Mi mejor amiga, Sofía Rivas, con su cabello castaño rojizo cayendo en ondas desordenadas que parecían hechas a propósito y sus ojos verdes brillantes llenos de determinación, con las mejillas salpicadas de pecas que la hacían ver traviesa y adorable a la vez, tenía esa habilidad molesta y maravillosa de aparecer justo cuando mi vida parecía un desastre absoluto. La misma que entraba a mi departamento como un huracán en tacones y terminaba sacudiendo mis problemas hasta dejarlos irreconocibles, como si mis dramas fueran piezas de LEGO que necesitaban ser reorganizadas… o aplastadas.
—Okey, escucha. Esto no puede seguir así. Te has convertido en un panda llorón con problemas de azúcar, y eso es inaceptable. Y apenas han pasado tres días desde que el innombrable tomo su peor decisión de su vida...
Yo la miré entre lágrimas, restos de helado derritiéndose y manchas de chocolate en mi pijama de aguacates intentando encontrar alguna razón para pelear con ella.
Ella se acomodó en la silla frente a mí, apoyando los codos sobre la mesa como si estuviera liderando una reunión de la ONU, cruzó los dedos con aire dramático como una estratega militar y me miró con esa expresión que mezclaba seguridad y locura: “No te preocupes, tengo un plan que podría salvarnos… o condenarnos a la risa eterna”.
—Pero no cualquier manual, querida. Esta será absurda, ridícula, épica y totalmente destinada a hacer que tu corazón roto se ría de sí mismo mientras intenta sobrevivir a tu ex.
Me incliné hacia ella, intrigada y desconfiada a partes iguales. Sus ojos verdes brillaban con esa chispa que siempre significaba problemas, y su cabello rojo parecía arder bajo las luces del departamento, como si la gravedad misma conspirara para hacer de ese momento algo digno de un comercial de comedia dramática.
—Absurd… ¿qué? —pregunté, con una mezcla de incredulidad y curiosidad, sosteniendo la cuchara de helado como si fuera un micrófono improvisado para transmitir mi desesperación al mundo—. ¿Ridícula? ¿Épica? ¿Qué estás tramando, Sofía?
—Tranquila, panda abandonado —dijo, adoptando mi apodo con una sonrisa traviesa—. Esto no es solo para ti. Es para todas las almas destrozadas que alguna vez se han sentado frente a un ex con helado derretido, preguntándose por qué la vida es tan cruel y dulce al mismo tiempo.
Y ahí estaba ella, con sus bolsas desordenadas llenas de ingredientes aleatorios del supermercado que probablemente usaríamos para alguna locura culinaria de recuperación emocional, su marcador rojo listo, y yo, hundida en el sofá con chocolate goteando por todas partes, pensando que quizás, solo quizás, este plan absurdo iba a ser justo lo que necesitaba.
—Sí. Una lista absurda, ridícula, divertida… una especie de manual para olvidar a tu ex. Y no estoy hablando de esos pasos serios y aburridos tipo “sal a caminar” o “haz ejercicio”. No, eso es demasiado normal. Esto será épico, extremo y posiblemente humillante.
Yo parpadeé varias veces, con la cuchara aún en la mano, mientras el chocolate se escurría lentamente entre mis dedos, recordándome que incluso mi helado estaba llorando por mí.
—Humillante… suena a que me vas a hacer pasar vergüenza pública —dije con un hilo de incredulidad mezclado con miedo a lo desconocido.
—Exacto —respondió con una sonrisa maliciosa, esa que siempre significaba que estaba tramando algo terrible y glorioso al mismo tiempo—. Pero funciona. Confía en mí. Si vamos a superar a este innombrable, necesitamos algo que nos haga reír mientras lloramos. Y una lista absurda es exactamente eso.
Y así, entre cucharadas de helado derretido y suspiros dramáticos, nació la idea que cambiaría las próximas semanas de mi vida. Una lista de pasos para olvidar, cada uno más ridículo que el anterior, cada uno con potencial de desastre y carcajadas garantizadas.
Mi mejor amiga sacó de su bolso un cuaderno pequeño, arrugado, con las páginas llenas de stickers de unicornios y brillos que reflejaban toda su locura organizada, y un marcador rojo que parecía brillar con la promesa de caos absoluto. Se sentó frente a mí como si estuviera a punto de dictar la Biblia de la supervivencia emocional, con una postura que gritaba “soy seria, aunque esto sea una locura”.
—Paso uno —dijo, levantando un dedo dramáticamente y mirándome como si yo fuera la cadete de su ejército—: Borra todos sus mensajes… y bloquea su número.
—¿Qué? —dije, horrorizada, mientras sentía que mi corazón hacía una voltereta mortal—. ¿Bloquearlo? ¿Así, sin previo aviso?
—Sí, querida —respondió con la calma de quien sabe que está salvando tu vida de forma heroica—. Cada notificación es un recordatorio de que aún respiras, pero no es él. Además, imagina la libertad: no más mensajes ridículos a medianoche, ni “¿cómo estás?” que termina en discusión eterna.
Asentí lentamente, intentando convencerme de que era una buena idea mientras escondía mis lágrimas detrás de un pañuelo arrugado y un poco más de helado derretido que ya se había convertido en sopa. Mientras lo hacía, no pude evitar notar que la seriedad de Sofía mezclada con su entusiasmo por el caos era increíblemente contagiosa y me hacía sentir ligeramente mejor.
—Paso dos —continuó—: Lanza un ataque de risas absurdas.
—¿Cómo? —pregunté, arrugando la frente, incapaz de imaginarme haciendo algo tan ridículo.
—Simple —dijo ella con esa seriedad que siempre me hacía dudar de mi cordura—. Cada vez que pienses en él, haz algo completamente ridículo. Baila en tu sala como un robot oxidado, canta desafinado en la ducha como si fueras un concierto de heavy metal para gatos, usa calcetines diferentes en cada pie. Lo importante es reír, no llorar.
—¿Y paso tres? —pregunté, aferrándome a un hilo de esperanza mientras un trozo de helado caía sobre mi pijama de aguacates, dejando una mancha más para la colección.
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Editado: 16.09.2025