Intenté despegar mis pensamientos de él, de sus ojos, de sus palabras que aún retumbaban en mi cabeza como un eco imposible de ignorar. “Enamorarse de alguien más… regla #9… no funciona”, pense mientras intentaba concentrarme en la feria, en Sofía, en cualquier cosa que no fuera Lucas Arévalo parado frente a mí con esa expresión que parecía decirme que él podía leer cada latido de mi corazón.
—Adhara, ¡vamos ya! —gritó Sofía desde atrás. Di un paso atrás de él, agachando la mirada. No podía contestar a su confesión, no ahora—. ¡No podemos quedarnos aquí paradas toda la noche, ya te perdiste los fuegos artificiales!
Asentí, tratando de sonreír y moverme, mientras sentía que mi pecho se apretaba con cada paso que daba hacia mi mejor amiga. Intenté convencerme de que estaba bien, que podía disfrutar de la feria como cualquier otra vez… pero Lucas caminaba detrás de mí, su presencia demasiado cerca para que mi mente pudiera ignorarla. Cada vez que cruzábamos miradas, un escalofrío subía por mi espalda, recordándome que la regla #9, esto simplemente no tenía sentido para mí.
Era inaudito.
Pasamos las siguientes dos horas mientras yo hacía el ridículo frente a la hermana de Lucas —quien se había quedado con nosotras alegando que “entre más, mejor”— y Sofía se burlaba de mí cada que podía. Cada tiro al blanco fallido, cada intento torpe de ganar un premio, cada grito de alegría o frustración de Sofía, todo era un recordatorio de lo que me costaba concentrarme con Lucas tan cerca. Su mirada permanecía clavada en mí, quemándome la nuca como si pudiera ver cada pensamiento que intentaba ocultar.
Al final de la noche, terminamos exhaustas y cubiertas de algodón de azúcar; optamos por pedir un taxi. Rechazamos firmemente cada ofrecimiento de Lucas de llevarnos de vuelta a mi departamento; no podía lidiar con la tensión que generaba estar sola en el coche con él después de su confesión.
—Pastelito... —me llamó antes de que subiera al taxi luego de Sofía. Volteé a verlo; tenía razón, era cruel de su parte bombardearme con sus sentimientos de esa forma cuando yo apenas podía pensar en el innombrable sin llorar. Se acercó a mí dos pasos, de los cuales yo retrocedí uno por instinto. Suspiró y extendió el oso de peluche, que era la mitad de mi tamaño, que había ganado en uno de los juegos y creía que era para su hermana. Lo miré un momento y luego al peluche, sintiendo mi corazón acelerarse otra vez. Lo tomé con cuidado, mirándolo directamente a esos ojos miel que ahora parecían más oscuros.
—Gracias... —murmuré, abrazando el peluche ligeramente antes de entrar al taxi. Él no dijo nada más, y yo tampoco pude. Sofía se acomodó al fin en el asiento trasero, lanzándome miradas que decían “suerte sobreviviendo esto”, mientras yo me recostaba contra la ventana intentando calmar los latidos acelerados de mi corazón con ese lindo peluche rosa que antes había visto como idiota en el puesto y que había intentado ganar más de diez rondas seguidas.
¿Él incluso había notado eso? Sin duda alguna… él no merecía mi corazón roto.
—Así es como terminan adultas, huyendo de su propio drama —susurró Sofía, todavía con un hilo de risa entrecortada.
Intenté sonreír, pero no pude evitar que mi mente regresara a Lucas: sus palabras, su cercanía, la forma en que sus ojos parecían perforar cualquier barrera que intentara construir. Todo me gritaba que, sin importar cuán consciente intentara ser, no había manera de seguir la regla #9.
No esa noche. No conmigo.
El taxi avanzaba entre calles iluminadas por faroles y luces de neón, pero yo apenas veía el paisaje. Mis dedos apretaban el peluche contra mi pecho como si pudiera protegerme del torbellino de emociones que Lucas había dejado en mí. Su presencia, aunque ahora detrás de mí, seguía tan vívida en mi mente que cada sonido del tráfico parecía un eco de su voz, cada reflejo en los vidrios del taxi un recordatorio de sus ojos miel.
Sofía hablaba sin parar sobre los fuegos artificiales, los juegos y hasta sobre la ridícula cantidad de azúcar que habíamos consumido, pero yo apenas escuchaba sus palabras. Intentaba concentrarme en algo que no fuera Lucas, pero la imagen de él extendiendo aquel oso, su sonrisa suave, la manera en que sus dedos rozaron los míos mientras me lo entregaba, la forma en la coma su voz quebro ligeramente al confesarse… todo me quemaba por dentro.
—Adha… —susurró Sofía finalmente, bajando la voz—. ¿Estás bien?
La miré de reojo, conteniendo un suspiro.
—Sí… estoy bien —mentí, aunque mi voz sonaba demasiado apagada incluso para mis propios oídos—. Solo cansada.
Sofía me estudió con cautela, como si pudiera ver más allá de la fachada que trataba de mantener.
—Mm… claro. Solo cansada después de correr por toda la feria. —Dijo con un tono burlón, y no pude evitar soltar una pequeña risa, aunque era débil. Sabía que ella intuía las cosas, y agradecía que no presionará más para saber.
El resto del viaje transcurrió en un silencio denso, intercalado con comentarios despreocupados de Sofía sobre cosas triviales: cuál juego había sido el peor, quién había gritado más fuerte, y cómo necesitábamos una limpieza profunda de azúcar en nuestros cuerpos. Pero yo apenas escuchaba. Mi mente estaba ocupada intentando no recordar la manera en que Lucas me miraba, intentando no imaginar qué habría pasado si hubiera aceptado su cercanía.
Cuando finalmente llegamos a mi departamento, me sentí aliviada y aterrada al mismo tiempo. Sofía se despidió de mi mientras yo recogía el peluche, preparándome para enfrentar la relativa soledad del apartamento, con el recuerdo de Lucas pegado a mi piel como si no pudiera despegarse.
—Nos vemos mañana —me susurró Sofía antes de que el taxi arrancará otra vez, una sonrisa traviesa y cansada dibujada en su rostro mientras desaparecía entre las sombras de las calles.
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Editado: 30.09.2025