“A veces, las palabras más importantes no salen de la ciencia. Salen de un cuento”
Jimena estaba sentada en la alfombra con sus muñecas, tres marcadores permanentes y una mirada que decía "soy bien portada cuando me miran".
—Mamá —dijo—, ¿puedo pintarle pecas a Lola?
—Siempre y cuando sepas que después no podrás borrarlas. Ni las pecas ni las decisiones. Además, —añadí María Fernanda— ¿Y qué pasa si Lola no quiere tener pecas?
—Tienes razón, mamá —dijo con tono comprensivo.
Me senté junto a ella y, sin saber por qué, comencé a contarle un cuento. Uno que no había contado nunca en voz alta. Uno que escribí hace mucho tiempo, cuando mi corazón era pequeño y mis penas muy pesadas.
Este es el cuento que escribí cuando sentí que todo se rompía.
No es un gran cuento. Pero es todo lo que pude ofrecerle al amor cuando me dolía.
"Los cuentos no solo son para entretener. A veces, son puertas a nuestra propia historia"
Cuento: “La muñeca Lola” (escrito por María Fernanda, leído a Jimena)
Había una vez una muñeca llamada Lola que vivía muy feliz en una casa. Ella era el centro de atención de un hombre y una mujer que la querían muchísimo, un hombre llamado Martín y una mujer llamada Carolina. Ellos siempre habían soñado con tener hijos, pero después de intentarlo muchas veces, supieron que no podrían tenerlos. Aunque querían mucho a la muñeca Lola —que era como una hija para ellos y con quien pasaban horas jugando y riendo—, en el fondo de su corazón seguía deseando ser padres de un niño o niña de verdad.
Con el tiempo, pensaron que tal vez, si se separaban, cada uno podría encontrar una nueva pareja que ya tuviera hijos, y así podrían formar la familia que tanto anhelaban.
Pero surgió un problema: ¡Los dos querían quedarse con Lola!
Ninguno se imaginaba la vida sin ella. La muñeca había estado con ellos en muchos momentos especiales y era como el recuerdo vivo de todo su amor. Intentaron ponerse de acuerdo, pero no lograban decidir quién se quedaría con ella.
Como no encontraban solución, decidió acudir a un juez para que los ayudara. Pero al llegar al juzgado, el juez —muy amable— les explicó que una muñeca no era algo por lo que se pudiera pelear en un juicio. Martín y Carolina se sintieron un poco tristes y frustrados.
Mientras esperaban, escuchandoon otro caso que se estaba tratando ahí mismo. Era la historia de unos padres que no querían quedarse con su bebé recién nacido. El papá decía que no era su hija, y la mamá pensaba en darla en adopción porque no tenía dinero y su esposo la había abandonado.
El juez, que era muy sabio, tuvo una idea especial. Llamó a los padres del bebé y, con mucho tacto, les propusieron que consideraran darla en adopción a Martín y Carolina. Estos últimos, que esperaban ansiosos en la sala contigua, al escuchar esto, sintieron que esa era la oportunidad que tanto habían esperado.
No se trataba de olvidar a Lola, a quien siempre amarían, sino de abrir su corazón para darle amor a una niña real y convertirse, por fin, en los papás que tanto soñaron ser.
Con el corazón lleno de alegría, aceptaron con gratitud. Desde ese día, la muñeca Lola ya no fue un problema entre ellos. Comprendió que la querían mucho porque representaba los momentos felices vividos juntos, pero ahora comenzaban una nueva etapa: ser una familia de verdad.
La muñeca Lola se convirtió en el primer juguete de la bebé, y ¡en menos de una semana ya estaba toda pintada con plumones! Martín y Carolina se reían al verla, felices de ser papás por fin.
"Una muñeca puede ser el puente entre el pasado y el futuro. Entre el dolor y la sanación"
Si Lola fuera una niña de verdad, estaría feliz y un poquito triste a la vez. Feliz porque, sin decir una palabra, ayudó a que Martín y Carolina encontraran el camino para ser padres, y feliz también porque un bebé tenía ahora una familia llena de amor. Pero un poquito triste, porque sabía que pronto llegarían más muñecas y quizás, con el tiempo, ella estaría dejada a un lado.
Aun así, Lola sabía que había cumplido su misión: unir corazones y dar paso a una nueva historia de amor.
"Contar tu historia no te hace libre"
Jimena escuchó todo sin moverse. Solo al final, dijo:
—Entonces… Yo también puedo ser como Lola.
Le sonreí. Porque sabía exactamente lo que quería decir.
A veces somos el pegamento entre corazones rotos. A veces somos el puente hacia algo nuevo. Pero también, a veces somos el primer juguete, el primer refugio. Como Lola. Como nosotras.
Después de eso, hicimos galletas con forma de corazón (aunque algunas salieron más bien de alienígena) . Pintamos a Lola con marcadores (porque, según Jimena, “necesita colores nuevos”) .
Fue un día bonito. Un día lento. Un día sin prisas. Un día donde no tuvimos que ser madres perfectas, ni hijas perfectas. Solo nosotras.
Y mientras veía a Jimena dormirse con Lola entre los brazos, supe que no importaba si el mundo era injusto, si las cuentas no cerraban o si mañana volviéramos a correr como gallinas sin cabeza.
Porque hoy, en este día de asueto, habíamos encontrado algo más importante que el tiempo perdido. Habíamos encontrado el amor.
Manual de Mamá para no Rendirse
Hoy aprendí que las historias, incluso las que duelen, son el mapa para encontrar la curación. Que al contar nuestros cuentos a quienes amamos, no solo liberamos el pasado, sino que también construimos un futuro compartido.
No tengas miedo de que tus hijos escuchen tus "sueños dormidos" . A veces, sus oídos son los únicos capaces de transformar tu dolor en una lección de valentía y resiliencia.
El amor no siempre viene de donde lo esperas. A veces, un juguete, un día de asueto y una niña con una pregunta honesta son el inicio de un nuevo capítulo. Y ese capítulo, cariño... lo escribe tú con cada pequeño acto de valentía.
Editado: 09.07.2025