Manual de citas para torpes

Capítulo 7- Notificaciones en Guerra

A la mañana siguiente........

La oficina estaba tranquila… demasiado tranquila. Clara sospechaba que esa calma solo podía ser preludio de desastre, como cuando tu madre se queda callada en el chat familiar: sabes que se viene sermón.

Entre correos y gráficos, su móvil vibraba como si tuviera epilepsia. Primero, mensaje de Leo:

Leo: “Buenos días, futura esposa adoptiva de mi madre. ¿Ya desayunaste?”
Clara: Ignorar.

Segundo, mensaje de su suegra honoraria:

Mamá de Leo: “Clara, cariño, encontré este vestido que te quedaría divino para la boda. No sé de quién, pero seguro para alguna futura.”
Clara: Ignorar con pánico.

Y tercero, la app de citas. Sí, ESA. La app que Clara había jurado abandonar. Una notificación brillaba en pantalla como una bomba de tiempo:

Mateo (¿¡MATEO!?): “Hola. Eres la chica de la sonrisa rara en la foto, ¿no?”

Clara casi tiró el móvil al suelo. Mateo. El nuevo. El analista perfecto. El del tupper de pasta. ¿Él? ¿En la app?

Tragó saliva. No puede ser… no puede ser…pensé que anoche había visto mal, que todo era un sueño, pero aquí está, en la App, que horror...

Pero cuando levantó la mirada, ahí estaba: Mateo, a pocos metros, con la misma camisa perfectamente planchada, digitando algo en su teclado como si no hubiera abierto un agujero negro en su vida.

Clara tomó aire. No podía vivir con esa intriga. Así que, en la pausa del café, lo acorraló.

—Oye, Mateo… —dijo con tono casual, aunque su corazón hacía breakdance.
—¿Sí? —respondió él, con su sonrisa habitual.
—Pregunta hipotética… —Clara ladeó la cabeza—. ¿Qué tan común es que un nuevo empleado… cof cof… aparezca en apps de citas… con cara de analista misterioso?

Mateo la miró, sorprendido. Luego, sonrió como si hubiera esperado ese momento.

—Depende —contestó—. ¿Qué tan común es que una compañera aparezca en esas mismas apps… con foto de sonrisa rara?

Clara se atragantó con el café invisible que no tenía en la mano.

—¡¿Cómo sabes lo de mi sonrisa rara?! —balbuceó.
—Porque la vi en la app —dijo él, encogiéndose de hombros, como si fuera lo más normal del mundo—. Y pensé: “si en persona me hace reír, ¿por qué no darle ‘like’ también aquí?”

Clara abrió y cerró la boca como pez fuera del agua. Negación, fase uno.

—Eso… eso no prueba nada —farfulló—. Puede ser un clon tuyo, un gemelo perdido, un deepfake.

Mateo se rio.

—Tranquila, no voy a decir nada. Solo que ahora tenemos un secreto laboral compartido.

Clara puso los ojos en blanco, pero por dentro quería gritar. Genial. Primer día y ya tengo romance de oficina versión app.

Justo entonces, el móvil vibró otra vez. Notificación triple.

Leo: “¿Ya te llegó mi audio de 3 minutos cantando?”
Mamá de Leo: “Clara, ¿qué opinas de que Leo y tú hagan un TikTok juntos? Podrían hacerse virales.”
App: “¡Tienes un nuevo match! Mateo acaba de dar like a tu perfil.”

Clara suspiró, mirando al techo como si pudiera pedir un reset.

—Dime, Mateo… —dijo, resignada—. ¿Por qué siento que mi vida se convirtió en un circo… y tú acabas de comprar entrada en primera fila?

Mateo sonrió, levantando su taza.

—Porque los mejores espectáculos son en vivo.

Clara se cubrió la cara con ambas manos. Definitivamente, necesito vacaciones.

Clara volvió a su escritorio con el móvil ardiendo en notificaciones. La oficina parecía tranquila: teclados sonando, el aire acondicionado tosiendo como siempre, Marta asomándose cual radar de chismes. Pero dentro de su bolso, el teléfono vibraba como una licuadora poseída.

Decidió mirar.

Leo: “Hola Clara, ¿estás ocupada o libre para que te escriba cada 30 segundos? 😎”
Clara: “Estoy en la oficina, Leo. Eso significa: ocupada.”
Leo: “Perfecto, así te distraigo.”
Clara: “…”

No habían pasado ni cinco segundos cuando otra notificación apareció.

Mamá de Leo: “Clara, ¿qué piensas de que Leo lleve traje blanco en la boda?”
Clara: “¿QUÉ boda?”
Mamá de Leo: “La que algún día habrá 😏.”

Clara apretó el puente de la nariz. Paciencia. Respira.

Y entonces… la app decidió traicionarla otra vez.

App de citas: “Mateo acaba de enviarte un mensaje.”

Clara giró la cabeza con disimulo. Allí estaba Mateo, a tres escritorios, como si nada. Su pantalla brillaba y… ¿acaso estaba sonriendo al móvil?

Con el corazón desbocado, Clara abrió el chat:

Mateo: “Entonces, ¿confirmamos que la cafetera es más tóxica que la impresora?”
Clara: “¿Tú me estás escribiendo aquí, mientras estás a 5 metros de mí?”
Mateo: “La tecnología es para aprovecharla. Además, no quiero que Marta me escuche si hablo contigo.”




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