Manual de citas para torpes

Capítulo 5- Llamada Inesperada

Clara y Leo estaban tirados en el sofá, rodeados de migas de galletas y con el móvil de ella en la mano. Cada “match” era una excusa para una carcajada.

—Mira este —dijo Leo, señalando la pantalla—: “Busco mujer que sepa cocinar, pero que no me pida dieta. Prometo amarla tanto como a mis papas fritas”.

Clara casi se atragantó de la risa.

—¡Eso no es un perfil, es un anuncio de McDonald’s!

Leo estaba a punto de soltar otra broma cuando el teléfono de Clara empezó a sonar. Ella, sin pensar, deslizó para contestar.

—¿Clara Isabel? —la voz de su madre retumbó tan fuerte que el altavoz del móvil vibró.

Clara se quedó helada. Había olvidado que el altavoz seguía activado desde que mostraban los perfiles a dúo.

—Mamá, hola… —dijo con voz culpable.

Leo la miró, arqueando una ceja, y se llevó un trozo de galleta a la boca como si estuviera a punto de disfrutar del mejor espectáculo de la noche.

—¡¿Qué es ese video que anda rodando por internet?! —continuó la madre, indignada—. ¡Tú hablando de citas fallidas y la gente riéndose! ¿Qué necesidad tienes de que te humillen?

Clara quiso hundirse en el sofá.

—No es tan grave, mamá, eran cosas del trabajo…

Leo levantó el pulgar hacia arriba y susurró dramáticamente:
—“No es tan grave, mamá”, dice, mientras medio barrio la ve hacer el ridículo.

Clara lo empujó con el codo para callarlo, pero él seguía sonriendo como niño en navidad.

—¡¿cosas del trabajo?! —exclamó su madre—. ¡Clara, tú eres una mujer decente, no puedes andar exponiéndote de esa manera! Y si estás sufriendo porque no encuentras novio, ¡dímelo! Yo te busco uno, pero no así, por favor. Yo tengo conocidos, buenos muchachos, trabajadores, que no andan en esas aplicaciones raras.

Leo se tapó la boca para no soltar la carcajada, pero no lo logró.

—¿Tu mamá acaba de ofrecerte servicio de matchmaker? —susurró en tono burlón, pero por supuesto, el micrófono lo recogió todo.

—¿Quién es ese? —preguntó la madre, alarmada—. ¡Ah, ya tienes a alguien ahí!

—¡No, mamá! —Clara se puso roja como un tomate—. Es solo… Leo.

—Encantada, señora —dijo él a propósito, inclinándose hacia el móvil como si fuera un caballero de otra época—. Yo la mantengo informada de todo su entrenamiento de citas.

Clara se quería morir.

—¡Entrenamiento! —repitió la madre con voz de ultraje—. ¿Qué es esto, un circo? ¡Clara Isabel, si necesitas un hombre yo te lo busco, pero no permito que hagan de ti un experimento!

Leo ya no podía más. Estaba doblado de risa, agarrándose el estómago.

—Mamá, de verdad, estoy bien —dijo Clara, intentando sonar firme pero con la voz quebrada por las risas contenidas—. Es solo una broma, nada de humillaciones.

—Pues más te vale —refunfuñó la madre—. Porque si me entero de que sufres, yo misma me encargo de conseguirte alguien serio.

—Claro, mamá —respondió Clara, resignada.

—Encantado de conocerla, suegra —añadió Leo con toda la solemnidad del mundo.

Clara lo empujó con una almohada y terminó colgando la llamada mientras gritaba:

—¡Te odio!

Leo, muerto de risa, replicó:

—Si así es tu suegra, yo ya me siento dentro de la familia.

Clara dejó el móvil boca abajo en la mesa como si fuera un artefacto maldito.
—Perfecto. Ahora mi madre cree que estoy saliendo contigo y que encima ya te di el título de yerno oficial.

Leo, todavía con lágrimas de risa en los ojos, levantó las manos en señal de inocencia.
—Yo solo fui cordial. ¿Acaso no quieres un hombre que se lleve bien con tu madre? Eso es un plus en cualquier match.

Clara lo fulminó con la mirada.
—¡No te burles! Mi madre ya es capaz de empezar a comprar vajilla para la boda.

Leo se encogió de hombros con fingida modestia.
—Bueno, ¿y si tiene buen gusto? A lo mejor la vajilla está bonita.

Clara agarró un cojín y se lo lanzó a la cabeza. Él lo atrapó al vuelo, como si estuviera entrenado para esquivar proyectiles enojados.
—Mira, Leo, no te confundas. No eres mi novio, no eres mi yerno, y mucho menos mi salvación romántica. —Clara hablaba con el ceño fruncido, pero el temblor de su boca traicionaba la risa contenida.

Leo se inclinó hacia ella, apoyando el codo en el respaldo del sofá.
—¿Segura? Porque la señora ya me adoptó. Y yo no suelo decepcionar a las suegras.

Clara se tapó la cara con las manos.
—¡Esto es un desastre! Mi vida amorosa ya estaba en ruinas, ahora también mi reputación familiar.

—No lo mires así —contestó Leo, divertido—. En vez de ruinas, velo como cimientos. Desde ahí se construyen las mejores historias.

Clara apartó las manos del rostro y lo miró con un gesto que mezclaba fastidio y ternura.
—Eres insoportable.

—Y sin embargo —dijo él, tomando otra galleta con calma— aquí estás, compartiendo galletas conmigo.

Clara bufó, pero al final no pudo evitar sonreír.
—Que conste que es porque las compré yo.

Leo levantó la galleta en un brindis simbólico.
—A tu salud, futura suegra.

Clara estalló en carcajadas, Leo no podía ser normal y todavía con la risa atorada en la garganta, agarró el móvil de nuevo como si fuera un cuchillo de doble filo.
—¿Sabes qué es lo peor? Que mi madre ahora va a stalkearte. Te va a buscar en Facebook, en Instagram, hasta en LinkedIn. Y cuando vea tu foto de perfil con esa barba ridícula…

—¡Oye! —Leo se ofendió en broma, llevándose la mano a la barbilla—. Esta barba me da carácter.

—Esa barba parece el antes de un comercial de rastrillos.

Leo le lanzó una servilleta como venganza, pero falló y terminó tirando el vaso vacío de agua al suelo. Ambos se miraron, petrificados, antes de estallar en carcajadas otra vez.

—Bien, desastre nivel diez alcanzado —dijo Clara, agachándose para recoger los pedazos—. Me siento como en una sitcom.

—La tuya se llamaría Cómo arruinar citas y ganar una suegra en diez minutos.




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