El restaurante elegido por el match era de esos que intentaban parecer elegantes, pero cuyo mantel tenía más manchas de vino que currículum de influencer. Clara llegó puntual, vestida con su vestido rojo, segura de que podía con la misión.
El vividor —alias Andrés, empresario de oportunidades— ya estaba ahí. Camisa blanca desabrochada hasta el tercer botón, reloj brilloso que claramente había sido comprado en un mercadillo y una sonrisa que decía: “quiero que me mantengas, mi amor”.
—¡Clara! —exclamó, levantándose con un gesto teatral—. Eres aún más bella de lo que imaginé.
Clara sonrió con diplomacia y se sentó. Antes de poder abrir el menú, él ya hablaba:
—Mira, yo creo que la vida es para disfrutarla. Y por eso, lo que más valoro en una mujer es que sea trabajadora, independiente… alguien que pueda sostener a un hombre.
Clara casi se atraganta con el agua.
—¿Sostener…?
—Claro —dijo Andrés con naturalidad, como si hablara de la fotosíntesis—. A mí no me gusta esclavizarme con el trabajo, ¿sabes? Mi sueño es poner un bar en la playa y que mi pareja lo financie.
Mientras tanto, el móvil de Clara vibraba bajo la mesa. Era Leo, con su clásico oportunismo digital.
Leo: ¿Cómo va la cita? ¿Ya te pidió que le pagues el Uber de regreso?
Clara: (escribiendo rápido bajo la mesa) Shhh. Aún no, pero creo que está practicando el discurso.
Leo: Te apuesto una pizza a que en 10 minutos te dice que olvidó la cartera.
Clara levantó la vista y ahí estaba Andrés, sonriendo como si hubiera descubierto América.
—Sabes, me encantaría llevarte a Cancún. Claro, cuando me salga un negocio que estoy esperando. Pero mientras, quizá podrías adelantarme unos fondos…
Clara lo miró fijamente, pensando en dos cosas: uno, que Leo tenía un sexto sentido para los vividores; dos, que esto iba a ser oro para el reportaje.
—Ajá, interesante —dijo ella, sacando discretamente su grabadora del bolso como quien saca un espejo—. Cuéntame más de ese negocio.
Andrés se infló como pavo real.
—Bueno, es un emprendimiento único: importación de piedras energéticas que atraen la abundancia. Solo necesito una socia inversora…
Clara tecleó bajo la mesa.
Clara: Perdí la apuesta. No fue el Uber, fue un “emprendimiento de piedras mágicas”.
Leo: JAJAJA, ¿ves? Te dije que este era material de zoológico humano. ¡Graba todo!
De pronto, el camarero llegó con la carta. Andrés, muy caballeroso, empujó la suya hacia Clara.
—Ordena lo que quieras, cielo. Eso sí… el postre lo dejamos, porque ando en una racha de austeridad temporal.
Clara alzó las cejas.
—¿Austeridad temporal?
—Sí, hasta que cobre una inversión que hice… bueno, que voy a hacer.
El móvil volvió a vibrar.
Leo: ¿Quieres que llegue de “emergencia” a salvarte? Tipo primo perdido que te viene a buscar.
Clara: NO. Quédate lejos. Esto es trabajo.
Leo: Sí, pero admítelo, te haría gracia que apareciera con un bigote falso.
Clara casi suelta la risa. Tuvo que disimular bebiendo agua.
Andrés, ajeno al chat subterráneo, se inclinó sobre la mesa.
—Clara, lo siento si soy muy directo, pero siento que tenemos una conexión. Y… ¿sabes qué? Me vendría bien una mujer como tú para ayudarme a alcanzar mis sueños.
Clara pestañeó.
“Sí, claro”, pensó, “pero mis sueños no incluyen mantener a un adulto con camisa abierta”.
Ella sonrió con todo el profesionalismo que pudo reunir.
—Andrés, lo que me cuentas es… revelador. —Y tecleó con rapidez bajo la mesa—:
Clara: Leo, ve calentando el horno. Creo que me has ganado la pizza.
Clara decidió que, si ya estaba allí, bien podía convertir la cita en un safari. El espécimen frente a ella no se veía todos los días, y el reportaje necesitaba pruebas.
—¿Y… cuál fue tu primer negocio? —preguntó, usando su tono más profesional.
Andrés se acomodó en la silla como un magnate.
—Bueno, empecé revendiendo relojes exclusivos…
Clara notó que el “exclusivo” que llevaba puesto aún tenía pegada la etiqueta de oferta del mercadillo.
—…después pasé a la importación de ropa de marca —siguió él—. Aunque, claro, los clientes no entendieron el concepto de “inspiración original”.
Clara arqueó las cejas.
—¿Inspiración original?
—Sí —sonrió él—. Copias, pero con esencia.
El móvil vibró en su regazo.
Leo: ¿Te está contando lo de las “copias con esencia”? JAJA, me muero.
Clara: Shhh, cállate, estoy grabando.
Leo: ¡No lo cortes! Esto es oro.
Clara respiró hondo para no reírse en su cara.
El camarero trajo la comida: para ella, un pollo con verduras; para Andrés, un filete enorme que ya estaba planeando fotografiar para Instagram.