Clara entró en la oficina con la mirada aún algo nublada, el café en una mano y su portátil en la otra.
El ascensor se detuvo con ese chirrido habitual que ya era parte del soundtrack de sus mañanas, y al abrirse las puertas, el caos cotidiano la recibió:
sonidos de teclados, la impresora quejándose como si estuviera a punto de renunciar, y alguien —probablemente Lucía del área de diseño— discutiendo con la máquina de café por no aceptar monedas de un euro.
“Buenos días, mundo laboral sin piedad”, murmuró Clara, acomodándose el cabello y dejando caer su bolso sobre la mesa.
Su pantalla le devolvió una sonrisa maliciosa: 34 correos nuevos.
—Perfecto. Justo lo que soñé anoche —susurró, abriendo el primero con resignación.
El asunto decía: “Recordatorio: reportaje pendiente – El padre del año (literalmente)”
Y debajo, la firma de su jefa: “Espero el texto antes del mediodía, Clara. El público ama tus tragedias románticas con olor a sarcasmo.”
—Tragedias románticas… sí, eso define mi vida —refunfuñó, abriendo el documento en blanco.
Escribió el título provisional:
“El contrato invisible: cuando Cupido pide test de paternidad antes de flechar”
Y comenzó a narrar, con esa ironía dulce que solo ella dominaba.
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Informe No. 5 : Carlos, 35 años, tres hijos, una moto y un plan de vida nivel telenovela mexicana
Todo empezó inocentemente.
Un perfil con fondo azul, foto decente, camisa blanca, sonrisa educada.
“Busco algo serio”, decía su descripción, y yo —que ya debería tener doctorado en decepciones virtuales— caí en la trampa de creerle.
Primer chat: cordial, amable, con signos de puntuación, ¡usaba comas!
Segundo chat: me cuenta que es padre de tres, lo cual no me asustó.
Tercer chat: me propone una cita “para hablar de nuestro futuro”.
Error número uno: aceptar.
Error número dos: no llevar abogado.
Porque resulta que “nuestro futuro” implicaba cláusulas, custodias y un manual para convertirse en madrastra funcional.
Carlos, con total serenidad, me explicó que sus hijos vivían con su exmujer, pero el juez le había dicho que “si encontraba estabilidad emocional y un entorno familiar”, podría recuperarlos.
Y según él, yo era ese entorno familiar.
Después de tres cafés.
Cuando le pregunté si no creía que estaba yendo demasiado rápido, respondió que “la vida no espera”.
Y yo pensé: la vida tal vez no, pero el sentido común debería hacerlo.
Para coronar la velada, sacó su móvil y me mostró un PDF: un presupuesto doméstico compartido.
Sí, con tablas y fórmulas Excel.
“Para que veas que soy transparente”, dijo, mientras me explicaba que las compras del súper y el alquiler serían “a partes iguales”, pero que él se encargaría del aceite de la moto “porque eso es lo suyo”.
No sé si reír, llorar o llamar a Hacienda.
La cita terminó con un apretón de manos y una frase que todavía me persigue:
“Te aviso cuando los chicos tengan vacaciones. Así nos conocemos todos.”
Yo asentí, principalmente porque estaba demasiado ocupada buscando la salida más cercana.
Conclusión:
En el amor moderno no existen príncipes azules, pero sí caballeros con custodia pendiente.
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Clara se recostó en su silla y soltó un suspiro satisfecho.
El texto estaba listo, crujiente y con ese toque de ironía que su jefa adoraba.
Lo releyó, rió sola, y casi se atragantó con su segundo café cuando vio a Lucía asomarse por encima del monitor.
—¿Otra joya del catálogo del amor digital? —preguntó la diseñadora, con media sonrisa.
—Carlos, tres hijos, una moto y un plan de secuestro emocional —resumió Clara.
—Wow, nivel Netflix —rió Lucía—. ¿Y Leo qué dice de todo eso?
Clara se tensó un poco. —¿Leo? Nada… ya sabes, Leo siempre dice cosas.
Lucía la miró con esa expresión de “te conozco, pero no te voy a decir nada todavía”.
—Ajá. Y seguro “esas cosas” se parecen mucho a consejos de novio disimulado.
—¡Lucía! —Clara la empujó con una carcajada—. No empieces con tus teorías.
Lucía alzó las manos, fingiendo inocencia.
—Solo digo que cuando alguien te manda memes a las dos de la mañana y te revisa los candidatos de Tinder, quizás no está solo cuidando tu corazón… sino reclamando territorio.
Clara se quedó en silencio unos segundos.
La idea la hizo reír, pero también la descolocó.
Territorio. ¿De verdad Leo…? No, imposible.
Sacudió la cabeza y volvió a mirar la pantalla, decidida a centrarse.
Pero el pensamiento no la soltó tan fácil.
Mientras editaba el texto, recordó la noche anterior: su voz, su risa, la forma en que él la miró justo antes de irse.
Hubo un momento —breve, casi invisible— en el que creyó que iba a acercarse.
Y ella no estaba segura de si habría retrocedido o cerrado los ojos.
El sonido de un correo entrante la sacó de sus pensamientos.
Era su jefa.
“Excelente trabajo, Clara. Necesito que empieces a buscar al próximo candidato para el lunes. Queremos cerrar el mes con una historia potente.”
Clara se dejó caer hacia atrás, exasperada.
—¿Qué sigue? ¿Un tipo que busca novia para abrir un canal de YouTube familiar? —bufó.