Clara se miró al espejo con esa expresión entre resignación y esperanza que ya se había vuelto rutina. Había pasado apenas tres días desde su última “cita experimental” —aquella con el sujeto que pensaba que el verdadero romance consistía en comentar menús de comida rápida como si fueran obras de arte— y, sin embargo, ahí estaba de nuevo, ajustándose el vestido frente al espejo.
—Vale, Clara —murmuró mientras se ponía brillo labial—. Hoy no habrá caos, hoy no habrá drama, y sobre todo… hoy no habrá fuga por la puerta de emergencia.
El “match” de esta noche era Mauricio, un tipo que en su perfil había escrito: “Fanático del buen comer, sibarita de la vida, explorador de sabores.”
Clara, que se lo había tomado como una especie de foodie moderno, creyó que sería una buena idea. Al fin y al cabo, ¿qué podía salir mal en una cita con alguien apasionado por la gastronomía?
La respuesta, lo descubriría más tarde, era: absolutamente todo.
El restaurante elegido por Mauricio era un buffet libre, el tipo de lugar en el que los camareros apenas se dignaban a saludar porque sabían que los clientes no duraban mucho sentados. Clara llegó puntual y lo encontró esperándola, vestido con una camisa tan ajustada que los botones parecían implorar por su libertad.
—¡Clara! —exclamó, extendiendo los brazos con exagerado entusiasmo—. ¡Por fin en persona! Tu foto de perfil no te hace justicia.
Ella sonrió con educación, intentando ignorar el modo en que él la miraba, como si fuera un plato recién salido del horno.
—Gracias, Mauricio. Bueno, ¿vamos?
Él no perdió tiempo en llevarla directamente al buffet, hablándole apasionadamente de cada bandeja.
—Mira esas alitas… doradas, jugosas, ¡como la octava maravilla del mundo! Y ese puré… firme, consistente, ¡una oda a la papa!
Clara rió por compromiso, pero notó algo raro: cada vez que ella se servía, Mauricio la observaba con fascinación, casi tomando nota de las cantidades.
—Tienes buena mano para elegir, ¿eh? —comentó con un brillo extraño en los ojos—. Me encanta ver a una mujer con apetito.
Clara se encogió de hombros. —Bueno, es un buffet. Sería raro venir a comer solo una ensalada, ¿no?
—Exacto, exacto. —Mauricio asintió, satisfecho—. Las mujeres flaquitas que picotean me aburren. Yo necesito ver… abundancia.
Clara ahogó la risa en un sorbo de agua. ¿Lo había dicho en serio?
La primera media hora fue un desfile de platos: Mauricio insistía en que probara esto y aquello, y cada vez que Clara aceptaba, él la aplaudía como si estuvieran en un concurso televisivo.
—¡Eso, muy bien! ¡Con dos postres! Así se hace.
—¿Perdón? —preguntó Clara, arqueando una ceja.
—Nada, nada. Solo que eres… perfecta. La mujer de mis sueños.
Clara casi se atragantó con la gelatina.
Lo peor llegó cuando él sacó el móvil y, sin previo aviso, le tomó una foto con el plato rebosante.
—¿Qué haces? —exclamó Clara, sorprendida.
—Es para mi grupo de WhatsApp. —Mauricio sonrió orgulloso—. Se llama “Reinas del buffet”.
—¿Perdón?
—Sí, es una comunidad de gente como yo, que apreciamos a las mujeres con buen diente. Nada de tonterías de dietas. ¡Queremos mujeres reales!
Clara sintió que la cara se le incendiaba. La idea de estar circulando en un chat con desconocidos mientras comía helado de vainilla no era precisamente la fantasía romántica que tenía en mente.
—Mauricio, eso es… muy inapropiado.
—¿Inapropiado? —él frunció el ceño, confundido—. ¡Es un halago! Eres como una musa gastronómica.
Clara respiró hondo y decidió no montar un escándalo en público.
La situación empeoró cuando un trozo de pizza se le resbaló del plato y cayó justo sobre su vestido. Mauricio, lejos de incomodarse, soltó una carcajada.
—¡Esto es oro! —dijo, sacando de nuevo el móvil—. ¡Un manjar caído del cielo!
—¡No, no, no! —Clara levantó la mano, intentando detenerlo—. ¡Ni se te ocurra!
Pero ya era tarde: el flash iluminó la mesa. Clara lo fulminó con la mirada.
—¿Sabes qué, Mauricio? Creo que ya comí suficiente.
—¿Tan pronto? ¡Pero si apenas íbamos por el segundo plato fuerte!
Clara se levantó, tomó su bolso y salió del restaurante sin mirar atrás, con la dignidad a medias (porque seguía teniendo una mancha de pizza en el vestido).
Caminar bajo las luces de la ciudad debería haberla calmado, pero lo único que sentía era una mezcla de vergüenza y rabia. “Reinas del buffet, ¡manda narices!”, pensó.
Y como si el universo disfrutara de su miseria, un mensaje le llegó al móvil: Mauricio la había etiquetado en una story.
Ahí estaba ella, con la pizza estampada en el pecho, bajo un título en neón: “Cuando encuentras a la indicada 🍕👑 #ReinaDelBuffet”.
Clara cerró los ojos y deseó que la tierra la tragara.
Fue entonces cuando escuchó una voz familiar a su lado.
—Bonito look. —Leo apareció con una sonrisa torcida, sosteniendo una bolsa de compras—. ¿Es la nueva tendencia de moda o simplemente es salsa de tomate?
Clara lo miró, a punto de soltar un gruñido, pero terminó riendo.
—No empieces, Leo. Ha sido… otra de mis maravillosas citas.
Él la observó en silencio, con ese brillo divertido y protector que nunca sabía si interpretar como burla o como ternura.
—Pues qué suerte que vivo al lado —dijo finalmente—. Así puedo acompañar a la Reina del buffet a casa.
Clara rodó los ojos, aunque no pudo evitar sonreír. Y mientras caminaban juntos, pensó que quizá, solo quizá, el universo no estaba tan empeñado en fastidiarla.
¡Perfecto! 🙌
ternura.
Clara caminaba con pasos rápidos, como si quisiera huir no solo de Mauricio y su “club secreto de reinas del buffet”, sino también de la humillación que había dejado atrás. A su lado, Leo caminaba con calma, sosteniendo la bolsa de supermercado en una mano y el paraguas en la otra, aunque no llovía.