Manual de citas para torpes

Capítulo 20- Supervivencia Maternal

“¿Dormiste bien, periodista del caos?”

Clara leyó el mensaje de Leo mientras se desperezaba entre las sábanas. Sonrió, y por primera vez, no supo si reír… o temblar.
“Sí, dormí. Más o menos”, respondió, acompañando el texto con un emoji de zombi con café.

El móvil vibró casi al instante.
Leo escribió:

“Perfecto. Recuerda hidratarte, desayunar y evitar firmar adopciones accidentales hoy.”
“Tu madre te espera, ¿no? Ve con fe. O con casco.”

Clara rió y dejó el teléfono sobre la mesita de noche.
Su madre. Sí, el evento anual en el que debía actualizarla de su vida sin provocar una crisis diplomática.

Ya tenía preparada una estrategia: respuestas breves, muchas risas y cambio de tema cada cinco minutos. Un plan perfecto.
O eso creyó, hasta que llegó al departamento materno.

La puerta se abrió antes de que pudiera tocar. Su madre, radiante y con un delantal floreado que parecía salido de una telenovela, la abrazó como si hubiera vuelto de la guerra.
—¡Mi niña! —exclamó con ese dramatismo que solo ella podía ejecutar—. Te ves tan flaca. ¿Estás comiendo o sobreviviendo a base de sarcasmo y café?

—Mayormente café con sarcasmo —bromeó Clara, pero su madre ya la arrastraba al comedor.

La mesa era un monumento al exceso: arroz, pollo al horno, ensalada, pan, postre y algo que olía peligrosamente a experimentación culinaria.
—¿Invitaste a alguien más o estás alimentando a un batallón? —preguntó Clara, mirando las bandejas.
—Una nunca sabe —replicó su madre—. Además, cocinar es mi cardio.

Se sentaron, y como si el guion estuviera escrito, su madre no tardó ni tres minutos en comenzar el interrogatorio.
—A ver… ¿y ese chico del que hablaste hace poco? ¿Cómo se llama? ¿El de las pizzas?
—Leo.
—¡Ah, Leo! Suena a nombre de protagonista de novela. ¿Y ya son novios o siguen con esa cosa moderna de “solo amigos con química sospechosa”?

Clara casi se atragantó con el agua.
—Mamá, por favor. Leo es mi amigo.
—Ajá. Claro. Como el señor que le “enseñaba matemáticas” a la vecina del cuarto piso.
—Mamá…
—¿Qué? Solo digo lo que todas pensamos.

Clara intentó cambiar de tema, pero su madre era una profesional.
—Bueno, si Leo no es, ¿qué hay de ese otro… el de los tres hijos?
—¡Mamá!
—¿Qué? ¡Tú me lo contaste! Y no me digas que no, que tengo el audio guardado.
—Eso fue una cita de trabajo.
—Ah, ya. Claro. Y yo cocino por obligación.

Clara soltó una carcajada tan fuerte que casi derramó el vino. Su madre se rió también, y por unos segundos, todo fue puro caos feliz.

Luego, entre cucharadas y risas, su madre bajó la voz.
—Hija, sé que trabajas mucho y que esos reportajes son importantes. Pero no todo en la vida es analizar a los hombres equivocados, ¿eh?

Clara arqueó una ceja. —Mamá, es mi trabajo.
—Y lo haces bien. Pero recuerda que también tienes derecho a vivir una historia que no termine en un documento de Word.

Clara la miró, sorprendida por lo certero del comentario. Luego sonrió, resignada.
—Tranquila, mamá. No pienso casarme con un tipo por un reportaje.
—No, pero podrías enamorarte por accidente. A veces pasa.
—No tengo seguro contra eso.
—Pues consíguelo —respondió su madre con falsa seriedad.

Después del postre —una tarta que, según la madre, “no sabía por qué había salido torcida, pero igual tenía buen corazón”—, Clara ayudó a recoger la mesa.
Mientras lavaban los platos, su madre volvió al ataque.
—Por cierto, ese Leo… ¿es guapo en persona o solo por los filtros de cámara?
—Mamá, ya te dije que…
—Solo curiosidad. Es que cuando hablas de él te brillan los ojos, y eso no lo hace ni el café ni el éxito profesional.

Clara enmudeció. Miró la espuma del jabón como si ahí estuviera la respuesta.
Su madre sonrió con ternura, aunque con picardía.
—Ay, hija. No lo pienses tanto. A veces el corazón tiene mejor intuición que el algoritmo de tus citas.

La tarde siguió entre anécdotas, consejos no solicitados y risas que llenaron el apartamento de calidez.
Cuando Clara finalmente se despidió, su madre la abrazó otra vez.
—Y dile a ese Leo que venga la próxima. Quiero conocer al “amigo periodista suplente”.
Clara salió riendo, prometiendo que “quizás algún día”.

Mientras caminaba de regreso, revisó el móvil.
Leo:

“¿Sobreviviste al almuerzo o te enlistaron para un reality familiar?”

Clara:

“Ambas cosas. Pero mi madre te quiere conocer.”

Leo:

“Oh, excelente. Siempre soñé con ser interrogado por mujeres con poderes de percepción sobrenatural.”

Clara:

“Te advirtió que no uses filtros. Dice que el brillo de mis ojos no miente.”

Hubo una pausa.
Leo:

“¿Dijo eso?”

Clara:

“Sí. No le hagas caso. Ya sabes cómo es.”

Pero Leo se quedó mirando la pantalla más de lo necesario, con una sonrisa que no supo explicar.
Y Clara, mientras subía las escaleras a su apartamento, se sorprendió sonriendo también.
Tal vez el día con su madre no había sido solo una comida… sino otra pista de lo que su corazón se negaba a aceptar.

Clara dejó las llaves sobre la mesa, se quitó los zapatos con un suspiro y se dejó caer en el sofá como si acabara de correr una maratón emocional.
El teléfono vibró otra vez.

Leo:

“¿Entonces tu madre aprobó mi existencia o tengo que cambiar de identidad?”

Clara:

“Digamos que te considera parte del elenco. Dijo que te quiere conocer. En persona. 😏”

Leo:

“Perfecto. Iré con flores, traje y mi currículum emocional.”
“¿Qué crees que impresione más? ¿Mis chistes o mi habilidad para hacer café sin instrucciones?”

Clara rió tan fuerte que el gato del vecino, que se había colado por la ventana, salió corriendo espantado.

“No exageres, solo quiere asegurarse de que no me explotes laboralmente.”




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