Empecé a meter esas cosas en bolsas negras que irían directamente a la basura, o eso intentaba repetirme como un mantra en la cabeza, intentando convencerme de que cada pedazo de recuerdos que arrojaba se llevaba un poco de mi dolor. La noche cayó, y con ella el viento que parecía burlarse de mi estado de ánimo. Entonces, la puerta de mi departamento empezó a ser azotada como si hubiera cometido la peor blasfemia del universo.
—¡Ya voy! —me quejé, suspirando mientras abría la puerta.
Allí estaba Sofía, con los ojos completamente abiertos, como si hubiera visto un fantasma, y una expresión de terror mezclada con confusión en su rostro. Antes de que pudiera decir algo, me tomó por los hombros y me sacudió con fuerza, haciéndome soltar una risa que se escapó sin que pudiera evitarlo.
—¿Estás bien? —se quejó, pero su voz estaba cargada de preocupación genuina, y eso me hizo estremecerme de ternura.
Le miré a los ojos, y ella se quedó completamente quieta, como si apenas estuviera notando un detalle importante. Se soltó, se separó de mí y me analizó de pies a cabeza con esa mirada crítica que solo ella podía tener. Luego mordió su labio inferior de forma coqueta y soltó:
—Carajo… ahora mismo estoy dudando de mi sexualidad, amor mío —bromeó con tono pícaro, provocando que una carcajada pura escapara de mi garganta.
Nosotras siempre habíamos tenido esa dinámica: de repente, nos convertíamos en dos novias cachondas sin motivo aparente, y nos encantaba. La risa nos unía, nos hacía sentir que, aunque todo lo demás se viniera abajo, había algo en lo que podíamos apoyarnos incondicionalmente.
Me doblé hacia adelante, sosteniendo mi estómago mientras dejaba que la risa me inundara por completo, sintiendo cómo las lágrimas de humor reemplazaban, aunque fuera por un instante, a las de dolor. Respiré hondo, secándome los ojos mientras me recompuse.
—Entra de una vez —le dije, suavizando la voz con ternura.
Ella no dudó ni un segundo y se tumbó en el sofá, claramente aliviada de verme relativamente bien.
—¿Aún está en pie lo de asesinarlo? —preguntó con esa mirada expectante que solo Sofía podía poner, con un toque de dramatismo que me hacía amarla aún más.
Negué con la cabeza con total calma.
—Oh, por favor. ¡Se lo merece! Apenas pasaron tres semanas —reclamo, cruzando los brazos y lanzándole una mirada que mezclaba diversión y exageración, como si planear su venganza fuera un asunto serio de Estado
—Tres semanas… —repeti, ladeando la cabeza y frunciendo el ceño. Solo habían sido tres semanas y yo ya sentía como si hubieran pasado meses de tortura.
—Hmm, interesante… A este paso vas a necesitar un doctor para medir tu nivel de odio, ¿eh? —soltó, con molestia que me hizo reír de nuevo.
Nos reímos juntas, y por un momento todo parecía un poco más ligero, como si la gravedad de la ruptura se hubiera suavizado con la complicidad que teníamos. Sentía una felicidad silenciosa, cálida, de tener a Sofía como mi mejor amiga: alguien que no solo comprendía mis risas locas, sino también mis lágrimas, mis debilidades y mis momentos de absoluta autodestrucción.
—En serio —continué, riendo entre dientes mientras la miraba—. Si no la destruyo por mí misma, me vuelvo loca antes de que termine el mes. Pero tranquila… todavía estoy calibrando el nivel de rabia.
Sofía se recostó más en el sofá, cruzando los brazos con esa sonrisa traviesa que solo ella podía ponerme, y soltó:
—Perfecto. Entonces vamos paso a paso, experta en homicidios emocionales. Primero, nos aseguramos de que tu ex nunca más vuelva a hacerte sentir así, y luego… bueno, ya veremos cómo sobrevivimos a todo el drama que dejaste esparcido por la ciudad.
—Gracias, Sofi —susurré, con una sonrisa tímida pero genuina—. No sé qué haría sin ti.
Ella rodó los ojos, exagerando su gesto, y me dio un golpe suave en el brazo:
—Oh, no me pongas sentimental, Adhara. Ya sabes que me encanta verte llorar de risa más que de drama —bromeó, y yo reí nuevamente, sintiendo cómo, aunque mi corazón doliera, tenerla a ella cerca hacía que todo fuera un poco más soportable.
Suspiré con pesadez, cubriendo mi rostro con mis manos mientras la angustia parecía presionarme el pecho. Sofía se pasó a mi lado en el sofá y me abrazó con cuidado, rodeando mis hombros con sus brazos como si quisiera transmitirme un poco de fuerza sin necesidad de palabras. No dijo nada, y, sorprendentemente, eso fue suficiente.
Quité mis manos del rostro, subí las piernas al sofá y me encogí entre sus brazos, dejando que su calor me envolviera. Sentí un nudo inmenso en la garganta que amenazaba con asfixiarme, y agradecí que Sofía no hiciera ruido, que simplemente se quedara allí, presente y firme. Su silencio era un bálsamo en medio del caos de emociones que me recorría. Nos quedamos así por un largo rato, respirando juntas, hasta que finalmente me soltó con suavidad.
—Tienes que viajar —soltó de repente, tomándome por los hombros con firmeza para que la mirara a los ojos. Sus ojos escrutaban los míos, buscando cualquier señal de lágrimas ocultas; ella me conocía tan bien que podía leerme como un libro abierto.
Fruncí el ceño, mirándola con desconcierto, tratando de adivinar si estaba bromeando o si había algo más detrás de sus palabras.
—Un viaje —repetí, pronunciando las palabras con incredulidad, como si necesitara que el sonido de mi voz confirmara que lo estaba entendiendo bien. Pero, mientras lo decía, no pude evitar sentir el peso de la certeza: conocía a mi loca mejor amiga lo suficiente como para saber que no estaba jugando.
Sofía suspiró, ladeando ligeramente la cabeza y arqueando una ceja, con esa mezcla de preocupación y ternura que siempre la hacía irresistible.
—Sí, un viaje —dijo, como si estuviera explicando la cosa más obvia del mundo—. Y no, no es una invitación a irte de vacaciones para olvidar tus desgracias amorosas. Esto… —me miró con gravedad, aunque con un brillo travieso en los ojos— esto es parte de tu plan de recuperación, aunque suene ridículo.
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Editado: 30.09.2025