Manual De Como Olvidar A Tu Ex

Capítulo Veintidós: Regla #13: Adoptar Una Planta O Mascota

Una semana había pasado desde “el mural de justicia poética”, como Sofía lo bautizó con toda la seriedad del mundo aunque cada vez que lo recordábamos terminábamos muertas de risa. Yo todavía no superaba la mezcla de vergüenza y adrenalina de haber pasado una noche en una celda por culpa de una lata de spray negro pero Sofía se encargaba de repetirme que era “historia digna de contar en las cenas familiares”.

En esos días mi rutina se había llenado de algo inesperado: Lucas. O más bien, mucho Lucas. Conversaciones que empezaban con detalles del proyecto, bocetos corregidos entre risas, bromas que derivaban en gestos dulces y silencios que no eran incómodos, sino todo lo contrario… suaves, tibios. A veces me descubría esperando su mensaje con ansias o revisando dos veces mi teléfono para confirmar que realmente había leído bien cuando me decía “te extraño, pastelito”. Y sí, me derretía, aunque no lo admitiera.

Ese sábado Sofía llegó a mi departamento con una sonrisa sospechosa cargando algo detrás de la espalda que no me dejaba ver del todo porque cada que me inclinaba para ver qué traía ella se movía al contrario de mi.

—Adha, hoy toca cumplir la regla número trece. —dijo con solemnidad fingida como si estuviera dictando sentencia en un tribunal.

—¿Otra regla? —suspiré aunque una sonrisa de resignación se me escapó.

—Exacto. Adoptar una planta o mascota. Es momento de que dejes de ser madre soltera solo de tus lápices y bocetos.

—Ajá… ¿y por qué me suena a trampa? —arqueé una ceja mientras la veía tambalearse con lo que traía escondido.

Sofía soltó una risita y finalmente reveló su sorpresa: una maceta pequeña con un cactus gordito, redondo y con espinitas suaves.

Taráaan. Aquí está tu nuevo hijo: se llama Señor Espinas.

Me llevé una mano a la frente riendo.

—¿En serio, Sofi? ¿Un cactus?

—Claro, es perfecto para ti: independiente, resistente, no requiere tanto cuidado… pero si lo tratas mal, te pincha. Como tú.

—¡Oye! —protesté aunque no pude evitar reírme con fuerza.

En ese momento alguien tocó la puerta. Y como si estuviera perfectamente coordinado con Sofía (que ya estaba conteniendo una carcajada), apareció Lucas detrás de mí puerta.

Traía en brazos un perrito mestizo de orejas grandes y ojos brillantes que apenas me vio empezó a mover la cola como loco.

—Buenas tardes. Yo voto por la opción mascota —anunció Lucas entrando sin esperar respuesta como si ya estuviera informado de todo el plan malévolo de mi mejor amiga.

El perrito intentó lanzarse de sus brazos directo a mis piernas.

—Lucas, dime que eso no es tuyo… —murmuré retrocediendo un paso.

—Lo encontré afuera del estudio. Me siguió hasta el coche, y mira esa carita… —me extendió al cachorro como si fuera un regalo de cumpleaños—. Se llama… eh… Travieso.

El perro ladró como aprobando el nombre y Sofía soltó una carcajada.

—Dios, Adha. Ahora tienes un cactus y un perro. Eres oficialmente madre de dos criaturas.

Yo miré al cactus luego al perro que intentaba morder mis cordones de los tenis, y finalmente a Lucas que me observaba con esa sonrisa pícara que mezclaba dulzura y provocación.

—Esto es un complot —dije al fin riendo entre resignación y ternura—. No pienso limpiar pipís en la alfombra.

—Yo lo haré —respondió Lucas sin dudar inclinándose más cerca de mí—. Solo deja que se quede contigo… conmigo.

Y ahí estaba otra vez esa cercanía que me desarmaba por completo, la sensación de que mi mundo se ponía patas arriba con su sola presencia.

Sofía me guiñó un ojo abrazando al cactus como si fuera un trofeo.

—Listo, Regla #13 cumplida. Y yo ya sé quién va a terminar durmiendo con Travieso.

Yo me tapé la cara con las manos mientras el perrito seguía mordiendo mis cordones y Lucas se reía bajito a mi lado como si disfrutará de esto.

Sí, esto era un complot.

El perrito tan pequeño y adorable como un huracán en miniatura decidió que mis cordones de los tenis eran la mejor opción de desayuno y juguete al mismo tiempo.

—¡Travieso, no! —grité saltando para esquivar sus mordiscos mientras trataba de soltar los cordones de su pequeña boca destructora.

Lucas se inclinó hacia mí sujetando al cachorro por la cintura para separarlo de mis pies.

—Tranquila, él solo quiere cariño —dijo con esa sonrisa que me hacía sentir que podía derretirme en cualquier momento—. Aunque admito que mordisquear tus cordones es un plan brillante.

—¡Plan brillante! —repetí, indignada y divertida a la vez—. ¿Eso lo llamas tú, plan brillante? ¡Va a destrozarlo todo!

Sofía mientras tanto se reía tanto que tuvo que sentarse en el sofá abrazando al cactus como si fuera un peluche.

—Yo no me meto —dijo—. Adhara, esto es tu caos, tu desastre personal. Lucas solo viene a observarlo todo mientras te roba el corazón.

—Sofi —susurré lanzándole una mirada con los ojos entrecerrados—. Te juro que si hace algo con el cactus…

No terminé la frase porque Travieso, en un acto de pura travesura saltó hacia Sofía haciendo que el cactus cayera al suelo con un pequeño golpe.

—¡No! —grité corriendo a recogerlo antes de que se hiciera añicos—. ¡Señor Espinas!

Lucas vino detrás de mí tomándome suavemente de los hombros para detener mi carrera un segundo.

—Todo está bien —dijo acercando su frente a la mía sin soltarme—. Yo te ayudo.

Sentí un calor inmediato en las mejillas y tuve que apartar la mirada mientras él se agachaba para levantar al cactus y colocarlo nuevamente en la maceta.

—Listo —dijo Lucas levantando el cactus con cuidado—. Ahora sí, seguro y lejos de un perro travieso.

—Gracias —susurré todavía un poco nerviosa.

Travieso por su parte decidió que mi bolso de cuero era su siguiente objetivo. Saltó del sofá a la mesa aterrizando con una elegancia cuestionable y comenzó a olfatear entre mis pertenencias.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.