El miércoles arrancó con un sol insolente, brillante y feliz, como si el universo no tuviera nada mejor que hacer que reírse de Clara y su destino: prepararse para una cita que olía a catástrofe anunciada.
Entró a la oficina con paso decidido, dispuesta a pasar desapercibida. Pero claro, en esa oficina nunca se podía pasar desapercibida.
Marta, con su radar de chismes siempre encendido, fue la primera en atacarla.
—Buenos días, Clarita. ¿Qué tal esa carita de “escondo un secreto enorme”?
Clara tragó saliva.
—Es… cansancio. Dormí poco.
—Ah, claro, porque la almohada te estuvo preguntando toda la noche “¿qué te vas a poner en tu cita?”.
Los demás se rieron, como hienas en la sabana. Clara quiso hundirse bajo el escritorio.
—No es una cita —balbuceó.
Raúl, desde IT, levantó la vista.
—¿Entonces por qué ayer buscabas vestidos en Google en vez de informes de marketing?
—¡Era investigación para la campaña de la app! —Clara levantó la voz, indignada.
—Ajá —dijeron todos al unísono, como un coro de sospechosos.
La cafetera eligió ese momento para zumbar y escupir agua como si confirmara la conspiración.
Clara se levantó indignada, pero apenas se sirvió café, vibró su móvil. Era Leo:
Leo: He diseñado un plan de supervivencia para tu cita. Incluye rutas de escape y una excusa creíble.
Clara: ¿Qué excusa?
Leo: Decir que tienes que ir a alimentar a tu pez dorado. Clásico, infalible.
Clara: ¡No tengo pez dorado!
Leo: Ya, pero el vividor tampoco va a pedir pruebas. Confía en mí.
Clara casi se atraganta con el café. Lo peor: Marta la observaba desde la otra mesa con una sonrisa felina.
—¿Era tu novio? —preguntó Marta, demasiado fuerte.
—¡No! —Clara respondió tan rápido que todos voltearon a mirarla.
En ese preciso instante apareció Mateo, impecable como siempre.
—¿Pasa algo? —preguntó con esa sonrisa tranquila que sacaba de quicio.
—Nada —contestaron todos, menos Clara, que escondió el móvil como si fuera evidencia criminal.
A media mañana, el subjefe la llamó a su oficina para discutir “progresos”. Clara entró con su libreta de apuntes y la mente en otra galaxia.
—Necesitamos ideas frescas para la app —explicó el subjefe—. Algo real, algo con chispa.
Clara asintió, pensando en todo menos en chispa: en zapatos, en excusas de pez dorado y en cómo evitar morir socialmente esa noche.
De regreso a su escritorio, recibió otro mensaje. Esta vez, de su madre:
Mamá: Clara, recuerda que los hombres analizan las manos. No te olvides de la manicura.
Clara: ¿Cómo sabes que tengo cita?
Mamá: Las tías están en todo, mija. Tenemos más satélites que la NASA.
Clara apretó el móvil contra la frente, resignada. Entre Leo y su madre, ya no necesitaba enemigos.
Para rematar, la hora de la comida fue un circo. Clara intentó comer en paz su ensalada aguada, pero Marta no dejó de insistir:
—Entonces, ¿vas a ir con vestido rojo o negro?
—¡Ninguno! —dijo Clara, con un pedazo de pepino atorado en la garganta.
Mateo levantó la vista de su tupper de pasta casera.
—El rojo es buen color —opinó, como si no acabara de meter fuego en el campo de batalla.
Marta abrió los ojos como platos.
—¿Ves? ¡Hasta Mateo te aconseja! Esto ya es destino.
Clara estaba tan colorada que parecía el tomate que nunca se comió de su ensalada.
Por la tarde, en plena reunión, intentó concentrarse. Pero Leo volvió a atacar:
Leo: Recuerda: NO pagues la cuenta completa. A esos “chapas” les encanta hacerse los olvidadizos.
Clara: Estoy en reunión. ¡Deja de enviarme estrategias de guerra!
Leo: Esto es más importante que tu reunión. Tu bolsillo está en juego.
Clara soltó un bufido que hizo que el subjefe levantara la ceja.
—¿Algo que quiera añadir, Clara?
—Ehh… sí, que… que la app debe ser más… rentable.
—Exacto —dijo el jefe, complacido, sin notar el sudor frío de Clara.
Finalmente, al terminar el día, agotada y con la cabeza hecha un lío de ropa, tacones y peces dorados inexistentes, Clara se convenció de algo: necesitaba refuerzos inmediatos.
Cuando abrió la puerta de su casa, todavía pensando en esconderse debajo de la cama, se topó con la escena más predecible y surrealista a la vez: Leo en su cocina, con pizza y cara de “soy tu salvación no solicitada”.
—Operación Pre-Cita comienza ahora —anunció, levantando la caja de pizza como si fuera la antorcha olímpica.
Clara dejó caer la mochila.
—Dime que es una pesadilla.