Manual De Como Olvidar A Tu Ex

Capítulo Once: Regla #6: Aprender Un Hobby

Nunca pensé que una de las "reglas" de estas vacaciones exprés me arrastraría a un salón de baile en pleno corazón de Valencia. Me repetía a mí misma que todo esto era un simple juego, un pasatiempo que Lucas había ideado para distraerme, pero cuando lo vi pagar las clases y sonreír satisfecho, comprendí que no tenía escapatoria. Ni siquiera sabía cómo habíamos terminado aquí, ni cómo ese bastardo guapo sabía tanto acerca de mi ridículo manual. La mezcla de admiración, irritación y nerviosismo me revolvía por dentro, y no podía decidir si quería matarlo o abrazarlo en ese mismo instante.

El lugar era un edificio antiguo, restaurado con mimo, que conservaba su esencia histórica. Sus balcones de hierro forjado parecían retener cada suspiro de Valencia durante siglos, y las paredes color crema tenían un aura casi mágica, como si hubieran absorbido innumerables historias y secretos de parejas que habían pasado por allí antes que nosotros. En la entrada, un letrero pintado a mano decía "Escuela de Baile – Pasión y Ritmo", con letras rojas desvaídas que le daban un toque vintage.

Al cruzar la puerta, el olor a madera pulida y un toque de perfume barato me golpeó suavemente, mezclándose con el eco de una guitarra española que sonaba desde una bocina antigua, llenando el espacio con un aire romántico y nostálgico. Cada detalle parecía diseñado para transportarte a otra época, aunque la modernidad se dejaba notar en las luces cálidas y los ventiladores de techo que giraban lentamente, levantando la fragancia de la madera.

Me quedé de pie en medio del salón, observando las paredes decoradas con espejos altos que reflejaban cada movimiento, y cortinas rojas que caían pesadas como sangre derramada. El suelo de parqué brillaba tanto que podía verme reflejada en él, recordándome lo torpe que me sentía incluso antes de empezar. Y allí, en medio de todo, Lucas se giró hacia mí con esa maldita sonrisa que me dejaba sin aire y me incomodaba de una manera que no quería admitir.

—Tranquila, pastelito —susurró, extendiendo su mano hacia mí—. Nadie nos va a juzgar si pisas mi pie.

Me reí entre nerviosa y molesta, rodando los ojos mientras aceptaba su mano. Pero fue en ese instante, cuando sus dedos se entrelazaron con los míos, que sentí ese calor extraño trepar por mi brazo. Me estremecí y él lo notó. Siempre lo notaba.

Observé cómo cada gesto suyo estaba medido con una delicadeza que me desarmaba; cómo la manera en que acomodaba su postura, su mirada, incluso su respiración parecía pensada para protegerme de todo, incluso de mí misma. Mi corazón latía más rápido, y cada pensamiento sobre mi “manual” se mezclaba con la adrenalina y la confusión que me provocaba estar tan cerca de él.

El profesor, un hombre de mediana edad con bigote y voz potente, empezó a dar indicaciones:

—Un, dos, tres... paso. Suave, despacio, miren a la pareja... confianza.

"Confianza", repetí en mi mente. Qué palabra tan peligrosa, viniendo de alguien que podía hacer que mi cuerpo reaccionara con cada roce y mirada. Miré a Lucas, intentando leer en su expresión si él también sentía la misma incomodidad que yo, y por un instante, tuve la certeza de que cada gesto suyo estaba cargado de intención, incluso cuando fingía despreocupación.

Lucas colocó su otra mano en mi cintura, apenas rozándome, y el contacto me quemó más que el frío de la carretera de ayer. Sus dedos no apretaban, solo descansaban con una delicadeza que me confundía más de lo que quería admitir. No estaba acostumbrada a que alguien me tratara así, como si fuera frágil, como si mi piel tuviera que ser cuidada en lugar de resistida. Cada movimiento suyo estaba calculado para dar seguridad, pero en lugar de sentirme segura, me sentía atrapada en un torbellino de emociones que no sabía controlar.

—Mírame —ordenó en un susurro.

Levanté la vista a regañadientes y allí estaban sus ojos, profundos, con ese brillo entre pícaro y tierno que me desarmaba. Sentí que el mundo desaparecía a nuestro alrededor: el salón, el profesor, los espejos, incluso la música, quedaban en segundo plano. Solo él y yo, intentando mantenernos en una danza improvisada que era intenta, divertida y terriblemente torpe porque bailar a mí no se me daba bien.

La canción de fondo era una mezcla de flamenco y ritmo moderno, algo que hacía que los pies quisieran moverse solos, aunque yo no tenía ni idea de los pasos correctos. Lucas comenzó guiándome suavemente: un paso hacia adelante, luego uno hacia atrás, girando con cuidado para que no me desbalanceara. Intenté imitarlo, levantando los pies con torpeza mientras él los colocaba exactamente donde debía, y su mano en mi cintura se movía con precisión sin dejar de sostenerme con cuidado.

—Un, dos, tres… y giro —susurró al oído mientras girábamos, y casi me enredo en mis propios pies. Él me sostuvo firme, pero con suavidad, inclinándome levemente hacia atrás para completar el movimiento. Mi corazón latía con fuerza, y no solo por el esfuerzo físico. Cada roce de sus manos, cada ajuste de su brazo sobre mi espalda me hacía sentir que él sabía exactamente cómo afectar cada fibra de mi ser.

—Paso lateral, pastelito. Suave —indicó, y traté de seguirlo, deslizándome con torpeza por el brillante suelo de madera. Sus dedos apenas rozaban mi cintura mientras me ayudaba a equilibrarme; no había presión, solo cuidado y atención. Era casi insoportable, porque su proximidad me llenaba de un calor que se extendía desde mi pecho hasta la punta de los dedos.

Intenté un giro sola y casi pierdo el equilibrio, tropezando con mi propio pie. Lucas reaccionó al instante, atrapándome en sus brazos. Sentí su pecho firme contra el mío, su respiración cálida rozando mi oído y su mano sosteniéndome en la cintura como si estuviera diciendo sin palabras: “No te preocupes, yo te sostengo”.

—Relájate, pastelito… confía. Yo no voy a dejarte caer —murmuró, y yo cerré los ojos, odiándome por el alivio que sentí. Porque él no era solo un intruso en mi espacio personal; ahora se estaba metiendo en mi alma, con pasos de baile torpes pero firmes, enseñándome que podía confiar en alguien, aunque solo fuera por un instante.




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