Manual de una mamá para no rendirse

Capítulo 34: La abue Ángela y la mesa invisible

"El juego no siempre es un escape. A veces es el puente hacia quien realmente te puede salvar"

Las muñecas estaban alineadas como alumnas en un desfile escolar. Había una con una pierna suelta, otra con marcador en la frente, una con solo un ojo (el izquierdo) y, por supuesto, la muñeca quemada.

Jimena, de pie con las manos en la cintura, las observaba con una seriedad conmovedora. —Chicas, les presento a Ángela. Mi nueva abuela. De mentira... pero de verdad.

Ángela se inclinó un poco. Su espalda crujió, pero su sonrisa era joven. —Es un placer conocerlas, señoritas. Espero estar a la altura del honor.

La muñeca sin ojo fue la primera en recibir un beso.

"A veces, los adultos olvidan cómo jugar. Pero basta una niña y una abuela improvisada para grabarlo"

Jimena le susurró: —Ya no van a estar solitas. Ahora tenemos casa, mamá, abuela y… una cafetería. Que es como una casa, pero con pan.

La cocina de mentira estaba armada en el suelo del living. Una caja era la estufa. Dos cucharas de madera se convirtieron en palas mágicas. La tapa de una caja de té, en sartén. Las galletas de verdad estaban prohibidas (protocolo de juego).

—Hoy cocinamos sopa invisible con albóndigas de nube —anunció Ángela, levantando solemnemente una tapa imaginaria—. Pero cuidado, quema. Jimena se echó hacia atrás teatralmente. -¡Sí! Me quemé los sueños. —Eso pasa si no revolvés bien la esperanza —dijo Ángela, guiñando un ojo.

Hicieron tortitas de aire, ensaladas de hilo y decoraron un pastel con tapitas de gaseosa.

“Un menú hecho de caricias y perdón también alimenta”

— ¿Siempre jugaste así cuando eras chiquita? —preguntó Jimena. Ángela ascendió. —Y cuando era grande también. Pero después, todos a mi alrededor dejaron de jugar. Así que guardé mis cucharitas invisibles en un cajón. Hoy las saqué otra vez.

—Abuela —dijo Jimena con la boca llena de imaginación—, ¿podemos traer más cosas para jugar? Necesitamos platos y una silla para cada muñeca. Y tal vez… un menú.

—Un menú? -¡Si! Uno que tenga sopa de caricias, pastel de perdón y juguito de ternura. Mis amigas del cole van a querer venir. Somos una tribu. Y ninguna tribu deja afuera a sus muñecas.

Ángela tomó un lápiz y un papel. —Entonces vamos a necesitar más ingredientes. — ¿Dónde se compra la paciencia? —En el cuarto de mamá, en el cajón donde guarda los besos.

Ángela escribió como quien escribe una receta valiosa.

“Cuando alguien vuelve a jugar, también vuelve a vivir”

María Fernanda las observaba desde la puerta entreabierta. Vio la alfombra cubierta de cucharas, muñecas y manteles improvisados. Vio a Jimena reír con la panza. Vio a Ángela hacer ruidos de olla que hierve. Y por primera vez en días, sentí que el tiempo podía detenerse. O al menos, hacerse más blando.

Había algo en ese juego que era más que juego. Era una comida simbólica. Un acto de sanación. Un banquete para el alma.

Manual de Mamá para no Rendirse

"La imaginación no es una fuga: es una fábrica."
Hoy vi a mi hija cocinar con cucharas invisibles y servir esperanza en platos vacíos. Y entendí algo: el universo siempre responde a lo que creamos en nuestro mundo interno.

El juego no era juego. Era fe disfrazada. Si podés imaginar una mesa donde nadie se sienta solo, podés construirla. Si puedes imaginar una tribu que te abrace sin preguntas, podrás encontrarla.

La abundancia emocional no empieza en la billetera. Empieza en el alma.

Paso para no rendirse hoy:

Crea con lo que tengas. Servi lo bueno en platos simbólicos.

Y recordá: toda riqueza verdadera comienza en lo invisible.




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