Manual De Como Olvidar A Tu Ex

Epilogo: Nuestro Manual (Juntos)

Esa noche entre cajas y risas comprendí que la felicidad no hacía ruido. No explotaba ni llegaba como una tormenta. Solo olía a café, a polvo, a cartón abierto y a él.

El nuevo departamento estaba hecho un caos, literalmente un campo de batalla. Entre los muebles sin armar, las cajas mal etiquetadas y Travieso inspeccionando cada rincón como si buscara oro, era un milagro que no nos hubiéramos roto un tobillo aún.

—¿Dónde están los platos? —preguntó Lucas por décima vez, sacando cosas de una caja que claramente decía “Ropa de cama”.

—En la caja que dice “Cocina”, detective —contesté riendo, recostada contra la isla de la cocina con una taza de café instantáneo en las manos.

—Ajá, la que tiene un dibujo de una taza gigante, ¿no? —preguntó arqueando una ceja con ese tono irónico que me encantaba.

—Esa misma —le respondí mientras lo miraba revolver entre las cajas, despeinado, con la camiseta blanca pegada al cuerpo y ese aire de concentración que solo él podía hacer ver sexy mientras discutía con una caja de cartón. Travieso ladró una vez, como si estuviera de mi lado.

—Sí, lo sé, campeón —le dije al perro—, tu papá no tiene remedio.

—Oí eso, pastelito —replicó Lucas sin voltear.

—Era la idea, Arévalo.

Él se giró con una sonrisa torcida y una cuchara en la mano como si fuera un arma.

—Me estoy jugando la vida entre cajas por ti, merecería al menos una medalla.

—Te puedo dar una galleta de perro —bromeé señalando el frasco de Travieso.

—A falta de reconocimiento, acepto cariño —dijo dejando la cuchara y acercándose despacio con esa mirada que siempre decía más de lo que debía.

—No, Lucas… —advertí retrocediendo apenas, aunque la sonrisa me traicionó.

—Demasiado tarde, señora casi Arévalo —murmuró antes de atraparme por la cintura y besarme. No fue un beso suave ni fugaz, fue de esos que te roban el aire y te devuelven la calma al mismo tiempo, de esos que saben a café y te devuelven la vida.

Cuando se separó tenía esa sonrisa traviesa que desarmaba cualquier defensa.

—¿Ves? Ya se siente como casa.

—Sí, una casa con cero platos, cero orden y un idiota adorable que cree que besarme ayuda a limpiar —le dije con una falsa seriedad que no convencía a nadie.

—Funciona, ¿no? —rió él.

—Cállate —murmuré empujándolo suavemente aunque no me alejé mucho.

Dejó un beso corto en mi frente.

—Te ves hermosa cuando estás fastidiada.

—Y tú insoportable cuando tienes razón.

—Perfecto equilibrio entonces —dijo guiñándome un ojo antes de volver a las cajas.

El apartamento olía a polvo y a cartón mezclado con café. Las luces cálidas hacían que todo se viera más acogedor, incluso el desastre. Travieso había decidido apropiarse de una caja vacía y estaba dentro de ella, con la cola moviéndose fuera como una bandera de victoria.

Lucas encontró algo en una de las cajas y se acercó.

—Mira lo que hallé.

Era una foto nuestra, una de esas que Sofía había tomado en la oficina cuando él empezó con su manía de firmar las notas con “para la futura señora Arévalo”. En la foto los dos reíamos, sin mirar a cámara, completamente desprevenidos. Sentí un nudo suave en el pecho.

—No puedo creer que ya haya pasado todo esto.

—Yo sí —respondió con voz baja y segura—, porque todo valió la pena.

Su tono tenía esa mezcla de ternura y seguridad que siempre me desesperaba. Me miró con esa intensidad que me hacía sentir que no existía nada más.

—Cuando pienso en todo lo que tuvimos que pasar para llegar aquí —continuó—, me doy cuenta de algo: si tuviera que hacerlo de nuevo, lo haría igual. Cada duda, cada pelea, cada miedo... todo me llevó a ti.

No pude responder. Lo abracé fuerte escondiendo la cara en su cuello, sintiendo su respiración y su corazón latiendo contra el mío.

—¿Y si esto falla? —pregunté en un susurro.

—Entonces lo intentamos otra vez —respondió sin dudar rodeando mi cintura con sus brazos para aferrarse a mi—, las veces que haga falta.

Y entendí que lo amaba más de lo que podía decir. Lo amaba en lo cotidiano, en el caos, en lo imperfecto. Lo amaba incluso cuando me hacía reír en medio de un desastre o cuando me hacía enojar solo para verme sonreír después.

Nos quedamos así un rato con Travieso roncando dentro de su caja y la ciudad respirando allá afuera. Pensé en mi antigua vida, en todo lo que había dejado atrás y supe que cada tropiezo valió la pena.

Lucas era mi hogar y ese pequeño caos con olor a café y polvo era el inicio de todo lo que siempre quise sin saberlo.

—Te amo, Lucas Arévalo —susurré.

—Lo sé, pastelito —respondió él rozando su nariz con la mía—, y para que conste, yo te amo más.

—Qué competitivo eres —le dije riendo.

—Solo en cosas que valen la pena ganar —contestó antes de besarme otra vez.

Y en ese instante lo supe. Si la felicidad tenía una forma, era esa: una casa medio vacía, un perro dormido y el amor de mi vida riéndose conmigo en medio del desastre.

Cuando se separó de mis labios me miró a los ojos con esa intensidad suya que siempre me dejaba sin aire. Su agarre en mi cintura se volvió más firme como si temiera que me desvaneciera si me soltaba. Tenía esa sonrisa traviesa y encantadora que solía anunciar una de sus ideas locas.

—¿Qué tal si hacemos otro manual? —susurró contra mis labios, la voz baja, ronca, tan cerca que sentí su respiración chocar con la mía. Parpadeé confundida.

—¿“Otro manual”?

—Sí —respondió con esa sonrisa enorme que siempre me desarmaba—. Para conmemorar el que nos unió, pastelito.

Solté una risa suave e incrédula apoyando las manos en su pecho.

—¿Estás hablando en serio, Arévalo?

—Absolutamente. —Sus ojos brillaron con picardía—. Pero esta vez lo hacemos juntos, tú y yo. Nada de reglas imposibles ni frases en código, solo... lo nuestro.




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