Manual De Como Olvidar A Tu Ex

Capitulo Veinticinco: Extraño

El lunes amaneció sin color.

O al menos eso creí cuando abrí la ventana y vi la ciudad cubierta por esa neblina perezosa que parece esconderlo todo. Travieso dormía hecho un ovillo sobre el sofá completamente ajeno a mi desgana. Se oía el tic tac del reloj, el sonido del hervidor y… nada más.

Nada de los mensajes de Lucas a las seis de la mañana con frases tipo: “Buenos días, pastelito. No olvides sobrevivir al café”, ni los stickers absurdos que solía mandarme con gatos bailando, y en la oficina sabía que no tendría esas notas extrañas que post tips de colores que dejaba sobre mí computadora.

Habían pasado apenas dos semanas desde que se fue de viaje para cubrir la presentación de la nueva marca en la filial del norte, y yo ya lo extrañaba de una forma que me resultaba… alarmante.

No quería admitirlo pero mis días eran un poco menos luminosos sin su caos.

Llegué a la oficina con el cabello recogido y una taza de café que más parecía un salvavidas emocional. El departamento de diseño estaba como siempre: un revoltijo de colores, pantallas encendidas y tazas de porcelana con frases inspiradoras que nadie leía.

La música de fondo era un jazz suave que el jefe insistía en poner para “estimular la creatividad”, aunque en realidad todos sabíamos que lo hacía para disimular el ruido de las impresoras.

Encendí mi computadora y el zumbido familiar del CPU me recibió como un viejo amigo. Sobre mi escritorio aún seguía la nota que Lucas había dejado en un Post tips de color rojo antes de irse:

“Si me extrañas, finge que estoy en la silla de al lado criticando tus márgenes.”

La había intentado quitar varias veces pero cada vez que mi mano se acercaba, algo en mí se detenía. Era ridículo pero ese pedacito de papel se había vuelto mi amuleto (o mi dependencia).

Abrí los archivos del nuevo proyecto: Manual de marca — “Botánica Verde”. Una empresa de productos ecológicos que buscaba una identidad limpia y moderna. Tenía que redibujar el logo, ajustar las proporciones, preparar las paletas de color y estructurar el manual.

En teoría, una tarea sencilla.
En la práctica… un campo minado de distracciones emocionales.

El cursor parpadeaba frente a mí mientras trataba de concentrarme. Pero no podía evitar escuchar su voz en mi cabeza.

El verde lima no se lleva con el blanco roto, pastelito. Parece jugo de menta con leche.”

Reí bajito. Qué tontería.

Acomodé los tonos en la paleta y abrí el archivo de Illustrator. La forma del logo parecía mirarme con juicio. Respiré hondo y comencé a redibujar las líneas cuidando cada curva, cada detalle.

El silencio pesaba hasta que una compañera pasó detrás de mí dejando una estela de perfume amaderado.

Y por un instante, la mente me traicionó.

Esa fragancia.
No era la misma pero tenía algo parecido al aroma de Nicolás.
El tipo de olor que te llega como una sombra, que se cuela sin pedir permiso.

Por un segundo lo recordé sonriendo, diciéndome que el azul profundo era su color favorito porque “era el color del control”. Qué ironía. Control fue lo último que tuve cuando me dejo.

Sacudí la cabeza con un suspiro.

No, no iba a volver a caer en ese agujero.

Ya no era la misma chica que se quedaba esperando respuestas que nunca llegaban.

Y sin embargo el vacío seguía ahí. No por Nicolás, no exactamente… sino por la diferencia entre lo que fue y lo que podría ser con alguien como Lucas.

Me levanté para servirme más café, y al pasar por el escritorio de él, me detuve. Tenía a mi pequeño cactus en una maceta de cerámica como mi última medida de su seguridad. Estaba inclinado hacia un lado como si también extrañara la luz de su co-dueño (porque si, también compartíamos "custodia" del cactus).

—Bueno, pequeño —murmuré mientras lo giraba para que recibiera el sol—. Volverá pronto, no te deprimas.

Volví a mi silla intentando enfocarme de nuevo en las líneas del logo. El ritmo de trabajo se reanudó entre clics de mouse y murmullos. A ratos alguien soltaba una broma, pero nada sonaba tan vivo como cuando él estaba ahí. Hasta los errores del día parecían menos tolerables sin su risa detrás diciendo: “Eso no es un bug, es una característica emocional del diseño.”

A la hora del almuerzo me quedé sola revisando los avances porque Sofía había tenido que ir a una gira de campo para otra campaña en la que ella trabajaría, algo sobre juguetes de gatitos robóticos o algo así... El diseño del logo estaba casi terminado: un tallo verde minimalista con un brote naciente, elegante pero con vida. Me gustaba.

Quizá porque en cierto modo me recordaba a mí. Frágil, pero insistiendo en crecer.

Tomé el teléfono y abrí el chat de Lucas.
La última conversación era su mensaje antes del vuelo:

Guárdame un pedazo de pastel de fresa cuando vuelva, pastelito. No me falles.”

Sonreí. Es increíble cómo alguien puede volverse parte del paisaje de tus días sin que te des cuenta. Y cuando se va… el silencio pesa distinto.

Afuera, el cielo se había despejado un poco y Un rayo de sol se coló entre las persianas y cayó justo sobre mi mesa. Tomé el lápiz miré el logo una vez más y sentí algo dentro de mí moverse —esa mezcla entre nostalgia, cariño y una pequeña chispa de ilusión—.

Quizá no se trataba solo de extrañar a alguien...

Esa tarde terminé el logo antes del plazo.
El resultado era limpio, elegante, con ese equilibrio entre lo orgánico y lo moderno que la marca pedía. Lo guardé en el servidor común con una nota simple: Versión final — revisión pendiente de Lucas.
Y me quedé mirando esas palabras por un rato más largo de lo que debería.

Era absurdo lo mucho que me costaba no escribirle.
No porque no pudiera, sino porque él mismo me había dicho antes de irse:

> “Nada de mensajes de trabajo. Si no es para mandarme memes o contarme que el café sabe a desesperación, ni lo intentes.”




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