Mantra

Los perdidos

Ann no lograba sacarse las palabras de su madre de la cabeza El simple hecho de que su madre le llamara ya era un suceso inexplicable.

Su madre, la mujer que convirtió su infancia en una película de terror. La mujer que le dejo cicatrices y traumas. Aquella que se convirtió en un vegetal no verbal en cuanto fue removida de la propiedad. Esa que no había mostrado mejoría en más de una década.

Esa mujer le había llamada. No solo eso. Presumió encontrarse con su hermanastras, sin embargo, eso no era lo más inquietante de todo. Lo más inquietante era que le dijo que esperaba que se pudriera en el infierno.

Rápidamente pensó en confirmar que no estuviese alucinando. Soltó una mano del volante y se pellizco el brazo izquierdo, aquella sensación intensa y puntual revelo que realmente estaba despierta. Sintió un escalofrió recorrer su cuerpo. ¿Qué tanto podía confiar en si misma? Todo era una posibilidad, en especial por las largas jornadas y horas extra que había estado poniendo a encontrar a su hermana.

El fulgor del teléfono la obligo a entrecerrar los ojos. No fue mucho, pero sintió un ligero cosquilleo en la mano izquierda. Aflojando su agarre sobre el volante. Con su mano derecha viajo a la aplicación de llamadas y sin lugar a duda ahí estaba. El registro de la llamada de hace unos minutos.

“Fue real” continúo pensando. Tenía miedo de lo que eso fuese a significar. ¿Tenía que estar loca?, ¿verdad?

Su índice se acerca y alejaba, bailaba con indecisión pensando en si debería devolver la llamada. Preguntar a recepción si ellos la habían llamado. Pedir hablar con su madre, pero como podría ser eso posible, su madre es un vegetal, ella nunca ha llamado al psiquiátrico, que es lo que haría.

La lluvia arremetía con fuerza contra el parabrisas. Los limpiavidrios viajaban de inicio a fin creando esta sinfonía de sonidos plásticos chocando con el vidrio. Antes de que pudiese darse cuenta ya había recorrido varios kilómetros con el dedo al aire sobre el botón de devolver llamada.

“Tal vez vuelva a llamar” pensó. No fue el caso.

La humedad se infiltro a través de las ventilas, podía sentirlo en su cabello y en su piel. Volteó a ver la pantalla del dispositivo, tomando valor. De pronto, unas luces la cegaron, ambas manos volvieron al volante y dieron un giró corto a la derecha. Había evitado una colisión por escasos centímetros. El vehículo no identificado le sonó el claxon varias veces en señal de disgusto. Su corazón quería escapársele del pecho. Fue un recordatorio cuando menos agresivo de que no debía distraerse al volante.

Sus pensamientos cayeron en la cantidad de coincidencias que habían ocurrido en estas 24 horas. Primero, se topa con Elliot Colt un hombre al que pensó que nunca más volvería a ver en su vida, después recibe una llamada de su madre quien hasta esta mañana se suponía que era una persona inconsciente, no verbal, que apenas responde a estímulos.

Era una extraña coincidencia y una que no estaba disfrutando en lo absoluto.

Su subconsciente la llevo a estacionarse cerca de la calle Warren. Habían pasado años desde que no veía esta calle con tanto detalle, específicamente desde que terminó la universidad.

La calle Warren es la principal que permite a los alumnos ingresar al campus ya sea a través de la entrada principal que esta un kilómetro arriba o cortar a través de la arboleda que rodea la universidad que les permitiría disminuir la distancia a los edificios más lejanos. Hacía unos años que la calle Warren había comenzado con su desarrollo vertical. La primera planta de los edificios de ladrillo pertenece a negocios, tipo lava solas, tiendas de conveniencia y la segunda eran oficinas, clínicas, y departamentos para estudiantes o cualquier persona que pudiese pagar el alquiler.

Al llegar a este lugar Ann se había desviado por completo de su camino a casa. Ella misma se cuestionaba que es lo que la había traído aquí, pero ella tenía claro él porque estaba aquí. Marisol.

Arrancó el teléfono del cable y procedió a buscar el contacto de Elliot Colt. Suspiró para liberar la ansiedad con la que cargaba. No logró hacerlo. Pulso llamar.

Ni siquiera estaba segura de que fuese el mismo teléfono, sorpresivamente alguien respondió. Rápidamente identifico la voz adormilada de Elliot intentando pronunciar “bueno”

—Elliot. —Dijo Ann. —¿Qué es lo que en verdad estás haciendo aquí? —Se percibió hostilidad en su tono.

—¿Ann? —Preguntó Elliot confundido. —¿Qué hora es? —Hubo un bostezo en la línea. —¿Qué es lo que ocurre? —ignoró la pregunta.

Molesta por los rodeos, tomó una aproximación “hostil”. —¿Voy a enterarme que tuviste algo que ver con la desaparición de mi hermana y la llamada de mi madre?

Elliot no tardó en responder. La acusación le había provocado un golpe de adrenalina. —¿Qué? No, como... ¿Qué? —Ann pudo notar un poco de ofensa en el tono de Elliot. —Ann, hace dos días seguía en Nuevo México, me estaba pudriendo en un callejón luego de recibir una paliza, cosa que sabrías si hubieras decidido hablar un minuto conmigo, preguntar por mis moretones. —Tenía razón. Su encuentro fue realmente breve y seco. —No le haría eso a tu hermana…o a nadie.

Ann suspiró. Recuerdos viajaron por su cabeza. Elliot solía ser una buena persona, bondadosa, incluso solía llevarse muy bien con su hermanastras, este hombre no tendría ni una sola razón para hacerle daño…hasta donde le quedaba claro a ella.



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En el texto hay: crimen, monstruos, horror

Editado: 13.10.2025

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