El sábado amaneció con un sol descarado, como si la ciudad entera hubiera decidido celebrar algo de lo que Clara no estaba informada. Ella, en cambio, solo celebraba que podía quedarse en pijama hasta tarde y no escuchar el temible “Clara, ¿tienes un momento?” de su jefa.
Se acomodó en el sofá, lista para empezar su maratón de pereza, cuando el timbre sonó con la insistencia de alguien que tenía prisa o estaba a punto de venderle una enciclopedia.
—Si eres Leo con tus tonterías, te juro que te lanzo la cafetera —gruñó, caminando hasta la puerta.
Abrió… y ahí estaba Leo. Pero no traía pizza ni su típica sonrisa traviesa. Traía un sobre grande, sellado, con la cara más seria que Clara le había visto en meses.
—Antes de que me grites… —dijo él, levantando las manos como quien se rinde—. Esto no es idea mía.
—¿Qué es eso? —preguntó Clara, tomando el sobre con cautela, como si fuera dinamita.
—Llegó a tu buzón esta mañana. Y sí, lo abrí porque pensé que era para mí.
Clara lo miró incrédula.
—¿Tú… abriste mi correo?
Leo se encogió de hombros.
—Estaba a medias abierto. Y decía algo de “citas”. Yo pensé que era publicidad de Tinder.
Clara abrió el sobre. Dentro había una carta elegante, con membrete oficial y todo:
“Estimada Clara Isabel, su participación en el proyecto de citas ha despertado el interés de una nueva entidad colaboradora. Será contactada en las próximas horas para una experiencia piloto. Agradecemos su disposición y compromiso”.
Clara leyó tres veces, sin entender.
—¿Entidad colaboradora? ¿Experiencia piloto? ¿Qué demonios significa esto?
Leo tomó la carta y fingió leer con voz grave:
—Traducción: alguien poderoso está muy entretenido viendo tus fracasos amorosos y quiere más.
—¡Esto parece una conspiración! —exclamó Clara, dejándose caer en el sofá—. ¡Yo solo quería sobrevivir a la oficina y ahora soy… un reality andante!
Leo sonrió, divertido.
—Bueno, míralo por el lado positivo: si esto se convierte en un show, al menos yo ya tengo el papel de “mejor amigo sarcástico”.
Clara le lanzó un cojín.
—No es gracioso. ¡¿Y si ahora me hacen salir con un político, un magnate raro, o peor… un influencer de motivación?!
Leo levantó las cejas.
—Eso sí que sería el verdadero apocalipsis.
El móvil de Clara vibró en ese instante con una notificación desconocida: “Su cita piloto está en proceso de confirmación. Prepárese para un fin de semana diferente”.
Ella y Leo se quedaron mirándose en silencio.
—¿Sabes qué? —murmuró Clara—. Tenías razón. Todo lo que podía salir mal… está a punto de empezar.
Clara aún sostenía la carta con la misma cara que uno pone cuando descubre que el helado en el congelador es en realidad caldo de pollo.
—Esto es un error. Seguro le llegó a la persona equivocada —murmuró, más para convencerse a sí misma que a Leo.
Leo ya estaba acomodado en el sofá como si fuera su casa, mordisqueando una de las galletas que Clara había escondido.
—Error nada, Clara. Esto tiene tu nombre completo, tu dirección y hasta tu número de nómina. ¡Tu jefa no juega!
El timbre volvió a sonar. Esta vez no eran golpes nerviosos: era un timbrazo largo, insistente, con vibraciones que retumbaron hasta en la lámpara del pasillo.
Clara se paralizó.
—No… no puede ser.
Leo la miró divertido.
—¿Apostamos a que es tu cita “piloto”?
—¡No! ¡Ni loca! No estoy vestida, no estoy peinada, no estoy… preparada! —Clara miró su pijama de unicornios y casi se desmaya—. ¡Me voy a cambiar!
—¿Cambiarte? —Leo arqueó la ceja—. ¿Para qué? Tú siempre dices que hay que mostrarse “natural” en las primeras citas.
—¡Natural no significa parecer que acabo de salir de un dibujo animado barato! —protestó ella, corriendo al dormitorio.
Leo, en lugar de detenerla, abrió la puerta.
Allí estaba: un hombre alto, de traje impecable, sonrisa ensayada de comercial de dentífrico y un ramo de flores más grande que la aspiradora de Clara.
—Buenas tardes, señorita Clara Isabel —dijo con voz profunda, como si estuviera presentando un noticiero—. Soy Julián, representante de la entidad colaboradora. Vengo a invitarla a una experiencia piloto única.
Leo no perdió tiempo.
—Encantado. Yo soy el guardaespaldas, chofer y psicólogo de Clara. —Se cruzó de brazos—. ¿Y qué tipo de “experiencia piloto” es? ¿La van a subir a un dron o qué?
Julián sonrió, sin perder la compostura.
—Nada de eso. Se trata de una nueva dinámica de citas en vivo. Usted, señorita, tendrá la oportunidad de conocer a un candidato exclusivo, seleccionado por nuestro comité de expertos.
En ese momento, Clara salió del dormitorio con una camiseta cualquiera y el pelo recogido en un moño improvisado. Se quedó congelada al ver al tipo con el ramo de flores.
—¿Esto es… una broma? —preguntó.