“El amor de un padre puede llegar tarde, pero también puede aprender a caminar al lado del nuevo hombre en la vida de su hija”
Kafka fue el primero en notarlo.
Estaba sentado con dignidad sobre una de las alfombras recicladas del rincón de lectura, con una expresión que oscilaba entre el escepticismo filosófico y la sospecha callejera.
Cuando Juan Carlos entró al café esa mañana,
el perro dio un ladrido corto.
Como quien dice: "Hoy algo raro va a pasar."
María Fernanda no estaba. Carla le explicó que había salido a resolver un tema de proveedores y que volvería más tarde.
Juan Carlos se encogió de hombros, dejó una caja con libros infantiles en la estantería y se puso a organizar el rincón de los cuentos.
Kafka, en cambio,
siguió olfateando el aire
como si esperara a alguien
que no era su dueña.
“A veces, los fantasmas regresan con chaqueta de cuero y mirada inquieta”
A las 11:12 a.m., la puerta se abrió…
y él apareció.
Andrés.
Con esa chaqueta de cuero que parecía no haber evolucionado desde 2014,
el pelo más ordenado que sus intenciones
y la mirada inquieta de quien busca algo que ni él mismo entiende del todo.
Kafka soltó un gruñido bajo.
Juan Carlos lo entendió.
—Hola —dijo Andrés.
—Está ocupada —contestó Juan Carlos, sin levantar la voz ni la ceja.
—No vengo por ella.
Juan Carlos se incorporó, dejó el libro que tenía en la mano sobre la mesa y se acercó, despacio.
Kafka se puso entre ambos,
como una coma firme
entre dos frases que no deben unirse todavía.
“Los adultos pueden ser ejemplo o pueden ser caos. Depende de quién controle el tono”
Y entonces salió ella. Jimena.
Corrió hacia ellos con la mochila medio abierta y el lazo del zapato suelto. Cuando los vio, soltó una exclamación que partió el aire en dos.
—¡Están los dos! ¡Y Kafka!
Se tiró sobre el perro, lo abrazó
y luego repartió sonrisas como caramelos en cumpleaños.
—¿Vinieron a buscarme los dos?
¿Vamos a pasear todos juntos?
¡Como familia!
Los hombres se miraron.
Juan Carlos habló primero.
—Solo vine a dejar libros.
—Y yo solo vine a verte —dijo Andrés.
Y lo dijo mirándola directo a ella, no a Juan Carlos.
Jimena tomó a Kafka por la correa,
como si fuera el lazo mágico que mantiene todo unido.
“Las palabras de un niño no siempre son inocentes. A veces son sabiduría pura”
Caminaron los tres por la vereda, Jimena en medio, Kafka con el pecho inflado de importancia.
Juan Carlos y Andrés iban a los costados, sin hablar demasiado.
Hasta que, ya cerca del café, Andrés rompió el silencio.
—No vine por María Fernanda —dijo—. Vine por Jimena.
Juan Carlos se detuvo un instante. Lo miró de lado.
—No estoy aquí para reemplazarte. Pero tampoco pienso retroceder.
Jimena giró la cabeza sin dejar de caminar
y les dijo con total convicción:
"Ustedes no se peleen. Mamá dice que los adultos también deben aprender a compartir."
Kafka soltó un ladrido corto.
Nadie supo si fue risa o sentencia.
“Una familia no tiene que ser perfecta. Solo tiene que estar allí”
Cuando volvieron al café, Carla los recibió con una ceja levantada y una bandeja de galletas.
Juan Carlos se despidió con una caricia a Kafka y una mirada a Jimena.
Andrés se quedó unos minutos más, mirándola pintar una hoja con crayones.
Y en la esquina de la hoja,
sin que nadie se lo dijera,
Jimena escribió:
"Hoy vinieron mis dos casi papás. Y todos estuvimos bien."
Nadie dijo más.
Pero todos supieron
que ese día había cambiado algo.
Manual de Mamá para no Rendirse
Hoy aprendí que los niños no necesitan padres perfectos.
Necesitan presencia.
Necesitan adultos dispuestos a estar, aunque no sean los mismos.
Necesitan entender que el amor no es propiedad. Es acción.
Aprendí que no todas las batallas se dan con palabras.
Algunas se ganan con silencios respetuosos
y decisiones firmes.
Y aprendí que hay animales que tienen más sentido común que los humanos.
Gracias, Kafka.
Paso para no rendirse hoy:
Permítete sentir que tu hijo puede querer a quienes llegan después.
No te sientas menos por eso.
Sentite acompañada.
Porque tener apoyo no quita valor a tu lugar.
Lo multiplica.
Editado: 09.07.2025