Manual De Como Olvidar A Tu Ex

Capítulo Diesiciete: Celos Mal Disfrazados

Cuando llegué a mi departamento, lo primero que hice fue tirarme sobre la cama y llorar. Lloré hasta quedar inconsciente, lloré tanto que sentí mi respiración estancarse en la garganta.

Me recosté de lado, abrazando el peluche que tenía en la cama (ese que me había dado Lucas) como si pudiera absorber mi dolor y hacerlo desaparecer. Mis lágrimas caían sin control, mezclándose con suspiros ahogados, mientras mi mente no dejaba de repetir cada palabra que había salido de su boca, cada gesto, cada mirada. Y los recuerdos golpeaban mis sentidos sin piedad tratando de arrastrarme de vuelta a sus brazos.

—Promesas… disculpas… amor…— murmuraba entre dientes, como si intentara digerirlas fuera suficiente para calmar el nudo en mi pecho. Pero no lo era. Nada podía calmarlo. Nada podía borrar las semanas de abandono, las fotos con aquella rubia radiante que Nicolás había subido como si mi corazón roto no importara.

Mi corazón latía con fuerza, pero era un latido de miedo y dolor, no de esperanza. Recordé cada momento que habíamos compartido: los paseos tontos, los atardeceres que parecían eternos, las risas que me hacían sentir viva… y luego el golpe, la traición, el abandono. Cada recuerdo era una daga y, al mismo tiempo, una tentación de volver a él.

Me giré hacia la ventana, mirando la ciudad iluminada. Respiré hondo y me prometí a mí misma algo que dolía admitir: podía seguir sintiendo algo por él, podía recordarlo con cariño, podía incluso extrañarlo… pero no podía volver a permitir que me hiciera pedazos otra vez.

Mis manos temblaban mientras me cubría el rostro con el peluche, intentando ahogar el llanto, intentando convencerme de que esto no era un fracaso, sino una victoria silenciosa.

Aunque mi corazón gritaba su nombre, aunque mi cuerpo quería girarse y buscarlo, sabía que lo correcto era alejarme. Y por eso lloré, lloré hasta sentirme vacía, hasta que solo quedara la firme decisión de no ceder, de no regresar a un amor que había aprendido que podía doler demasiado.

Cuando finalmente me levanté de la cama, el cuerpo me pesaba como si hubiera corrido una maratón sin descanso. Mis ojos estaban rojos e hinchados, y aún sentía ese ardor punzante en el pecho, pero algo dentro de mí se sentía más ligero: había llorado suficiente para vaciar parte de ese dolor. No solo hoy, sino en estás últimas semanas.

Me arrastré hasta el baño, me lavé la cara con agua fría, dejando que el golpe helado despertara cada fibra de mi cuerpo.

Vamos, Adhara, un paso a la vez—, me susurré frente al espejo, intentando encontrar un atisbo de la chica fuerte que solía ser. La que no se dejaba arrastrar por un tipo aunque tuviera ojos azules y sonrisa perfecta.

Después de secarme la cara, me dejé caer en el sillón de mi habitación con una manta encima y el peluche que Lucas me había regalado en la feria entre los brazos. Extrañamente, sentir su textura suave y cálida me calmó un poco. Sonreí débilmente, como si admitir que aún necesitaba consuelo fuera permitido. Aún más, permitir que ese consuelo viniera indirectamente de él.

Abrí mi computadora y decidí revisar mis correos pendientes del trabajo. La rutina, aunque agotadora, era un ancla a la realidad. Mis ojos se posaron en algunos bocetos del proyecto de “Dulce Tentación”. Sorprendentemente, ver los colores pasteles, las formas de las galletas y los primeros trazos que había hecho me hizo sonreír de forma forzada.

Me recosté de lado otra vez, con la manta apretada contra mi pecho, pensando que quizá, solo quizá, el mundo no estaba del todo en mi contra. Que podía llorar, sufrir y aún así, avanzar. Y que, mientras Nicolás seguía ahí afuera con sus promesas rotas, yo todavía tenía a Lucas, a Sofía, a mi trabajo y, sobre todo, a mí misma.

Y por primera vez en semanas, respiré con algo parecido a esperanza, aunque con los ojos todavía húmedos y el corazón todavía temblando. La vida seguía, y yo también debía seguir.

***

Al día siguiente, me desperté con un nudo en el estómago. La noche anterior había dejado mis emociones al garete, y ahora debía enfrentar la realidad: ir a la oficina, ver a Lucas y actuar como si todo fuera normal. Como si no me hubieran partido el corazón tantas veces, y como si Nicolás no me hubiera vuelto a arrastrar a ese torbellino de recuerdos y autodestrucción que me había costado salir.

Llegué temprano a la oficina, demasiado temprano, porque necesitaba un margen de preparación para no derrumbarme, asegurarme a mí misma que todo iba a estar bien conmigo. Mis manos temblaban ligeramente al guardar mis cosas en el escritorio, y cada vez que escuchaba los pasos acercarse, mi corazón se aceleraba como si quisiera saltar de mi pecho.

Y entonces apareció, Lucas Arévalo. Cabello impecable, traje perfectamente ajustado, expresión… distante. Fría. Como si el Lucas confiado, coqueto y adorable de las semanas atrás, y aquel inocente y necesitado de ayer no existiera.

—Buenos días, señorita Amnasis —dijo apenas, con un tono neutro que me hizo sentir un escalofrío recorrerme la espalda.

—Buenos días —respondí, tratando de que mi voz no temblara, mientras mi corazón se retorcía en silencio. Cada palabra suya era medida, casi cortante, y yo no podía evitar notar la manera en que mantenía una distancia física casi exagerada entre nosotros. Una que por primera vez desde que trabajamos juntos trazaba, recién notaba que él desde siempre de alguna forma se acercaba un paso más cerca a mí, lo suficiente para que mi hombro chocará con el suyo si me giraba sin previo aviso.

Durante la mañana, nos sentamos en la sala de trabajo rodeados de bocetos, pantallas y galletas de prueba para el proyecto de “Dulce Tentación”. Intenté concentrarme, dibujando y ajustando colores, pero cada vez que él se acercaba a revisar algún detalle, su frialdad me hacía sentir que estaba pisando hielo fino.




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