Clara estaba tirada en el sofá, con el pelo envuelto en una toalla turquesa y una mascarilla verde que olía sospechosamente a menta pasada de fecha. Frente a ella, el televisor reproducía una serie cualquiera de crímenes de los noventa, pero su atención no estaba en la pantalla, sino en el móvil que vibraba como si quisiera escapar de sus manos.
Un nuevo mensaje apareció en la pantalla. Era de Leo.
Leo: ¿Ya en casa?
Clara rodó los ojos. “Qué directo, como si no viviera al frente y no hubiera visto perfectamente que entré hace veinte minutos.”
Clara: Sí, sobreviviendo al tráfico de humanos.
Tardó unos segundos. Tres puntos parpadearon.
Leo: Ajá… ¿y cómo sobreviviste?
Clara frunció el ceño. ¿Qué clase de pregunta era esa? Se acomodó en el sofá y contestó:
Clara: Pues como siempre, caminando, respirando, esquivando farolas…
El teléfono vibró otra vez.
Leo: No me refería a eso. Digo… ¿cómo llegaste?
Ella se quedó mirándolo con sospecha. “¿Cómo que cómo llegué? ¿Qué es esto, un interrogatorio policial?”
Clara: ¿Con las piernas?
El emoji de ojos entrecerrados que Leo mandó de vuelta casi la hizo reír.
Leo: Ya, ya. Solo digo que estaba curioso. Porque escuché…
Los dedos de Clara se congelaron. “¡Oh no, lo escuchó! El terco de Mateo y sus declaraciones ridículas frente a mi casa. Perfecto. Exactamente lo que me faltaba.”
Antes de que pudiera responder, el móvil volvió a vibrar. Esta vez, no era Leo. Era su madre.
Mamá: Clara, ¿cómo ha estado tu día?
Suspiró. Su madre tenía la impecable habilidad de escribirle en los peores momentos.
Mamá: Y no me cambies de tema como el domingo, que todavía no me contaste qué hiciste el fin de semana.
Clara puso los ojos en blanco. “Claro, porque contarle que mi vida es básicamente una parodia romántica con capítulos de desastre no suena nada tentador.”
Decidió responderle rápido para que no siguiera mandando mensajes en cadena.
Clara: Todo bien, mamá. Trabajando, ya sabes, nada emocionante.
No habían pasado dos segundos cuando apareció la respuesta.
Mamá: ¿Y ese chico que escuché el otro día en altavoz? ¿El que se reía mucho?
Clara se atragantó con su propio aire. Se acomodó como pudo y volvió al teclado, pero en ese momento otro mensaje de Leo entró al mismo tiempo.
Leo: ¿Quién era?
Ella leyó ambos mensajes de corrido y tuvo que apretar el puente de la nariz para no gritar. “¿Se pusieron de acuerdo o qué?”
Clara: Mamá, ese era un vecino.
Leo: ¿Vecino?
“Genial. Ahora los dos preguntando lo mismo.”
Se le ocurrió un plan improvisado: responder con humor a ambos, pero sin dar demasiados detalles.
Clara a mamá: El vecino de toda la vida, mamá. El que cree que sabe cocinar pizza mejor que los italianos.
Clara a Leo: El vecino que hace preguntas extrañas en chats nocturnos.
El móvil vibró doble.
Mamá: Ahhh, ¿ese que te ayuda con las bolsas del súper? Siempre me dio buena espina. ¿Está soltero?
Leo: Oye, no soy tan extraño. Solo… curioso.
Clara se llevó la mano a la cara, olvidando por completo la mascarilla. Ahora tenía la palma cubierta de verde y un humor de espanto. “Esto se está saliendo de control.”
El ataque de mensajes siguió como metralla.
Mamá: ¿Y qué hiciste el fin de semana? ¿No me habrás mentido, verdad?
Leo: Entonces… ¿quién te trajo hoy? No esquives la pregunta.
Clara cerró los ojos, respiró hondo y pensó: “O lo cuento con humor, o me invento la historia más absurda del planeta.” Eligió la segunda opción.
Clara a Leo: Me trajo un Uber… versión Mateo.
Leo: Ah, claro. El Uber que te deja flores de propina.
Clara casi tiró el móvil al suelo. ¡Lo había visto!
Mientras intentaba armar una excusa, su madre volvió a atacar:
Mamá: Clara, ¿tú sigues en esas apps de citas? Dime la verdad, porque me llega cada video que…
Clara: Mamá, por favor, no empieces.
Pero era inútil. La tormenta digital estaba desatada.
Leo: Entonces sí era Mateo. ¿Y? ¿Qué quieres que piense yo?
Clara se quedó en silencio. Su corazón hizo un salto raro, como si hubiera tomado café con Red Bull. “¿Por qué me suena como si estuviera… celoso? No, imposible. Es Leo. Mi Leo. El de siempre.”
Para desviar, mandó un sticker de un pato con gafas de sol.
El móvil vibró de nuevo.
Mamá: Clara, si ese chico no vale la pena, dímelo, que yo te busco otro. Conozco a alguien en el club de lectura…