Clara estaba convencida de que su jefa había perdido la cabeza.
—Quiero una campaña fresca, divertida, que haga que todos quieran descargarse nuestra app —dijo Patricia, la directora de marketing, agitando su taza de café como si fuera una varita mágica—. Y tú, Clara, eres la persona ideal para hacerlo.
La oficina entera parecía contener la respiración. Clara, no tanto.
“Ideal, claro”, pensó, con la sonrisa más rígida que pudo fingir. Como si haber sobrevivido a un puñado de citas del terror en su vida la convirtiera en experta en relaciones. Su récord romántico podía resumirse en tres palabras: huida, lágrimas, bloqueo.
—¿Y qué… exactamente… quieres que haga? —preguntó, temiendo la respuesta.
Patricia dejó la taza sobre la mesa y juntó las manos con teatralidad.
—Vívelo. Quiero que lo experimentes en carne propia. Descarga la app, haz match, sal a citas… documenta TODO. Queremos contenido auténtico, nada de guiones falsos.
Clara parpadeó. Una. Dos. Tres veces.
—¿Quieres que… que me convierta en mi propio conejillo de indias?
—Exacto —Patricia sonrió como si hubiera entregado la idea del siglo—. Lo llamaremos “Manual de citas para torpes”.
La oficina estalló en murmullos y risitas contenidas. Clara sintió cómo sus mejillas ardían. “Torpes”. Ni hecho a medida.
De regreso a su escritorio, Clara abrió el portátil y miró el logo de la app titilando en la pantalla. Un icono rosa chillón con forma de corazón la invitaba a iniciar sesión.
Suspiró.
“Muy bien, Clara. Lo peor que puede pasar es que termines con una historia ridícula para contar en la oficina…”
Cinco minutos después, había creado un perfil que decía:
“Amante del café, experta en listas, torpe profesional. Swipe bajo tu propio riesgo.”
El móvil vibró. Primer match.
Clara sintió un cosquilleo extraño, mezcla de emoción y pánico.
Le dio click. El chico sonreía en la foto, rodeado de pesas de gimnasio. Su descripción: “Gym es vida. Keto 100%. Cripto inversor. Solo gente seria.”
“Bueno… al menos parece estable”, pensó. Y aceptó la invitación a tomar un café esa misma tarde.
Horas más tarde, frente a la cafetería, Clara repasaba mentalmente su estrategia de huida: fingir una llamada de emergencia, alergia repentina al gluten, o la siempre confiable excusa del gato enfermo (aunque no tenía gato).
Cuando entró, lo reconoció de inmediato: camiseta ajustada, bíceps que parecían globos de feria, y una sonrisa ensayada frente al espejo.
Él habló durante veinte minutos de Bitcoin. Luego quince sobre sus bíceps. Después diez mostrando una app de dieta que contaba calorías a partir de fotos. Clara asintió todo el tiempo, sintiéndose como una estatua con alma cansada.
Finalmente llegó el camarero con su latte. Ella suspiró aliviada: un respiro líquido.
Pero en cuanto dio el primer sorbo, el chico se inclinó hacia ella y soltó:
—¿Sabías que la cafeína interrumpe la quema de grasa cetogénica?
Clara tosió. Y la mitad del latte salió disparada por su nariz, directo a su blusa blanca.
Él le tendió una servilleta como quien entrega un tratado de paz.
—No te preocupes, me pasa todo el tiempo en el gimnasio.
Ella lo miró con los ojos entrecerrados, empapada y con olor a café.
“Manual de citas para torpes, capítulo uno: huir cuando aún es posible.”
De camino a casa, revisó su bolso: ni una muda de ropa, ni un milagro. La mancha de café parecía expandirse con cada paso.
El celular vibró. Una notificación del grupo de trabajo:
“¿Ya viste el viral de la chica que escupió café por la nariz en una cita? 😂😂😂”
Clara abrió el video.
Y ahí estaba. Ella. En pantalla completa.
El camarero debió grabarlo todo: su nariz roja, la blusa manchada, el chico keto ofreciéndole servilletas como si fueran pañuelos de boda. Todo acompañado de música cómica y subtítulos que decían “Keto vs Café: la batalla final”.
Se tapó la cara con ambas manos.
Definitivamente, el experimento había comenzado.
Con un croissant de chocolate en la mano —porque las catástrofes requieren carbohidratos—, subió las escaleras de su edificio. Rezaba por llegar a su departamento sin testigos, pero el universo tenía sentido del humor.
La puerta de al lado se abrió y apareció Leo, su vecino y mejor amigo desde la universidad. Pijama arrugado, pelo revuelto y un bol de cereales en la mano.
—¿Qué te pasó? —preguntó al ver la blusa manchada.
Clara levantó la bolsa de panadería como escudo.
—Investigación de campo. No preguntes.
Leo arqueó una ceja y dio un mordisco a sus cereales.
—¿Por casualidad esa “investigación” tiene algo que ver con el video viral que acabo de ver en Instagram?
Clara se quedó helada.
—¿Ya está en Instagram?
Él asintió, divertido.
—Con subtítulos. Y música de Benny Hill.
Clara gimió y se dejó caer contra la pared.
—Voy a renunciar. No puedo sobrevivir a esto.
Leo rió, sacudiendo la cabeza.
—Tranquila, torpe profesional. Apenas es tu primer match. Esto recién empieza.
Ella lo fulminó con la mirada, pero no pudo evitar sonreír con ironía.
Tenía razón. El desastre apenas arrancaba.
La mañana siguiente, Clara entró a la oficina como una fugitiva. Lentes oscuros, bufanda hasta la nariz y la firme esperanza de que nadie la reconociera.
Spoiler: todos la reconocieron.
—¡Nuestra estrella de internet! —exclamó Ricardo, el diseñador gráfico, apenas la vio—. ¿Podrías firmarme un café para la posteridad?
Risas. Aplausos. Incluso Patricia apareció en la puerta de la sala de reuniones, sonriendo como quien contempla un cuadro renacentista.
—Esto es oro puro, Clara. El engagement ha subido un 70% en doce horas. ¡Ni pagando publicidad hubiéramos conseguido tanto!
Clara deseó que la tragara el suelo.
“Genial, ahora soy la chica que escupe café por la nariz… oficialmente parte de la estrategia corporativa.”