Manual de una mamá para no rendirse

Capítulo 10.5 – Jimena también escucha

“Los niños no necesitan entender tu dolor para sentirlo”

No me gusta cuando mamá habla en susurros por teléfono. Porque siempre lo hace cuando creo que estoy dormida. Pero yo no estoy dormida. Estoy practicando cómo hacerme la dormida.

Eso lo aprendí sola. Lo de quedarme quieto. No te muevas ni un dedo, ni siquiera cuando me pica la pierna. Yo aguanto. Porque a veces es mejor no interrumpir.

Mamá se sienta en el sillón. Y habla bajito, como si sus palabras fueran frágiles. Dice cosas como "no llego al jueves" o "ya no sé qué más inventar" . Y a veces, se queda callada. Solo se le mueve el pecho como cuando se agita el agua en una botella tapada.

"Las mamás lloran hacia adentro. Pero eso no significa que no duelan"

Yo no entiendo todo lo que dice. Pero entiendo lo que le pasa. Porque las mamás, cuando están tristes, no lloran como los niños. Lloran para adentro. Como si tuvieran un charco en el estómago.

Un día quise decirle que no me importaba no ir a la excursión. Que no era tan grave. Pero no me animé. Porque si lo decía, ella iba a saber que yo sabía. Y entonces se iba a sentir peor. Porque las mamás creen que pueden engañarte con sonrisas, pero no saben que una aprende a leer la tristeza en sus espaldas.

Yo también escucho cuando dice "no puedo más" . Y pienso: yo tampoco puedo más de verla así.

A veces dibujo cosas feas solo para que me mire y me diga que qué raro dibujo. Porque cuando me mira, se le olvida que está triste.

“Los sueños de los hijos empiezan con palabras grandes y corazones aún más grandes”

Tengo un cuaderno secreto. Ahí añoto las cosas que no le digo. Escribe en mayúsculas para que parezca más importante.

Hoy escribí esto:

“CUANDO SEA GRANDE VOY A SER RICA Y COMPRARLE UNA CASA A MAMÁ PARA QUE NO TENGA QUE LLORAR EN LA COCINA NUNCA MÁS.”

Y después dibujé un corazón. Con dos camas y dos tazas de café adentro.

Manual de Mamá para no Rendirse

Hoy aprende que los niños no necesitan entender cada palabra para comprender cada herida. Y que a veces, cuando creemos que escondemos nuestras tristezas, ellos ya las tienen archivadas en sus cuadernos invisibles.

Tus hijos también escuchan. También anotamos. También resisten.




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