Manual De Como Olvidar A Tu Ex

Capítulo Diecinueve: Un Baile

Salimos del local con las bolsas en mano y con el aire fresco de la tarde acariciándonos el rostro. Yo todavía sentía el retumbar incómodo de haber visto a Nicolás, pero también la rara satisfacción de haberle dado la espalda sin temblar.

—Adha, no te voy a mentir —dijo Sofía, enlazando su brazo con el mío como si fuera mi guardaespaldas personal—. Ese momento fue… chef’s kiss. Ojalá lo hubieras visto desde mi ángulo, casi parecía una novela turca.

—Perfecto, entonces ya podemos vender los derechos a Netflix —bufé, rodando los ojos con diversión.

Ella soltó una carcajada tan fuerte que varias personas nos miraron de reojo y cuchichearon cosas, que sin duda alguna eran críticas. Yo no pude evitar sonreír. Ese era el efecto Sofía: lograba ponerle un filtro cómico a mis tragedias.

Cuando doblamos hacia la entrada del centro, ahí estaban ellos: Lucas, Alejandro y Martín, apoyados en una baranda como si fueran parte de una boy band esperando su momento de cantar la balada dramática.

Alejandro fue el primero en reaccionar, caminando hacia Sofía con una sonrisa amplia.

—¿Sobrevivieron sin perderse? —preguntó mirándola con un brillo en los ojos que si no lo conociera juraría que era demasiado evidente.

—Por supuesto —respondió Sofía—. Aunque tuvimos que esquivar a un par de obstáculos humanos, nada fuera de lo común.

Yo solté una risita por lo bajo, pero mi atención se desvió enseguida: Lucas me estaba mirando como si quisiera descifrar qué demonios pasaba dentro de mí. Tenía esa expresión entre curiosidad y preocupación y para empeorar mi pobre autocontrol emocional, se adelantó un par de pasos y tomó una de mis bolsas con toda naturalidad.

—Dámela, pastelito. Se te va a dislocar el brazo cargando todo eso —dijo con un tono tranquilo, como si no acabara de desarmarme por dentro con una sola frase y ofender mi fuerza física al mismo tiempo.

—Oh, gracias, caballero medieval —repliqué con ironía, arqueando una ceja—. Solo me faltaba el dragón y la torre.

—Dragón ya tienes —respondió él, mirando de reojo a Sofía que en ese momento lanzaba una pulla a Alejandro—. Y torre… bueno, la puedo improvisar.

Yo solté una risa incrédula, porque ¿cómo demonios podía seguirme el juego tan fácilmente y encima dejarme sin réplica? Y sin embargo mientras fingía indiferencia, la calidez que me dejó aquel gesto se instaló en mi pecho como un recordatorio incómodo de lo mucho que podía desarmarme con pequeños detalles.

Martín mientras tanto nos observaba con esa sonrisa tranquila de quien lo ve todo pero no dice nada, como si disfrutara del espectáculo.

Y ahí íbamos los cinco, caminando entre bromas, sarcasmos y roces de manos disfrazados de accidentes, como si la vida se empeñara en recordarme que el caos emocional podía sentirse un poquito más dulce cuando venía envuelto en risas y amigos, que de la nada se multiplicaron en mi vida.

Ya íbamos de regreso hacia el hotel, cargando bolsas como si hubiéramos saqueado medio centro comercial. Entre risas y chistes malos, yo intentaba ignorar cómo el brazo de Lucas rozaba el mío cada tanto, porque si me concentraba demasiado en eso, iba a necesitar oxígeno.

De repente, él chasqueó los dedos como si acabara de recordar algo.

—¡Ah! —dijo, mirándome con esos ojos que parecían más brillantes de lo normal—. Esta mañana Alejandro y yo vimos un cartel en la plaza…

—Oh no, aquí viene —interrumpí, poniéndome en modo defensivo apegándome a Sofía.

—…del baile de otoño —continuó como si yo no hubiera dicho nada, con esa sonrisa maliciosa que ya era parte de su marca personal—. Y resulta que es esta noche.

Me detuve en seco, apretando la bolsa que tenía en la mano como si eso fuera a salvarme.

—¿Un baile? ¿Aquí? —pregunté, arqueando una ceja.

—Exacto —asintió, mirándome con descaro—. Y adivina quién tiene ganas de bailar contigo, pastelito.

Mi cerebro explotó en sarcasmos al mismo tiempo en autodefensa para ocultar la emoción.

—¿Conmigo? —bufé—. Debes estar confundido. Seguro la invitación era para Sofía o incluso Martín.

—Ja, ja, muy graciosa —replicó, inclinándose un poco hacia mí, bajando la voz—. Te estoy invitando a ti. Esta noche. Al baile. Y no voy a aceptar un "no" como respuesta.

Mis mejillas ardieron de inmediato. ¡Por supuesto! Porque mi vida ya no era un manual de cómo olvidar a tu ex, sino una comedia romántica de bajo presupuesto en la que el protagonista guapísimo decide invitarme a un baile como si fuera lo más normal del mundo. (Tenía que dejar de ver series de Netflix y dejar de comparar las desgracias de mi vida con las series de Netflix, además)

—Déjame adivinar… ¿tengo que aparecer con vestido largo, tacones imposibles y una sonrisa de princesa Disney? —repliqué con burla, esperando que el sarcasmo fuera suficiente para ocultar el temblor en mi voz.

—No —sonrió, tan seguro de sí mismo que quise darle un golpe con la bolsa—. Solo tienes que estar ahí. Lo demás… lo improvisamos.

Improvisamos. Claro. Como si improvisar con Lucas Arévalo no me costara ya la mitad de mis neuronas y la poca estabilidad emocional que me quedaba.

Sofía, que hasta ese momento había estado escuchando no aguantó más y explotó en carcajadas.

—Ay, Adha… te lo dije.

Rodé los ojos, intentando ignorar la manera en que mi corazón daba saltos ridículos. Porque lo último que necesitaba era un baile con Lucas, y al mismo tiempo… era lo único que de repente quería.

***

Me quedé frente al espejo de mi habitación, rodeada de bolsas del centro aún abiertas sobre la cama. Habían sido horas de risas y bromas con todos, pero ahora que estaba sola y el silencio parecía pesarme en los hombros. Me miré fijamente: mi cabello castaño, corto en ese corte wob que siempre me hacía sentir un poco más “yo misma” ahora solo un poco más largo con esos ligeros risos marcándose en mi cuello y barbilla; mis ojos verdes, brillantes pero con ese leve velo de amargura que no lograba quitarme aún.




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