Mantra

Romantizando la Colina Silenciosa

La vida solía ser sencilla. Despertar por las mañanas, tomar una ducha, secarse el cabello mientras bebía una taza de café frente a la ventana. Volver al cuarto para elegir la ropa que vestiría, ropa de la que no está enteramente orgullosa, pero que se le va a hacer a la moda de principios de los 2000.

Cuando la mayor preocupación era saber si aprobaste la tercera evaluación, que es lo que vestirías para los estúpidos bailes, como asegurarte de que tu pareja vistiera algo decente. Esos eran las preocupaciones de Ann hace ocho años.

Desde entonces las cosas han cambiado. Omitiendo la situación actual, Ann podría decir que su vida había sido mayormente feliz, plena. Era evidente que uno podía superar y mejorar cada día siempre y cuando estuviera disponible a aceptar la ayuda.

Tuvo mucho ayuda. Desde su madrastra Jessica recibiéndola en su casa, su padrastro Winston haciendo cada tipo de modificaciones para que ella se sintiera bienvenida y como un miembro más de la familia. Su amiga Karen quien le acompaño desde la secundaria, fue de las pocas chicas que no se burló de ella por su pasado tormentoso o que emitió algún tipo de juicios. Fue Elliot quien le auxilio para que lograse entrar al equipo de debate, aquel que se desvelaba con ella poniendo en peligro sus propias calificaciones con tal de asegurarse que su presentación fuese la mejor.

Eso fue lo que la había llevado a elegir su carrera, decidir que sería consejera vocacional. Fue afortunada de poder estudiar un grado mayor en psicología y uno menor en literatura, de modo que la escuela y guiar a los demás se había convertido en su meta. Intentaría darles el empujón, el soporte y el apoyo para que ellos pudiesen hacer sus vidas mejores, dentro y fuera de la escuela.

Le iba bien, claramente no tenía el sueldo más generoso que alguien pudiese tener, pero ayudaba a pagar las cuentas de aquel apartamento que rentaba junto con una de sus compañeras de trabajo. Le permitía pasar tiempo con su hermanastra, apoyarla en su pasión que era el soccer. Realmente tenía mucho talento. Todo el mes se había estado enfocando en conseguirle una prueba para la posición de medio delantera en el equipo de la universidad, tal vez incluso le conseguiría una beca.

Ella la impulsaba a ser la mejor jugadora de soccer posible. Le metió esa ambición en la cabeza. Le mostró un sitio tranquilo donde entrenar. La culpa la envolvía, y no había forma de deshacerse de esa sensación. Había estado tan enfocada sobre su madre que por un momento olvido que su hermana seguía allá afuera, pero que diferencia haría si entregaba 1 o 1000 volantes, si ella misma buscaba. La gente estaba desapareciendo cada semana y apareciendo muerta en el rio, igual que hace ocho años, igual que James con quien tampoco pudo hacer nada.

Estaba absorta en sus pensamientos, envuelta en una manta metálica, sentada sobre la banqueta. Tratando de sacarse de la cabeza las horribles imágenes que se habían impreso en su mente. Recordaba el color exacto de la sangre. Los ruidos ahogados que emitió. Cómo sus ojos se posaron sobre los suyos.

Qué es lo que estaba pasando con su vida, ¿acaso los dioses habían decidido hacer una comedia de ella?

Se sentía fuera de sí misma, incapaz de escuchar con claridad. Había pasado tanto tiempo que el sol y la ventisca se habían escapado, dejando en su lugar a la noche y un aire frio. La única iluminación era la torreta de la patrulla y un farol en el estacionamiento.

A la distancia pudo divisar una vieja camioneta Ford, de estilo pick up. Le reconoció al instante. Era la misma en la que fue a su graduación y aquella en la que le avergüenza admitir que le metieron mano por primera vez durante una cita en el auto cinema. Era Elliot.

Elliot se detuvo a una distancia considerable del área acordonada. Dejo las intermitentes y se acercó hacia el oficial que estaba controlando el perímetro. Llevaba ropas diferentes a las que traía el otro día, recordaba haberle visto con ropa similar durante su juventud, era un milagro que aún le quedase esa ropa, aunque su corte mediano no había progresado. Vestía unos jeans deslavados de color azul claro, llevaba unas botas chocolate y una camisa a cuadros de color roja, una diferente a la que vio en el supermercado, en su cabeza cubriéndole el cabello llevaba una gorra de trailero, aquellas que tienen los costados de un color decolorado, frente blanco con el logo de una marca, y una visera de color café, en su caso era de Ford. Encima llevaba una chamarra de mezclilla rota, que realmente había visto mejores días, fue la misma que llevaba el día que se peleó con Toby y perdió. Solo para después propinarle una paliza junto con James. ‘

Elliot le señalo al oficial que iba con Ann, por lo que le dieron acceso. Este se acercó a un paso apresurado casi dando saltos. Cuando estuvo frente a ella observándole a los ojos le dijo. —¿Quieres que nos vayamos de aquí?

Ann asintió. Se quito la manta de los hombros y la dejo sobre la banqueta. Extendió la mano para que Elliot le ayudara a levantarse y juntos caminaron hacia su camioneta. Este intentó darle un poco de confort a través de un abrazo, sin embargo, ella le empujo, aun no estaba lista para intercambiar ese tipo de contacto, no después de lo que acababa de vivir. Elliot intento comprender, pero se sintió decepcionado.

Al llegar al vehículo le abrió la puerta del copiloto. Se sorprendió de ver que el vehículo estaba más limpio que lo que el acostumbraba durante la prepa. Supongo que todos maduran en algún punto. Se trepo al asiento, cerró la puerta y se dejó caer sobre la ventana. Estaba cansada, y solamente deseaba salir de ahí.



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En el texto hay: crimen, monstruos, horror

Editado: 13.10.2025

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