“A veces, el día empieza antes de estar lista para él”
¿Alguna vez ha tenido un día que comienza antes de la hora habitual de despertar? ¿Una mañana donde cada minuto parece una limpiada de resistencia emocional?
Era un lunes cualquiera. Era una madre cualquiera hasta ese momento. Sí, hay momentos en que una se cansa de vivir una vida cualquiera.
Pues así sonó mi despertador y ya estaba despierta.
De hecho, llevo despierta desde las 4:37 am, hora exacta en la que mi hija Jimena decidió que era absolutamente urgente contarme que había soñado con un pato gigante que vendía helados.
—Mamá, ¿los patos pueden tener negocios? —preguntó, con los ojos enormes y serios.
Y yo, medio muerta y medio zombie, respondí:
—Solo si hacen declaraciones trimestrales de IVA, cariño. Duerme.
No funcionó.
Así que ahora son las 6:14 am, y estoy en modo “madre funcional” con una taza de café que más parece caldo de motor que bebida humana. Mi cocina es un campo de batalla posapocalíptico: tostadora rota, cereal en el suelo, mochila escolar sin preparar, y una lonchera que me mira como diciendo “¿me vas a llenar con algo decente o no?”. A pesar del caos matutino, una parte de mí seguía vibrando con la extraña victoria del domingo, con el garaje de Mercedes y la ropa que ahora esperaba con potencial en el rincón de la sala.
Respiro hondo.
Hoy es lunes.
Eso lo explica todo.
"Tener sueños no te libra del caos. Pero sí te da fuerzas para sobrevivirlo"
Me llamo María Fernanda, tengo treinta y cuatro años, una hija de seis con más energía que el sol y una lista de pendientes que podría envolver la Torre Eiffel. Y no tengo ayuda. Nada. Cero. Ni un abuelo cariñoso, ni una vecina entrometida con alma de niñera. Solo yo, mi hija y una cafetera que, si tuviera alma, ya me habría abandonado.
—¡Mamáaaa! —grita Jimena desde el baño—. ¡Se me cayó el diente y no sé si la Hada de los Dientes trabaja los lunes!
—¡Sí trabaja, pero cobra horas extra! —le grito de vuelta, mientras me pongo el sujetador con una mano y trato de encontrar sus zapatos con la otra.
Claro, yo también me hice promesas cuando era joven. Iba a ser escritora, viajar por el mundo, comer croissants en París sin engordar. ¿Y qué soy ahora? Una madre soltera que trabaja en una tienda de cosméticos donde la gente discute si un labial “vino rubí” es diferente a “rojo noche pasional”.
Sin amores. Solo cuesta cinco euros más.
"El destino no siempre llama fuerte. A veces solo toca una puerta al lado de algo que ya amas"
A las 7:26, salimos corriendo hacia el colegio. Jimena lleva los zapatos cambiados (nuevamente) y yo llevo la blusa al revés, aunque no me doy cuenta hasta que una señora en la parada del autobús me lo señala con una mezcla de pena y seriedad.
—Cariño, el escote va adelante —me dice en voz baja.
Perfecto. Gracias, universo.
Pero llegamos. Jimena entra al colegio con esa mezcla de torbellino y arcoíris que es ella, y me lanza un beso desde la reja.
—¡Te amo, mami! —grita.
De regreso al trabajo. El estómago me daba vueltas. No solo por el café aguado, sino por la notificación de cobro del alquiler que había ignorado durante el fin de semana. Sabía que hoy vendría. Y justo cuando abría la puerta, ahí estaba. El señor Benítez, el encargado de cobrar la renta, con su eterna cara de pocos amigos y la libreta en mano.
—Señora María Fernanda, ¿otra vez? —Su voz era un rasguño—. Ya es la tercera vez en seis meses que se retrasa. Sabe que la dueña es muy estricta.
Siento el rubor subir por mi cuello. Mis manos sudaban.
—Señor Benítez, por favor, deme hasta el viernes. Tuve unos gastos inesperados…
—Gastos inesperados, despidos… Siempre lo mismo, señora. Ya no voy a tolerarlo. Si el viernes no está el pago completo, tendré que informar a la dueña. Y usted sabe lo que eso significa.
Su mirada era un aviso claro. Sabía a lo que se refería. Mis trabajos temporales, las veces que me habían despedido por recortes o por “falta de rendimiento”, dejándome al borde del abismo. No me lo decía directamente, pero la implicación de que era una "mala paga" por mi inestabilidad laboral era un golpe bajo. Asiento, sintiendo que la presión me aplastaba. Era como si mi casa, mi único refugio, estuviera a punto de ser arrebatada.
Me encuentro reflexionando sobre lo que realmente quiero.
En medio del caos, Yolanda entra a la tienda. Siempre es una brisa de frescura, con su sonrisa amable y una historia de superación que la precede. Comenzó con un pequeño puesto de comida en el mercado y ahora tiene un negocio en crecimiento.
—Hola, María Fernanda. —Me saluda con calidez—. He estado pensando en ti. ¿Cómo va todo?
—Aquí, sobreviviendo como siempre. —Le digo, intentando sonreír a pesar de la fatiga, pero con el encuentro con Benítez aún pesando sobre mí.
Yolanda se acerca, su mirada es seria.
—Te veo con ese fuego en los ojos. Tienes sueños grandes, ¿verdad?
La miro, sorprendida por su intuición.
—Sí, pero… a veces me siento atrapado entre lo que tengo que hacer y lo que realmente quiero. Y ahora mismo, estoy al límite.
—Escucha, la clave para salir adelante es buscar un mentor. Alguien que ya tenga el negocio que quieres, alguien que pueda guiarte. —Sus palabras resuenan en mí.
—¿Un mentor? ¿Y cómo encontrar a alguien así?
—Busca a alguien que tenga una cafetería, tal vez en una zona lejana para que no sea competencia. Tal vez esté buscando a alguien a quien transmitir su conocimiento. Teía sorprender lo dispuestos que están a ayudar.
Siento que una chispa se enciende dentro de mí. La idea de tener a alguien que me guía en mi camino me parece una posibilidad emocionante.
—Pero, ¿y si no encuentro a nadie? —pregunto, la inseguridad asomándose.
—No te limites. A veces, la oportunidad está más cerca de lo que piensas. Y recuerda, cada paso cuenta, incluso si parece pequeño.
Editado: 09.07.2025