El lunes en la oficina comenzó con un silencio sospechoso. Clara entró con su café en mano, convencida de que al fin podría pasar desapercibida tras su fin de semana de vergüenzas. Pero apenas cruzó la puerta del área de marketing, escuchó un coro perfectamente sincronizado:
—¡Buenos días, Pizza Queen!
Clara se detuvo en seco. Todos, absolutamente todos, desde el becario hasta su jefa Sofía, llevaban coronas de cartón de Burger King.
—No… no puede ser. —Clara apretó los ojos, deseando que fuera una pesadilla.
El becario, Nico, levantó su móvil y le enseñó un fondo de pantalla: la foto viral con la pizza en el vestido, convertida en sticker.
—Es arte, Clara. ¡Ya tienes tu propio fandom!
Clara quiso hundirse en el suelo.
—Muy gracioso.
—De hecho —intervino Sofía, con tono irónico—, lo es. Y bastante útil. Tu “accidente” ha generado más engagement que nuestras últimas dos campañas juntas.
Clara la miró horrorizada.
—¿Estás diciendo que mi humillación es una estrategia de marketing?
—No lo dije yo. —Sofía dio un sorbo a su café—. Lo dijo Internet. Y cuando Internet habla… nosotros obedecemos.
A media mañana, el equipo se reunió en la sala de juntas para brainstorming de la próxima campaña. Clara se sentó al fondo, con la esperanza de pasar inadvertida, pero Nico tenía otros planes.
—Propongo una serie de posts con situaciones reales de citas. —Se levantó emocionado—. Como, no sé, “El match que te lleva a un buffet y te convierte en meme”.
Todos rieron, menos Clara, que levantó la mano.
—¡Objeción! Eso es explotación laboral emocional.
—Suena a título de podcast —susurró otro compañero.
Sofía intervino con calma.
—Chicos, enfoquémonos. Queremos una campaña fresca, viral y cercana. Y nadie es más cercana al desastre amoroso que… —miró a Clara con una sonrisa maliciosa— nuestra Pizza Queen.
—¿Podemos dejar de decirme así? —Clara hundió la frente en la mesa.
—No —respondieron todos al unísono.
Durante la pausa de café, Clara intentó desahogarse con Ana, su compañera y única aliada en la oficina.
—Voy a terminar renunciando. Esto es insostenible.
Ana le pasó una galleta.
—Míralo por el lado positivo: al menos ya tienes branding personal.
—¡No quiero branding! Quiero paz.
—Cariño, en marketing no existe la paz. Solo métricas.
El colmo llegó después de la comida, cuando Sofía anunció con total naturalidad:
—Clara, vas a ser la cara de nuestra nueva sección en redes. Una serie de reels sobre “Lo que NO debes hacer en una cita”.
Clara casi se atraganta con el té verde.
—¿Perdón?
—Tú improvisas, Nico graba, y listo. —Sofía sonrió, implacable—. Eres auténtica, torpe y divertida. Exactamente lo que necesitamos.
—¿Torpe? —Clara frunció el ceño.
—En el mejor sentido. —Sofía le dio una palmadita en el hombro—. Piensa en esto como… investigación de campo con beneficios colaterales.
Clara rodó los ojos, pero aceptó. ¿Qué otra opción tenía?
La primera grabación fue un desastre glorioso. Nico la filmó fingiendo una cita en la cafetería de la empresa. Clara debía hacer “lo que no se debe hacer”: revisar el móvil todo el tiempo. Pero, por accidente, derramó el café sobre la mesa, luego se le cayó la cucharilla al suelo y, al intentar recogerla, golpeó con la cabeza a Nico.
El video terminó con ambos en el suelo, riéndose a carcajadas.
—Esto es oro puro —dijo Nico, enseñándole el clip—. Vas a romper TikTok.
Clara lo miró con resignación.
—Voy a romper mi dignidad, querrás decir.
Clara pensó que la pesadilla había terminado cuando guardó su portátil en la mochila. Pero apenas había apagado la computadora, Sofía apareció detrás de ella como un fantasma de las métricas.
—Ah, Clara, antes de que te vayas —dijo con una sonrisa sospechosa—. Recuerda que mañana grabamos el segundo reel. El de “No hables solo de tu ex en la primera cita”.
Clara se giró, con el rostro de alguien que preferiría tragarse un cactus.
—¿Tengo que actuar… un monólogo del ex?
—Exacto. —Sofía se acomodó las gafas—. Y hazlo natural. La gente ama tu naturalidad… especialmente cuando no la planeas.
El resto del equipo, que ya recogía sus cosas, se unió al bullying colectivo:
—¡Habla de lo tóxico que era! —gritó Nico desde su escritorio.
—¡Llora un poco, siempre vende! —añadió Ana, riendo.
—O mejor: dile al ex que aún guardas su sudadera —remató otro compañero.
Clara levantó las manos.
—¡Ya basta! Esto es una oficina, no un reality show.
—Error —replicó Sofía, dándole una palmadita en la espalda—. Esto es marketing. Y el marketing es un reality show.
Camino a casa, Clara repasaba mentalmente la lista de humillaciones: Pizza Queen, influencer improvisada, sudaderas de ex ficticios. Todo un currículum.
Pero en cuanto vio a Leo esperándola, el peso del día se alivió un poco.
—¿Y bien? —preguntó él, siguiéndola al ascensor—. ¿Cuántas veces te convertiste en meme hoy?
—Tres. Y ni siquiera intentándolo. —Suspiró—. ¿Sabías que ahora soy la “embajadora oficial de las citas fallidas”?
—Un título muy prestigioso. —Leo fingió tomar nota en el aire—. Deberías ponerlo en LinkedIn.
—Cállate. —Clara lo empujó suavemente con el hombro, pero sonreía.
Cuando llegaron al piso, Leo fue directo a su cocina como si viviera allí. Sacó la pizza congelada, puso el horno en marcha y volvió con un paquete de galletas en la mano.
—Tratamiento de emergencia, como lo prometí.
Clara se dejó caer en el sofá, exhausta.
—¿Sabes qué es lo peor, Leo? Que… parte de mí piensa que Sofía tiene razón. Que si me río de mis propios fracasos, la gente se va a reír conmigo y no de mí.
Leo la miró en silencio un momento, luego se sentó a su lado y le quitó un cojín de encima.
—Clara, la gente ya se ríe contigo. El único problema es que tú todavía no lo ves.