Manual De Como Olvidar A Tu Ex

Capítulo Veintitrés: Regla #14: Cocinar Juntos (Jamás Pensé Que Con Lucas)

Luego de ese momento tan… extraño, que me dejó el corazón corriendo como un venado huyendo de un depredador, improvisamos una cama para Lucas en el suelo de la sala. No me sentía bien mentalmente como para compartir la mía con él… otra vez. Aunque él había insistido un par de veces con esa sonrisa descarada, al final terminó cediendo con un suspiro teatral y me dejó acomodarle un colchón delgado con un par de mantas.

Travieso por supuesto, no entendía nada del concepto de “dormir”. A mitad de la madrugada el cachorro despertó lleno de energía y armó un caos en la sala. Saltaba entre cojines, mordía esquinas de libros y jalaba con sus dientecitos un par de bolsas que todavía no había guardado.

Ambos corrimos detrás de él más dormidos que despiertos en medio de un desastre que parecía una comedia barata. Yo tropecé con mis propias sandalias en el camino y Lucas casi se lleva por delante una lámpara mientras trataba de alcanzarlo.

Al final él logró atraparlo con una agilidad que no esperaba y lo metió dentro de un cesto de ropa sucia vacío, volcado al revés y encima colocó un diccionario enorme para que Travieso no pudiera escapar. El cachorro ladraba bajito, como protestando por su prisión improvisada.

—Por ser un mal chico, estás castigado —dijo Lucas, serio señalando el cesto como si el perro entendiera la lección.

Yo, sentada en el sofá con el cabello revuelto y las lágrimas en los ojos de tanto reírme en silencio, me desvanecí entre los cojines derrotada por el sueño. Me quedé profundamente dormida con una sonrisa boba en el rostro mientras lo admiraba en silencio total.

Esa fue la última imagen antes de que mis párpados cedieran: Lucas, de pie en medio de mi sala desordenada, con su camiseta arrugada, el cabello despeinado y un cachorro ladrándole desde un cesto… como si todo aquello tuviera sentido.

No supe en qué momento regresé a la cama, ni cómo. El recuerdo era borroso, como si entre risas, cansancio y aquel caos de madrugada hubiera perdido la noción del espacio. Pero cuando desperté otra vez me encontré allí entre las sábanas, con Lucas rodeando mi cintura con un brazo fuerte y cálido, como si jamás se permitiera dejarme escapar.

Su rostro estaba oculto entre mi cabello y cada vez que exhalaba su respiración tibia me hacía cosquillas en la nuca. Ese roce delicado me erizó la piel y al mismo tiempo, sentí un estremecimiento en el alma, como si algo dentro de mí temblara peligrosamente. Mis muros, esos que había construido con tanto cuidado alrededor de mi corazón para que nadie más entrara, comenzaban a resquebrajarse poco a poco con cada respiración suya.

Me quedé quieta, inmóvil, disfrutando del cosquilleo que corría por mi cuerpo solo por tenerlo así de cerca. Fingí dormir temiendo que si me movía rompería el hechizo de aquel instante.

Entonces lo sentí despertar. Un leve cambio en su respiración, la manera en que sus dedos se apretaron apenas contra mi cintura y luego una risa bajita, suave, casi juguetona.

Antes de que pudiera reaccionar, sus manos comenzaron a deslizarse con ternura por mi cabello, entrelazando los mechones con cuidado, como si fueran delicados hilos de seda. Me hacía pequeños mimos en la cabeza y de vez en cuando, con el dorso de sus dedos, acariciaba la curva de mi espalda.

Cerré aún más los ojos fingiendo seguir dormida, pero lo cierto es que esa cercanía me estaba derritiendo por dentro. Me sentía a salvo, cómoda. Y fue en medio de esas caricias, de la seguridad que me transmitían sus brazos y de la calma que su risa dejaba en mi pecho que realmente volví a dormirme. Esta vez no por cansancio, sino por la comodidad dulce y peligrosa que sentía al estar entre sus brazos.

Un par de horas (creo) después volví a abrir los ojos. La habitación estaba iluminada por la tenue claridad de la mañana que se colaba entre las cortinas y lo primero que noté fue el vacío. La cama estaba tibia aún a mi lado, pero Lucas ya no estaba.

Parpadeé un par de veces, algo desorientada antes de dejar escapar un suspiro. Me estiré despacio, sentí el revoltijo de sábanas y el olor vago de su colonia impregnado en ellas. Eso bastó para que mi corazón se agitara otra vez.

Con un poco de pereza me levanté arrastrando los pies hacia el baño. Hice lo que tenía que hacer, me lavé el rostro y los dientes y recogí mi cabello en un moño desordenado. Cuando salí del baño todavía medio dormida fue cuando escuché algo que me hizo detenerme en seco: ruidos metálicos, golpes sordos, y un “¡mierda!” ahogado proveniente de la cocina.

Fruncí el ceño avanzando en puntillas con curiosidad y un poco de temor de lo que podía encontrar. Y ahí estaba él.

Lucas, de pie frente a la estufa con un delantal que juraría era mío (y que jamás había usado), la cara ligeramente manchada de harina y un sartén en la mano como si estuviera en plena batalla campal. En la encimera había cáscaras de huevo, un tarro de leche volcado dejando un charco a un lado y lo que parecían intentos fallidos de hotcakes que más bien parecían islas carbonizadas.

—¿Qué… demonios…? —musité llevándome la mano a la boca para contener la risa fingiendo indignación.

Él me oyó enseguida y levantó la cabeza con ese gesto de niño atrapado en plena travesura.

—¡Ah! —exclamó con dramatismo conteniendo la respiración—. Estás despierta antes de lo planeado.

—¿Antes de lo planeado? —pregunté riendo mientras cruzaba los brazos.

—Sí. —Se aclaró la garganta intentando sonar serio mientras apartaba la sartén de la hornilla—. Estaba intentando sorprenderte con el desayuno… hotcakes. Pero… digamos que Travieso y yo tuvimos opiniones encontradas sobre la harina.

Giré la cabeza y como para confirmar su confesión, encontré al cachorro cubierto con manchas blancas en su pelaje, agitándose feliz en el suelo mientras perseguía lo que quedaba de un trapo de cocina.

—Lucas… —me llevé las manos a la cintura intentando sonar indignada todavía aunque la risa ya me temblaba en la garganta—. Esto parece un campo de guerra, no una cocina.




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