Manual de citas para torpes

Capítulo 14- Fin de Semana Caótico

El sábado por la mañana comenzó con el caos de siempre. Clara amaneció con esa energía extraña que aparece cuando uno decide, de la nada, que será “adulto funcional”. Su plan era preparar un desayuno digno de Instagram: tostadas con aguacate, café de cápsula y jugo recién exprimido.

El problema fue que jamás había sabido cortar un aguacate sin parecer cirujana novata. El fruto resbalaba, se le pegaba en las manos, la semilla no quería salir… y para cuando logró abrirlo, la cocina parecía escenario de una masacre verde.

Justo en ese instante sonó el timbre.

—¡Clara! —gritó Leo desde el pasillo—. ¡Traje galletas y… oh, wow! —entró, vio el desastre y se quedó de pie, con la boca abierta—. ¿Estás redecorando la cocina estilo Shrek explosion?

—¡No empieces! —gruñó ella, intentando limpiar su blusa—. ¡Era un desayuno digno de Pinterest!

—Pues parece más uno digno de CSI: versión guacamole.

Clara lanzó el cuchillo (sin filo, afortunadamente) al fregadero y le señaló la mesa.

—Siéntate. Te iba a invitar a café… aunque tal vez termine envenenándote.

Leo dejó las galletas sobre la mesa, aún riendo.

—Bueno, si sobrevivo, será otra anécdota para tu libro.

Después de desayunar a medias (porque gran parte del aguacate terminó en la basura y Leo prefirió devorar las galletas), decidieron salir a caminar. Clara insistió en que necesitaba “aire fresco”, aunque en realidad lo que necesitaba era escapar de la incomodidad de tener a Leo tan cerca en su casa.

Mientras paseaban por el parque, Clara señalaba perros y niños como si estuviera narrando un documental:

—Mira ese perro. Seguro tiene una vida más emocionante que yo.

—Probablemente. Él no tiene citas con tipos que cobran factura después de cenar.

—Muy gracioso.

—Gracias. Comediante frustrado, a tu servicio.

El paseo terminó en un puesto de helados. Clara escogió pistacho con arándano y Leo se llevó las manos a la cabeza.

—¿Quién elige eso?

—Yo. Y lo disfruto —contestó, dándole un lametazo exagerado.

Se quedaron en silencio, mirándose de reojo. Fue ese tipo de silencio con electricidad escondida, de los que Clara rompió enseguida.

—Entonces… ¿qué hacemos mañana?

Leo respondió demasiado rápido, como si lo hubiera pensado de antemano:

—Películas en tu casa. Yo llevo pizza, tú no cocinas nada y así reducimos el riesgo de intoxicación.

Clara le pegó en el hombro con el cono.
—¡Pesado!

El domingo arrancó con drama interno. Clara frente al armario, probándose camisetas una tras otra como si fuera a una gala en lugar de a un “simple maratón de pelis”. Finalmente se resignó a ponerse leggings y una sudadera vieja.

Cuando Leo apareció en la puerta, cargado con dos cajas de pizza y refrescos, la escaneó de arriba abajo con una sonrisa.

—Wow… ¿ese es tu look oficial de Netflix? Muy… cómodo.

—¿Qué esperabas? ¿Un vestido de gala?

—No, pero no me quejo. Es… lindo.

Clara parpadeó. ¿Lindo? ¿De verdad lo había dicho? Leo carraspeó.
—Quiero decir… eficiente. Sí, eficiente.

Ella fingió una risa, aunque por dentro sintió un cosquilleo tonto en el estómago.

Se acomodaron en el sofá con mantas, cajas abiertas y una discusión absurda sobre qué película ver.

—Comedia romántica —pidió Clara.

—Explosiones —pidió Leo.

El compromiso fue una comedia de acción en la que un chef resolvía crímenes con cuchillos de cocina.

—Mira, perfecta para ti —dijo él—. Si alguien intenta robarte el aguacate, este tipo sabrá defenderte.

Clara casi escupe la soda de la risa.

La pizza salió medio carbonizada en los bordes, pero nadie se quejó. Comieron directo del cartón, compitiendo por los trozos más grandes. Fue ahí cuando sus manos chocaron.

—¡Eh! —protestó Clara.

—¡Es mía! —respondió él, con una sonrisa pícara.

Terminaron con queso derritiéndose entre los dedos y carcajadas que parecían no acabar nunca.

Más tarde, abrieron un envase de helado. Clara lo destapó con un cuchillo, y Leo aprovechó para molestarla.

—¿Sabías que existen cucharas de helado?

—¿Sabías que existen amigos que no se burlan?

Se pelearon por las últimas chispas de chocolate. Clara ganó arrebatándole la cuchara, y él terminó lamiendo el envase como un niño.

—Esto no es digno de adultos.

—Nunca dije que lo fuéramos.

Entre películas y bromas hubo silencios distintos, cargados de algo nuevo. Como cuando Clara apoyó la cabeza en el respaldo y Leo la miró, pensando que esa era su risa favorita. Se reprendió al instante: No seas idiota. Es Clara. Tu mejor amiga.




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