuridad, nos encandila, es tal la intensidad de la luz que apagamos las linternas. Max no puede soportar más y en un impulso idiota se separa de nosotros, siendo perseguido por Nina, quiero correr con ellos, dejar a Kevin por su cuenta por más egoísta que sea, y sí, lo es, quiero vivir y nada más.
La puerta cerrada es nuestro impedimento, se ha cerrado enfrente de nosotros, no ha sido Max o Nina, ellos corrieron disparados a media tienda, demasiado lejos para cerrar esa puerta, fue alguien con nosotros, o con ellos. No, ha de estar con ellos, ya les habría rebanado el cuello o lanzado un cuchillo cual experto en tiro de jabalina, las luces del baño se encienden permitiéndome ver lo que hay al frente de mí maniquís tirados, todos acumulados cerca de las puertas abiertas del baño, uno de ellos teniendo más detalle a diferencia de los otros sin rostro, ni de chiste pienso meterme a investigar. Obligo a Kevin a recorrer el pasillo sin acercarnos a los maniquís, si el loco está oculto ahí, o al baño; en medio camino me encuentro una navaja para cortar cartón y cinta adhesiva, su mango naranja lleno de marcas de desgaste me raspa al tomarlo, nos puede ayudar a defendernos en caso de ser atacados. La suerte al fin me sonríe y la punta de la navaja está afilada, ese viejo amargado invirtió en buenas herramientas.
— ¡Deja esa navaja ahí, le vas a cortar el cuello a alguien! —me grita Kevin delatándonos al asesino, este sujeto no tiene instinto básico de supervivencia, o sentido común en gran medida.
— Es su cuello o el nuestro si quieres elegir tu cuello es tu problema —le suelto sarcásticamente mi opinión, se perjudica a él mismo sin parar.
— Claro, como está en tu sangre buscar la muerte…
— ¿Y qué estás insinuando? —le pregunto indignado, sabía que era un tarado conservador que se cree superior por ser inteligente, como si eso le diera el privilegio de insultar a personas diferentes a él.
— ¿Qué insinúo? Que un latino en este país con una navaja en la mano, listo para cometer un crimen corresponde contigo, lo sabía desde que hacías tus locuras al iniciar el primer año —ahora resulta que los latinos somos los criminales, hasta que ese idiota que nos persiga le demuestre como luce uno verdadero.
— En primer lugar, mi madre vino por mejores oportunidades, no para robar o ser una criminal, eso aplica para todos los inmigrantes; en segundo, ser un latino no me hace mala persona y a ti ser un blanco, rubio y millonario no te hace superior a nadie más —le digo la cruel realidad que se niega a aceptar, su insulto no tenía nada que ver, si quiere causar una pelea se la daré.