El auto estaba estacionado frente a un motel que parecía sacado de una película de terror de bajo presupuesto: letrero parpadeante, luces amarillentas y un olor a humedad que se colaba por la ventanilla. Lucas bajó del auto empapado, sujetando la maleta y el paraguas, mientras yo intentaba protegerme bajo el diminuto paraguas que él había conseguido.
—Perfecto… —murmuré, mirándolo con sarcasmo—. Un lugar glamuroso y acogedor, justo lo que necesitaba después de sobrevivir a la tormenta, a mi corazón roto y a tu heroísmo innecesario.
—Oh, vamos, pastelito —dijo, lanzándome una mirada divertida y burlesca—. No es tan malo. Por lo menos hay techo.
Intenté caminar hacia la entrada, pero el viento volteó el paraguas justo sobre mi cabeza, empapándome de nuevo. Lucas soltó un suspiro y vino hacia mí, rodeándome con un brazo mientras yo trataba de mantener el equilibrio y la dignidad al mismo tiempo.
—¿Sabes? —dije, dejando escapar una risa nerviosa mientras intentaba no resbalar—. Este es el punto más alto de mi carrera como “mujer que sobrevive a tormentas y hombres hermosos rescatadores”.
—Sí, claro… —respondió con burla, mientras yo sentía su calor rozando mi hombro—. Si no fuera porque estoy cargando tu culo y tu maleta, te dejaría aquí a pelear con el paraguas.
—¡Gracias, héroe de tormentas! —exclamé, exagerando mi entusiasmo mientras tropezaba con un charco—. Siempre tan considerado.
Lucas rodó los ojos, y por un segundo, sonreí al ver cómo sus hombros se relajaban. Abrí la puerta del motel y traté de entrar con la maleta, pero esta se enganchó en el marco, obligándome a dar un tirón que terminó inclinándome hacia él. Él me sostuvo, firme, y por un instante, sentí que el mundo se detenía.
—Oye… —dije en voz baja, apartándome un poco, mientras me acomodaba el cabello empapado—. No recuerdo que tuvieras derecho a entrometerte en mi manual de “cómo olvidar a tu ex”.
—Manual —repitió con ironía, frunciendo el ceño—. Yo solo hago excepciones para chicas mojadas, desvalidas y sarcásticas de ojos verdes. Además, admito que tu manual tiene muchos agujeros, pastelito.
Reí, aunque por dentro mi corazón latía más rápido de lo normal. Nos movimos dentro del vestíbulo, y Lucas sostuvo la puerta para mí mientras yo arrastraba la maleta, agradeciendo que finalmente estuviéramos a salvo de la lluvia.
—Bien… —dije, acomodándome en el sillón del lobby mientras él gestionaba la recepción—. Tres días aquí, un motel dudoso, y tú con tus bromas y tu sarcasmo. ¿Se supone que esto es terapia emocional o tortura?
Porque si, cuando intenté llegar al lugar de la reservación me di cuenta de que habían estafado a Sofía, ese lugar ni saquiera existía y mis ahorros se habían ido en esa reservación de mierda.
—Ambas —dijo con un hilo de sonrisa—. Y no te preocupes, pastelito… —se inclinó un poco hacia mí, y el calor de su proximidad me hizo olvidar el frío de afuera—. Todo estará bien mientras yo esté cerca.
Asentí, intentando procesar que, aunque estaba empapada, tensa y nerviosa, no quería estar en ningún otro lugar más que allí. Su presencia me confundía, me irritaba y, a la vez, me daba seguridad.
Quería matarlo por confundirme así.
Subimos a la habitación del motel, y apenas abrimos la puerta, un aire cálido y cargado de humedad nos envolvió. El espacio era pequeño, con una sola cama grande, un par de sillas y una mesa con un televisor que parecía no funcionar. Lucas dejó la maleta sobre la cama y se frotó la nuca, visiblemente incómodo.
—Bueno… —dijo, intentando sonar casual—. Solo hay está habitación disponible. Así que… supongo que compartiremos cama.
Mi corazón dio un salto. Intenté disimular con sarcasmo, porque ya me estaba acostumbrando a él y a cómo lograba hacerme perder los papeles sin siquiera intentarlo.
—Oh, claro —respondí, fingiendo entusiasmo—. Qué sorpresa más inesperada. Nada dice “viaje relajante” como dormir apretadas como sardinas.
Lucas arqueó una ceja, divertido, mientras avanzaba hacia la cama. Yo lo seguí, tratando de mantener la compostura, pero cada paso hacía que mi corazón latiera un poco más rápido de lo normal.
—Tranquila, pastelito —dijo, dejando la toalla mojada sobre la silla—. No voy a tocar nada indebido… a menos que tú quieras probar.
Reí, y por un momento la tensión de todo el día desapareció. Me senté en el borde de la cama, mientras él acomodaba las mantas y las almohadas con un cuidado exagerado, como si estuviéramos en un hotel de lujo y no en un motel barato en medio de Valencia.
Finalmente, nos sentamos uno al lado del otro, dejando un espacio “prudente” entre ambos, aunque sabía que sería imposible mantenerlo toda la noche. Cada movimiento hacía que nuestras piernas se rozaran accidentalmente, y yo sentía que la temperatura subía con cada contacto mínimo.
—¿Sabes? —dije, mirándolo de reojo—. Esto va a ser muy… incómodo.
—Claro —respondió, con un hilo de sonrisa—. Muy incómodo… y totalmente predecible para cualquier cliché romántico.
Me recosté, dejando que la manta me cubriera hasta los hombros, y Lucas hizo lo mismo, ocupando su lado de la cama con un cuidado casi teatral. Por primera vez en horas, sentí cómo la tensión y la lluvia quedaban afuera, mientras el calor del cuerpo de Lucas, aunque ligeramente distante, me daba una sensación de tranquilidad que no esperaba.
Me acomodé, intentando mantener la distancia “prudente”, pero cada vez que giraba, el espacio era demasiado pequeño y nuestras piernas se rozaban. Lucas parecía completamente consciente de cada roce, porque no dejaba de mover ligeramente las mantas o acomodar su brazo… justo donde yo podía sentirlo.
—¡Ay, esto es imposible! —susurré, más para mí que para él, mientras intentaba girar sin tocarlo.
—¿Imposible? —respondió Lucas, sin abrir los ojos del todo, con esa voz grave y medio dormida—. Yo diría… que solo requiere un poco de coordinación… y buena voluntad.
#117 en Otros
#60 en Humor
#489 en Novela romántica
comedia y amor, comedia romance drama misterio, amistad ex secretos
Editado: 30.09.2025