"Una tribu no se forma porque alguien lo anuncia. Se construye con heridas compartidas, palabras que duelen antes de sanar, y puertas que se cierran y vuelven a abrir"
Era una mañana lluviosa. El tipo de día que invita a quedarse bajo las sábanas, envuelta en café y pensamientos demasiado grandes para resolver antes del segundo espresso.
Pero ahí estábamos. Las cinco. O seis, contando a Carla con su bebé dormido al hombro.
No habíamos planeado reunirnos. No había agenda. Ni siquiera teníamos un menú completo en la cocina del café. Pero alguien había traído galletas. Otra té trajo. Y otra, solo silencio comprensivo.
Sentadas en torno a la mesa más grande, rodeadas de tazas medio vacías y risas intermitentes, entendí algo:
La tribu ya estaba formada.
"No todos los días son de abrazos. Algunos son de confrontaciones necesarias"
Pero también entendí otra cosa, más incómoda: No todos los días fueron así.
Hubo momentos en los que alguien llegó cargada de lágrimas y salió cargada de reproches. Hubo días en que Carla y yo discutimos por cómo manejar las finanzas. "Que sí, que no, que esto no era gratis, que ella tampoco tenía mucho, que no quería sentirse dependiente, que yo tampoco podía sostenerlo todo."
Ángela limpiaba migas invisibles de la mesa mientras hablaba: —Yo vine buscando trabajo. Me quedé por el abrazo que no sabía que necesitaba. Pero también me quedé por orgullo. Porque no quería volver a casa sola. Ni tener que explicarle a mis hijos por qué mamá volvió a fallar.
Carla asintiendo, ajustándose al bebé en el pecho: —Yo vine porque no podía pagar la guardería. Me fui con una red de apoyo y una receta de empanadas que mi suegra nunca me dio. Pero también me fui con culpa. Por dejar a mi hijo con desconocidos. Por no poder hacerlo sola.
Miré a Laura, que siempre llegaba con sus cuadernos llenos de ideas: —Yo vine buscando clientes. Me encontré con personas reales. Con historias que no querían venderse. Pero también aprendí que no todas las mujeres son buenas. Que algunas usan el dolor ajeno como moneda. Que incluso en una tribu, hay quienes vienen a robar energía y no a compartir.
Y luego estaba Mercedes, quien desde el principio nos ayudó con el garaje solidario: —Yo vine porque no quería seguir sola. Ahora no puedo imaginar mi vida sin este caos organizado. Pero también sé que no soy fácil. Que a veces soy distante. Que otras estoy demasiado presente. Que no tengo que ser perfecto, pero sí honesta.
Ninguna era perfecta. Ninguna tenía todas las respuestas. Algunas veces discutíamos. Hubo malentendidos. Incluso hubo días en que alguien no apareció. O en que llegaba cargada de lágrimas y frustraciones.
Pero siempre estábamos allí. Porque eso es una tribu: un lugar donde puedes ser imperfecta y aún así pertenecer.
"Los niños ven las cosas antes que nosotros. Incluso las emociones disfrazadas de dibujos"
Jimena entró corriendo, con Kafka tras ella, ladrando como siempre. -¡Mamá! ¡Ya dibujé nuestra casa nueva!
Me entregué el papel. Era un dibujo colorido, desordenado, feliz. Una gran casa con muchas ventanas, y una puerta enorme, abierta de par en par.
—¿Ves? —me dijo—. Esta es nuestra tribu.
Y sí. Tenía razón.
"Una tribu no se construye con planos perfectos. Se construye con paciencia, con gestos pequeños y con quienes no te dejan atrás"
La tribu no se construye con recursos infinitos. Se construye con pequeños gestos. Con paciencia. Con presencia. Con mujeres que deciden no dejar a ninguna atrás.
Incluso en los días en que alguna se equivoca. Incluso en los días en que el café se acaba antes de tiempo. Incluso en los días en que nadie habla, pero todos están presentes.
"A veces, el mayor descubrimiento no es el lugar. Es saber que perteneces a un grupo que te ve, te escucha y no te juzga"
Esa mañana, mientras la lluvia golpeaba suavemente el techo del café, entendí algo que llevaría escrito en el alma por mucho tiempo:
No estamos solos. Solo tenemos que recordarlo.
Editado: 09.07.2025