El sonido del teclado se mezclaba con los suspiros que escapaban de mi boca mientras recogía mi portátil del escritorio. No podía creerlo. Realmente no podía creerlo. Me habían dado vacaciones… obligadas. Como si alguien más que yo supiera lo que necesitaba en mi vida.
—No puedo creer esto… —murmuré, mirando la pantalla apagada y luego el montón de papeles sobre mi escritorio—. Me dieron vacaciones… ¡Gracias, mundo! —me quejé entre dientes, tratando de no gritar; este día ya era lo suficientemente desastroso para poner sobre la mesa un posible despido.
Sofía, apoyada en la puerta de mi cubículo, me observaba con esa sonrisa traviesa que siempre anticipaba algún desastre. Jamás en mi vida había considerado que trabajar con mi mejor amiga fuera un error del universo, hasta hoy.
—Te ves encantadora cuando te quejas —dijo, y rodé los ojos inmediatamente—. ¿Quién se atreve a privarte de tu estrés diario?
—No es gracioso, Sofi —protesté, cruzándome de brazos—. Yo pedí estas vacaciones hace semanas. Tenía planes… escaparme un poco, salir de la ciudad, tal vez el viaje que habiamos estado posponiendo tanto con el innombrable. Pero no, mis jefes decidieron que, después de cuatro semanas que solicité mis vacaciones, era el momento perfecto para dármelas, con mi ruptura que estaba más fresca que popo de paloma en banca de parque público.
Sofía arqueó una ceja, divertida.
—Oh, sí, qué cruel. Te arruinan la escapada romántica perfecta… —se burló como si mi ruptura fuera culpa de mis jefes. Me gustaba esa idea.
—Perfecta, mi trasero —bufé—. ¿Qué se supone que haga con estos días? ¿Quedarme en casa llorando helado tras helado? Porque, si no es eso, no se me ocurre nada más.
Sofía se acercó un paso, claramente emocionada por algo.
—Bueno… puede que tenga una solución para ti —dijo Sofía, apoyada con confianza en el borde de mi escritorio, con esa sonrisa que siempre anunciaba problemas de magnitud épica.
—Espera —dije, frunciendo el ceño y cruzándome de brazos—, no me digas que es otra de tus “ideas brillantes” que terminan con mi dignidad en el subsuelo…
Sofía sonrió de manera que supe, sin lugar a dudas, que lo que estaba a punto de decirme iba a ser mucho peor que cualquier desastre anterior. Esa mezcla de entusiasmo y travesura era demasiado característica de ella; era como si disfrutara viendo cómo mis planes de vida se desmoronaban y ayudarme a reírme de la desgracia que llevaba mi vida era su misión de vida.
—No, no… bueno… sí, quizá un desastre, pero divertido. Regla #1 de sobrevivir a un ex y a vacaciones impuestas: tener una cita ridícula —dijo, como si estuviera revelando la fórmula secreta de la felicidad. Luego escudriñó mi escritorio hasta encontrar la libreta, y con su marcador rojo de confianza escribió con letras grandes, casi con emoción teatral.
—¿Una cita ridícula? —pregunté, mirando alrededor como si alguien pudiera estar escuchando nuestra conversación—. Sofi, si esto implica payasos, disfraces, o alguien con una guitarra cantando mal, te juro que te…
—No, escucha —interrumpió, levantando un dedo con aire de profesora estricta—. Es con un tipo random, totalmente desconocido. Cita a ciegas. Nadie sabe quién es, nadie ha hecho los deberes… puro caos potencial.
—Ah, perfecto —dije, levantando las manos en señal de rendición y rodando los ojos—. Exactamente lo que necesitaba. Vacaciones obligadas, corazón roto y… un tipo desconocido que puede ser un asesino en serie o un poeta frustrado. Gracias, Sofi, eres un ángel.
Suspiré, apoyando la frente en mis palmas un momento, imaginando la lista infinita de posibilidades que podrían salir mal. Mi mente ya recreaba escenas de desastre emocional con fondo de restaurantes caros, conversaciones incómodas y, por qué no, algún golpe accidental con la copa de vino.
—No digas que no te cuido, Adhara —replicó Sofía, con esa sonrisa de conspiración que siempre me hacía dudar si realmente quería ayudarme o hundirme aún más—. Esto puede ser justo lo que necesitas para reírte de ti misma… y tal vez, solo tal vez, empezar a sentir algo parecido a diversión de nuevo.
Miré la ventana de la oficina por un momento, viendo cómo la luz del mediodía entraba y se reflejaba en los escritorios alineados, en los archivadores y en las plantas que sobrevivían milagrosamente al descuido general. Todo parecía demasiado tranquilo y ordenado para lo que mi mente estaba experimentando.
—Claro… diversión —murmuré, con ese tono sarcástico que ya se había vuelto parte de mi escudo personal—. Esa cosa que no tengo desde que el innombrable decidió “tomar la peor de su vida”.
Sofía no pudo contener la risa. Esa risa clara y burlona que parecía marcar la sentencia de mis próximos días.
—Entonces está decidido. Te pongo en esta cita a ciegas. Prometo que no será un desastre total… aunque lo suficiente como para que tengas una historia épica que contar después y te rías un poco —dijo, guiñándome un ojo mientras volvía a su escritorio, dejándome con la mezcla de emoción y terror que ahora bullía dentro de mí.
Me recosté en la silla, dejando escapar otro suspiro, mientras mis pensamientos giraban en espiral: “Cita a ciegas… sí, justo lo que necesitaba. Gracias, Sofi. Gracias por recordarme que mi vida emocional es básicamente un espectáculo de comedia trágica”.
Y ahí estaba, el inicio de lo que claramente iba a ser otra aventura absurda, solo que esta vez con un tipo random de por medio y mis vacaciones “obligatorias” como excusa perfecta para no llorar todo el día… o al menos intentarlo.
—Primero, calma —dijo Sofía, acomodándose en la silla junto a mí y cruzando las piernas con esa seguridad que solo ella podía tener—. Antes de que llores, grites o me lances algo, déjame explicarte.
—¿Explicar? —pregunté, arqueando una ceja mientras miraba mi taza de café casi vacía—. Lo último que necesito es una clase magistral de cómo mi vida va a convertirse en un desastre con ruedas… y con música de fondo dramática. Para colmo...
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Editado: 16.09.2025