Manual de una mamá para no rendirse

Capítulo 6.5 – La Mujer del Delantal Bordado

"Algunas historias no necesitan cámaras. Solo recuerdos bordados en la piel"

Yolanda me lo dijo sin maquillaje. No en la cara, sino en la voz. Estábamos en el garaje, entre blusas colgadas con ganchos prestados y bolsas de ropa que parecían contener más historias que telas.

—¿Te cuento algo? —me dijo, como si fuera una pregunta retórica, como si su historia ya estuviera a punto de escaparsele de la garganta.

Yo asentí. Estaba cansada, con las ojeras colgándome como aretes, pero algo en su tono me hizo detenerme. Tenía esa mirada que tienen las mujeres cuando están por decir una verdad antigua. No una que leyeron en un libro, sino una que les creció en el cuerpo.

“Tu ropa puede estar rota, pero tu dignidad solo necesita ser recordada para seguir intacta”

—No tengo fotos de esa época. Porque no había con qué. Ni cámara, ni celular, ni nadie que creyera que yo merecía ser recordada.

Me quedé quieta. Ella continuó, sin pedirme permiso. Como si contar fuera una forma de seguir existiendo.

—Mi hijo tenía semanas de nacido. Yo tenía un colchón flaco, una maleta con ropa prestada, y una promesa que repetía como oración: "Vamos a estar bien, hijito". Yo trabajaba de noche en un minisúper. Esos que huelen a gas viejo ya leche cortada. El turno que nadie quería, el de los borrachos y las balas perdidas. Me lo dieron a mí, claro. Total, nadie me esperaba en casa.

Se acarició una muñeca como si le doliera el recuerdo.

—Tenía una sola camisa decente. Azul claro, con un bordado en el cuello que decía "Yola" . Me la ponía todas las noches, aunque a veces seguía mojada del lavado. La lavaba en el lavamanos. Con jabón que usaba también para bañar al niño. Esa camisa me sostenía, Fer. No era bonita, pero me hacía sentir... visible. No invisible como la mayoría de los días.

“A veces, una empanada caliente puede ser el primer paso hacia algo propio”

Miró hacia la puerta abierta del garaje, como si allá a lo lejos todavía vive esa mujer con el delantal húmedo y los sueños colgados como ropa sin secar.

—¿Sabes cómo empecé a salir de eso? Un día, una clienta me dejó cinco empanadas como propina. Me dijo: "Si te gustan, vendo más. O vendelas tú". Y las vendí. En el minisúper, luego en la esquina del hospital. Nadie me preguntó por mi pasado. Solo si estaban calientes. La comida no pide referencias.

Yo sonreí. Porque a veces la sobrevivencia tiene algo de ternura.

—Un día me compré otro uniforme. Luego un delantal. Lo borde con mis iniciales. Una mano. Fue la primera vez que me sentí dueña de algo mío. De mí.

La miré. No como se mira a una heroína. Sino como se mira a una hermana que caminó el mismo pantano.

"Las cosas rotas también tienen derecho a ser mostradas. Sobre todo, si sobrevivieron"

Y entonces sucedió algo inesperado. Fue hacia una bolsa, revolvió entre telas viejas y sacó una camisa azul. Rota en el cuello. El bordado casi borrado.

—Esta era. —Me la estás mostrando o me la estás regalando? —le preguntó, tocándola como si fuera una reliquia. —Las dos cosas. No la vendas. Colgala aquí. Donde todas vean lo que sobrevive.

La colgué. No como mercadería, sino como estandarte. Como bandera de las que no se rinden. De las que lavan su única camisa y aún así, salen a la calle con la frente sucia pero en alto.

Manual de Mamá para no Rendirse

Hoy aprendí que algunas historias no se escriben con tinta, sino con jabón barato y telas húmedas. Hay mujeres que no tienen fotos de su pasado, pero sí delantales con bordado propio. Escucha a esas mujeres. Son bibliotecas sin estantes.




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