Capítulo Decimal 39.6: Las madres también tienen madre

"A veces, quien más necesita un abrazo no es quien lo pide. Es quien ni siquiera sabe que puede"

La tarde tenía ese aire especial: ni frío, ni caliente. Ni triste, ni feliz.

Era neutra. Como esos días donde todo parece normal, pero dentro pasan cosas grandes.

María Fernanda estaba sentada junto a Ángela en el rincón del café, el lugar preferido de las dos para hablar sin prisas.

Jimena jugaba con Kafka, inventando una nueva historia sobre un perro detective que buscaba galletas perdidas.

Ángela sostenía entre sus manos una carta doblada, ya leída varias veces. Sonreía mientras la miraba.

"Las cartas pueden ser puertas. Y a veces, son la única forma de volver a casa"

—Es de mi hija —dijo, sin que nadie preguntara—. La de Canadá.

María Fernanda levantó la vista de su cuaderno rojo. No dijo nada. Solo escuché.

—Me envió una foto de ella con mi nieta. Dice que le habla de mí. Que le contó que tengo una especie de casa nueva, una tribu y una niña llamada Jimena que me enseñó a reír otra vez.

Ángela rio bajito, con los ojos brillantes, pero sin tristeza.

—Hace tiempo que no teníamos una conversación así. Cálida. Sin reproches por seguir aquí. Ella dice que quiere venir a visitar… que quiere conocer este lugar ya ustedes.

María Fernanda asintiendo. Sabía que aquello no era solo una noticia. Era una reconciliación silenciosa. Una puerta que se abriría después de años cerrada.

"No dejamos de ser hijas porque nos convertimos en madres. A veces, seguimos necesitando mimos... aunque nadie nos los dé"

—¿Y qué le dijiste? —preguntó María Fernanda. —Le dije que sí. Que Jimena le enseñará a dibujar casas nuevas.

Se quedaron calladas un momento, dejando que el sonido de sus risas luego llenara el espacio.

Después, Ángela miró a María Fernanda y le dijo:

—¿Sabes? A veces pienso que nos olvidamos de que somos hijas también. Pensamos que somos madres, esposas, trabajadoras, luchadoras… Pero pocas veces nos damos permiso para sentir que también necesitamos mimos, palabras buenas, incluso un regalo.

María Fernanda bajó la mirada. Se quedó pensando. Porque sí. Ella también lo había sentido. Esa falta de alguien que la cuidara, que le dijera "estoy orgullosa de vos" , "mira, te traje algo".

Todo eso le dieron ganas de escribir.

Así que sacó el cuaderno rojo, lo abrió por una página vacía y empezó:

Manual de Mamá para no Rendirse

"Las madres también tienen madre".
A veces no fue perfecto. A veces no supo cómo querer. A veces tuve miedo. Oh dolor. O ambas cosas.

Pero vos, igual que ella, también eres humana. Y eso no te hace menos valioso. Te hace real.

Si puedes, dile gracias por lo que hizo bien. Si no, dale gracias por lo que intenté. Y si no puedes hacer ninguna de las dos cosas… recuerda que vos también puedes ser esa madre para vos misma.

“Un dibujo hecho con crayones puede decirte más que mil terapias”

Jimena llegó corriendo, interrumpiendo el momento con su energía habitual. -¡Mamá! ¡Mira qué hice!

Le mostró un dibujo: tres mujeres tomadas de la mano. Una alta. Una baja. Una media. Las tres sonrientes.

—Esta eres vos —señaló—. Esta soy yo. Y esta es Ángela. Pero también podría ser la abuela que no tengo. O la tía que quiero tener. O la amiga que siempre está.

María Fernanda miró a Ángela. Ángela miró a María Fernanda.

Y sin decirlo, las dos entendieron lo mismo: Que a veces, la familia no viene hecha. Que a veces, la construye.

Que a veces, encontrar a tu madre es encontrar a alguien que, sin serlo, te quiere como si lo fuera.

Y eso, en el mundo de María Fernanda, era más que suficiente.

"Ser madre no significa dejar de ser hija. Significa aprender a nutrirte de nuevo"

Reflexión final:

No todas las madres reciben amor de sus propias madres. Pero todas pueden aprender a dárselo ellas mismas.

Porque ser madre no significa dejar de ser hija. Significa decidir quién será tu madre desde hoy. Y si no es ella… puedes serlo vos.