Con todo lo que estaba ocurriendo últimamente Ann lograba recordar lo que había sucedido hace una década. A unas cuantas semanas del evento que llevó a su madre a la locura. A toda esa pesadilla que pensaba dejar atrás, pero el destino resucitaba una vez más.
Ann bajo el resguardo legal de una amiga de su madre fue acogida en su familia, y tratada como una extensión de esta. Si bien ella batallaba para adaptarse, la familia no hacía más que hacer acomodos para que la chica se sintiera segura dentro de este nuevo núcleo familiar.
Comodidad que rápidamente se perdió cuando un suceso mayor ocurrió en el estado de Texas. Una revista muy popular durante los años noventa que hoy no es más que un vil blog de internet de nombre “Glassdrop Watchers Society” traducido al español como “La sociedad de los vigilantes de Glassdrop” publico un artículo titulado “American Haunting” o “posesión americana” en su número 124#.
En dicho artículo se relataba la historia de terror más fantástica que el mundo hubiese leído hasta ese punto. Dicha historia era la tragedia de la familia Howard, en específico los sucesos de la caída en la demencia de Jannette Howard y la tortura de su única hija Ann Howard.
La casa fue descrita como “El nido de todo mal existente”, de alguna manera la revista había conseguido infiltrarse a la casa y tomar fotos del interior. Sin un pariente cercano para impedírselos legalmente no hubo quien tomara acción para cancelar la publicación de dicho artículo en la revista.
Las imágenes describían lo asquerosa y horripilante que se había vuelto la casa en cuestión de semanas, incluso días según recordaba Ann. Había fotos del baño que de una u otra forma más que lleno de suciedad y desechos tenía rastros de moho, y podredumbre, años después Ann aprendería sobre qué tipo de condiciones micro climáticas permiten la proliferación de las especias fúngicas.
Se podía observar un retrete en cuyo tazón había líneas negras que se notaban densas con flora y fauna bacteriana. Un espejo fracturado sobre el lavamanos, con garabatos y rayones de labial.
Toallas regadas y desgarradas en el piso y papel higiénico deshojado y acumulado en una de las esquinas junto al retrete.
Había fotos de aquel aterrador sótano. Que con la luz de los flash de las cámaras no lucia tan aterrador, sin embargo, los recuerdos de Ann eran otros. En este vacío sótano se encontraba un colchón destripado con un resorte oxidado asomándose por el lateral, mostraba manchas de hongos y de humedad, como si alguien se hubiese orinado en él.
El boiler que había visto mejores días y que ahora mostraba rayones donde la pintura había sido removida a base de raspones con un objeto metálico o cuando menos duro, en el que la chica marcaba los días que pasaba ahí. 8 días estaban marcados.
Se pueden observar los empaques de barras de granola y alguno que otro comestible que tuvo que atesorar para preservar su sanidad mental y salvaguardar su bienestar físico. A la fecha era incapaz de comer dicha marca de alimentos, incluso el sabor de la granola le provocaba arcadas.
Una fotografía del primer piso donde la sala lucia desecha, como si una multitud hubiese pisoteado los muebles, deshojado los libros de las repisas. Una mancha de aquel moho característico de la casa en la alfombra que probablemente apareció tras dejar un grifo desatendido. Y en la pared de televisión aquella que daba cara contra el pasillo de la entrada se encontraba casi intacto aquel reloj del gato Félix, roto, con los ojos siempre encima de todo aquel que osase entrar en su dominio. Era como si tuviese una conexión psíquica con su madre. No importaba el ruido que hiciese, si el reloj la veía era el fin de su intento de escape, y vaya que no hubo muchos de esos.
La última foto mostraba el exterior y relataba con suma precisión los hechos que Ann le contó a la policía con ayuda de su ahora madrastra quien había sido nombrada guardián legal de la chica años previos al incidente.
Una casa suburbana como cualquier otra, de dos pisos con techo puntiagudo, exterior de color lila. Una ventana estratégicamente colocada sobre la puerta principal, pero a la altura del segundo piso.
Hubo una vez en la que Ann tuvo que visitar la casa del terror, no bajo del auto, pero su ansiedad manifestó una imagen de su madre parada frente a esta ventana, asechándole. Sabía que no era real, pero su corazón creía lo contrario.
Finalmente, en la foto se podía observar el jardín, y la acera, delimitando la propiedad. Debajo de la foto se encontraba la leyenda.
“Se encararon por última vez en este sitio. Cuando la pequeña Ann piso el asfalto, fue como si una barrera invisible de protección se hubiese levantado entre ella y su madre. Es bien sabido que una maldición no puede salir del lugar en el que asecha”.
Ann no creyó ni una sola palabra de dicha leyenda, sin embargo, toda la escuela y sus vecinos parecían creer lo contrario. Ann y su madrastra habían recibido el diagnostico de un especialista que definió el comportamiento de Jannette como una aflicción degenerativa activada por un evento desconocido, probablemente alguna herida craneal o derrame no identificado. No pudo ser un reporte detallado, ya que una vez que llego la policía y forzó a Jannette a subir a la patrulla, una desmesurada fuerza tuvo que ser usada para someterla y obligarla a entrar al vehículo.
Los noticieros o la policía nunca lo aceptarían, pero Ann recordaba con claridad como golpearon a bastonazos la cabeza de su madre. Como la llenaron de moretones en las costillas