Salió del sótano, arrastrando sus pies descalzos ennegrecidos, con un moretón en su pierna donde iniciaba el pie, los tonos iban de negro a morado y en alguna zonas se podía apreciar la carne al rojo vivo, señales de que estuvo encadenada a algo. Llevaba puesta la misma ropa desde hace dos semanas, una camiseta blanca grande, mostraba manchas de mugre, sangre, a la altura de las axilas el sudor había comenzado a crecer una mancha bacteriana que se veía amarillo verdosa. Debajo llevaba la ropa interior rozada: la misma ropa que llevaba el día que tuvo su primer periodo; el día que la encerró en el sótano.
El cabello chino se le había enredado luego de haberse sometido a los cambios bruscos de temperatura y humedad que había ahí abajo, donde la caldera inundaba el espacio con una asfixiante onda de calor y las mañanas gélidas en las que las lluvias filtraban su humedad a través de la madera.
Estaba hambrienta, enferma, la cabeza le daba vueltas, los ojos se le notaban perdidos, los labios secos. Podría colapsar en cualquier momento. Lo único que la mantenía consciente era la terquedad de escapar.
La primera planta de la casa se notaba diferente, todo parecía estar fuera de lugar. Los cuadros estaban en diferentes posiciones a como ella lo recordaba. Los cojines del sillón estaban destripados en el pasillo y la felpa seguía un camino caótico hacia la sala. Al pasar por la cocina pudo darse cuenta de que había un desastre, el refrigerador estaba volcado al suelo, donde la leche y los huevos rotos derramados en este se habían solidificado y de ellos emanaba un penetrante olor a podredumbre.
Continúo avanzando, arrastrando los pies y apoyándose de las paredes. Una vez llegase al final del pasillo doblaría a la derecha y avanzaría apresuradamente directo hacia la puerta principal.
Al pasar por el umbral que conectaba con la sala, la televisión se encendió en una explosión de estática. Aquel reloj de gato que colgaba en la pared, de esos que mueven la cola en forma de péndulo, se había roto, marcando eternamente las cuatro con catorce, los ojos del gato se habían atorado en una posición que parecía que observaban a la niña, siguiendo cada uno de sus movimientos.
Al llegar al trayecto final un rayo de esperanza la iluminó y comenzó a avanzar con mayor rapidez, deseando poder sentir el aire en su piel. La madera a sus pies crujió, estremeciendo la estructura de la casa, trasmitiendo las vibraciones hacia las paredes y planta superior. La puerta principal solamente tenía un seguro que fácilmente podría remover.
Al llegar a la puerta pudo sentir la sensación gélida al contacto, su mano se deslizó torpemente hacia la cerradura, una vez tomó el pestillo, lo giró. El sonido mecánico que produjo hizo eco en la casa. Giró la perilla lista para salir de la casa del terror. Cuando pudo sentir los pesados pies de su madre pararse en el escalón más alto, llevaba un vestido gris, iba descalza con los pies igual de mugrosos que ella, su piel exhibía quistes, urticaria y moretones al igual que ella. Esta descendió unos escalones revelando su parte superior, su cabello había comenzado a caerse mostrando zonas calvas, dejando el resto como un desastre. Su cara se encontraba sumamente pálida, con los labios blanquecinos, sus parpados se habían convertido en estas bolsas negras, y sus ojos, sus ojos se mostraban perdidos, inyectados en sangre. Mostró los dientes como si se tratase de un animal salvaje, estos estaban amarillos. A su alrededor volaban moscas que tarde o temprano morían súbitamente.
La niña salió de la casa sin mirar atrás y su madre siguió. En el exterior se encontró con que estaba entrada la noche. Esta se tropezó en el césped del frente y comenzó a arrastrarse. Su madre continuaba acercándose a un paso lento, asechándole unos cuantos metros. Esta última extendió sus manos en dirección de la chica, sus dedos se mostraban temblorosos, sus uñas llenas de mugre, al menos en aquellas que había uñas, ya que en otras se habían caído.
La niña se arrastró hasta la banqueta y después a la calle. Fue en este momento en el que sintió que ya no podía más, estaba lista para aceptar su destino, cualquiera que fuese que su madre tenía planeado. Entonces se giró sobre su estómago para enfrentar a su madre cara a cara, y pudo notar que esta se encontraba al borde del pasto, justo donde terminaba el terreno de la casa. Ahí permaneció, respirando de forma agitada, exhibiendo sus dientes amarillos.