Manual de citas para torpes

Capítulo 8- Match con Factura lncluida

Clara llegó a casa con la misma energía que un teléfono con 2% de batería. Dejó los tacones en la entrada como si fueran armas de destrucción masiva, lanzó la mochila al sofá y fue directa a la ducha.

—Si el agua no me lava las desgracias del día, al menos que me quite el olor a café explosivo —murmuró, recordando el atentado de la cafetera en la oficina.

Diez minutos después salió envuelta en una toalla, con el pelo en otra, caminando como momia y pensando en desaparecer bajo las sábanas.

Entonces se puso a repasar la lista de matches como si fuera un menú de desgracias. La jefa quería material auténtico para el reportaje, pero ¿cómo se suponía que encontrara algo peor que el tipo que coleccionaba figuritas de anime y pedía que lo llamaran “sensei”?

Entonces apareció.
“Andrés, 34. Emprendedor de la vida. Busco mujer trabajadora, independiente, que me inspire… y que no tenga problema en invitar de vez en cuando”.

Clara se llevó la mano a la frente.
—¿“Invitar de vez en cuando”? Traducción: “quiero una sugar mami con horario de oficina”.

Pero el destino tenía otros planes.

Ding-dong.

—¿Quién demonios? —farfulló, mientras se apresuraba a ponerse un pijama con dibujos de aguacates sonrientes.

Abrió la puerta y, cómo no, allí estaba Leo. Jeans, camiseta, y una sonrisa que parecía saber todos sus secretos.

—Vengo en misión oficial —anunció, levantando una bolsa de galletas y otra de papas fritas—. Hay que elegir al candidato para tu próximo reportaje.

—¿Puedes avisar antes de invadir la vida de alguien? —dijo Clara, aunque ya le estaba quitando las papas de la mano.

—¿Y perderme la oportunidad de verte con ese pijama de aguacates? Ni loco.

Clara rodó los ojos y se dejó caer en el sofá. Leo se sentó a su lado, abrió su portátil y puso la app de citas en modo pantalla grande.

—Bien, Pizza Queen, revisemos tu zoológico romántico.

Clara suspiró.
—Prometí a mi jefa un nuevo reportaje… y creo que me acabo de condenar al infierno con un tal Andrés.

Leo se inclinó con teatral interés.
—¿Andrés? ¿El de “emprendedor de la vida”? ¿El que busca mujer que lo invite de vez en cuando?

—Ese mismo —dijo Clara, tapándose la cara con el cojín—. Me odia el universo.

—No, no, no —corrigió Leo—. El universo te adora, por eso te manda comedia gratis. Vamos a investigarlo.

Abrió el perfil y leyó en voz alta:
—“Fan del crecimiento personal, coach autodidacta, experto en finanzas… cuando mi socia paga”.

Clara no aguantó y soltó una carcajada.
—¡Ese hombre es un parásito con cuenta de Instagram motivacional!

Leo sonrió.

—Perfecto. ¡Es contenido de oro para el reportaje! Dale match, Pizza Queen.

—Clara, esto es sacrificio laboral. Tu jefa lo entenderá. Además, piensa en la humanidad: alguien tiene que exponer a estos especímenes. Tú vas, tomas notas, y cuando él pida que pagues la cuenta, ¡zas! material viral.

El móvil de Clara vibró: un mensaje de su madre.
"Hija, no olvides que el amor verdadero se nota en cómo un hombre paga la cena. Si no paga, no sirve."

Leo lo leyó por encima del hombro y aplaudió.
—¡Tu madre y yo coincidimos por primera vez en la vida! Esto hay que celebrarlo.

Clara lo empujó, indignada.
—¡Tú eres el culpable de que mi madre se entere de todo! Seguro fuiste tú quien le contó que estoy en las apps.

—¿Yo? —Leo se llevó la mano al pecho, fingiendo ofensa—. Jamás. Bueno, tal vez… se me escapó en la sobremesa del domingo. Pero fue un accidente adorable.

Clara lo fulminó con la mirada.
—Eres un chismoso profesional.

—Prefiero “agente encubierto de información estratégica” —contestó él, robándole otra papa.

El sofá pronto quedó cubierto de migas, el portátil abierto con el perfil de Andrés brillando como una amenaza, y Clara preguntándose en voz alta:

—¿En qué momento mi vida se convirtió en un reality show?

Leo, sin despegar la vista de la pantalla, respondió tranquilo:
—En el momento exacto en que hiciste swipe right.

Clara se mordía las uñas frente a la pantalla.
—Si le doy match, me condeno. Si no le doy, mañana no tengo reportaje y mi jefa me arranca la cabeza.

Leo, con un aire de estratega militar, se estiró en el sofá.
—La misión es clara: infiltrarte, observar y salir con vida. Piensa que no es una cita, es un experimento social.

—¿Y qué hago si me pide que pague la cena en el primer minuto? —preguntó Clara, con los ojos como platos.

Leo levantó un dedo.
—Plan A: finge que olvidaste la cartera y mira cómo reacciona.
—¿Y si me dice que tampoco trajo la suya?
—Plan B: sales corriendo al baño y nunca regresas.
—¡Leo! —Clara lo golpeó con el cojín—. ¡Necesito ideas útiles, no estrategias de fuga de película!

Leo se rió.
—Está bien, está bien. Plan C: aceptas pagarlo, pero luego lo escribes en el reportaje con letras mayúsculas: “Este hombre pidió que lo mantuviera con un café triple latte sin remordimientos”.




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