“El café puede oler una esperanza, pero también recordarte lo que aún no has sanado”
El café olía a esperanza, pero también a facturas atrasadas. Era un jueves por la mañana, y la mesa larga del fondo estaba ocupada por la tribu:
Carla con su termo de té.
Laura garabateando en su cuaderno.
Mercedes amasando una idea loca sobre un pan con sabor a nostalgia.
Yo, María Fernanda, intentaba sonreír mientras servía un expreso, pero mi cabeza estaba en otro lado.
Andrés había venido tres veces esa semana. Cada visita con un gesto pequeño: un helado para Jimena, un cuaderno de dibujos, una promesa de "estar más presente".
Pero cada gesto me pesaba como una piedra en el pecho.
“A veces, los hijos dibujan familias que tú no sabes cómo explicarles”
Jimena estaba en el patio, jugando con Lola y un puñado de tapas de botella que ahora eran "medallas de valentía". La miré desde la ventana, preguntándome cómo explicarle que las promesas de un papá no siempre se cumplen.
Entonces Carla me sacó de mi trance. —María Fernanda, ¿qué pasó? Tienes cara de quien perdió una apuesta con el universo.
Solté el trapo con el que limpiaba la barra y me senté. Les conté sobre Andrés, sobre cómo sus visitas me hacían dudar. ¿Y si Jimena se ilusionaba demasiado? ¿Y si yo lo dejaba entrar solo para terminar con el corazón roto otra vez?
Mercedes, con harina en las manos, habló primero. —Querida, no puedes proteger a Jimena de todo. Pero puedes enseñarle que el amor no es perfecto. A veces, es solo alguien que lo intenta.
Laura asintiendo, garabateando un corazón torcido en su cuaderno. —Y si no funciona, tienes a la tribu. Pero no cierres la puerta por miedo. Eso también duelo.
"Un dibujo puede decir más que mil palabras. Sobre todo si viene firmado por una niña"
Esa noche, en casa, Jimena me mostró un dibujo: ella, yo y Andrés, con Lola en el centro, todos tomados de la mano.
—Mamá, ¿papá va a vivir con nosotras algún día? —preguntó, con esa inocencia que corta como tijera nueva.
No supe qué decir. Tomé el cuaderno rojo y escribí:
Manual de Mamá para no Rendirse
A veces, el amor de una hija te pide que abras la puerta, aunque tiembles. Pero no tienes que dejar entrar a todos de una vez. Un paso pequeño es suficiente, mientras sea honesto.
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