Llegué a mi departamento sintiendo que cada paso era una mezcla de resignación, curiosidad mortal y un ligero cosquilleo de nervios. La luz de la tarde se colaba por las cortinas, dibujando líneas tenues sobre la sala y recordándome que, aunque había dejado la oficina, la vida seguía lanzándome pequeñas bombas de caos emocional. Todo estaba en calma, pero en mi interior todo era un torbellino: ex, cita a ciegas, vacaciones obligadas… y yo intentando no pensar en que mi corazón seguía latiendo un poco demasiado rápido por alguien que ya no existía en mi vida.
Me dejé caer en el sofá, sintiendo la tela suave bajo mis manos y el peso del día acumulándose en mis hombros. Antes de pensar en otra cosa, saqué el celular. Sabía que no debía, pero el impulso de stalkear al innombrable era más fuerte que mi sentido común. Deslicé la pantalla y, casi como si fuera un acto ritual, revisé su Instagram.
Los recuerdos me golpearon con fuerza: las fotos de los viajes, los desayunos improvisados, las sonrisas que parecían eternas… hasta que noté algo extraño. Había borrado todas las fotos donde aparecíamos juntos. El hueco en su feed era casi doloroso, un vacío que gritaba silenciosamente que ese capítulo había terminado de manera definitiva.
Sentí un nudo en el estómago y mi garganta se tensó. Una lágrima escapó, y luego otra. Me permití llorar un par de minutos, abrazando el sofá como si fuera un salvavidas emocional.
“Bienvenida al club de los corazones rotos y las fotos borradas”
De repente, luego de no sé cuánto tiempo donde me habia dejado arrastrar por el dolor mi teléfono vibró. Era un mensaje de Sofía. Lo abrí con manos temblorosas. Allí estaba todo:
Lugar: Restaurante “Le Château Noir”, reservado para dos.
Hora: 7:00 p.m.
Código de vestimenta: Formal y sexy. Obligatorio.
Nota de Sofía: “Recuerda, Adhara: esto no es solo una cita. Es un experimento social. Sobrevive con estilo mi lindo panda abandonado.”
Suspiré profundamente y rodé los ojos. “Sofi… ¿por qué todo lo que haces suena como tortura disfrazada de diversión?”
Guardé el celular, dejando que el silencio de mi departamento me envolviera. Por un momento me quedé contemplando mi reflejo en la ventana. Mi cabello caía hasta la mitad de la espalda, brillante y suavemente ondulado, a pesar del drama del día. Todavía no estaba decidida si cortarlo o mantenerlo largo, pero había algo dentro de mí que susurraba que esa decisión no podía esperar hasta después de la cita… o quizás nunca.
Miré alrededor del departamento, notando los pequeños detalles que normalmente ignoraba: la alfombra gris gastada, el estante lleno de libros apilados de manera caótica, la taza de café aún caliente sobre la mesa. Todo parecía tranquilo, pero yo sentía un ligero temblor. Mi corazón latía con fuerza, mezclando miedo, y ese humor sarcástico que siempre me protegía de lo que no podía controlar.
Me levanté del sofá con una determinación silenciosa. Si iba a sobrevivir a este desastre con estilo, necesitaba verme increíble. No solo por Sofía, no solo por la cita… sino por mí misma. No podía permitir que la idea de un desconocido me hiciera sentir débil. Necesitaba poder mirarme en el espejo y reconocer que, aunque la vida se pusiera absurda y cruel, yo podía mantener el control.
Me dirigí al baño, encendiendo la luz y observándome en el espejo. Mis ojos verdes parecían mas apagados que antes con el maquillaje corrido por el llanto que me azotó sin previo aviso en la sala.
“Está bien, Adhara. Puedes hacerlo. Solo es una cita. Solo un desastre controlado...”
Mientras aplicaba un poco de maquillaje, mis pensamientos saltaban entre la emoción y la paranoia. ¿Qué tan feo sería? ¿Qué tan aburrida sería la conversación? ¿Y si era un completo idiota? Pero también estaba la otra parte, la que no quería admitirlo: ¿y si era… divertido? ¿Y si, por primera vez en semanas, podía reír sin sentir que el mundo entero conspiraba para arruinarme?
El peinado fue otra batalla conmigo misma: liso, ondulado, dejarlo suelto o atarlo en una coleta elegante. Finalmente, opté por un estilo que parecía natural pero estudiado: ondulado, con volumen suficiente para enmarcar mi rostro y mantener un aire de sofisticación despreocupada. El vestido escogido era formal, sexy, pero sin caer en lo ridículo; sabía que Sofía me mataría si no cumplía con la parte de “impresionar”, y yo necesitaba sentir que podía hacer esto por mí misma.
Después de dos horas de maquillaje, peinado y ajustes finales, me miré en el espejo una última vez. Me sentí… poderosa. No invencible, pero lista para enfrentar lo que viniera. Guardé mi libreta con las notas de Sofía, tomé mi bolso y respiré hondo. Este era el momento de sobrevivir al caos, de enfrentar la cita ridícula y, quién sabe, de reírme de todo después.
Porque si había algo que había aprendido últimamente, era que la vida no esperaría a que yo estuviera lista. Así que, con un último suspiro, salí por la puerta, lista para enfrentar lo inesperado...
Cuando llegué al restaurante, “Le Château Noir”, sentí que el aire se volvía más pesado y elegante al mismo tiempo. Todo era despampanante: los candelabros de cristal colgaban del techo como si flotaran, reflejando luces cálidas sobre manteles inmaculados, copas que parecían de museo y vajilla tan brillante que dolía mirarla directamente. Las paredes estaban revestidas con paneles de madera oscura y espejos antiguos que multiplicaban la imagen de los comensales, como si quisieran que todos se sintieran observados por su propia elegancia. Incluso el suave murmullo de los otros clientes y la música de piano que flotaba por el aire tenían un ritmo que exigía decoro, clase y paciencia infinita.
Rodé los ojos y, automáticamente, mi mente saltó: “Sí, si este tipo no paga toda la cuenta, mi tarjeta de crédito va a gritar más que yo cuando revisé el Instagram del innombrable. Gracias, Sofi, por meterme en esto…”
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Editado: 16.09.2025