Manual de una mamá para no rendirse

Capítulo 35.5: El peso de los granos

“A veces, el café pesa más que el corazón”

El café estaba más vacío de lo normal. Era martes, y los clientes habituales parecían haber decidido que el sol de hoy era mejor para quedarse en casa. Yo limpiaba la barra, contando las monedas en mi cabeza:

  • El alquiler del local.

  • La factura de la luz.

  • El proveedor de café que había subido los precios sin avisar.

El sueño de "Café y Tribu" empezaba a sentirse como un castillo de naipes en medio de un ventarrón.

"Los refugios también necesitan apoyo. Sobre todo si están hechos de palabras, no de cemento"

Juan Carlos entró con una caja de libros usados, su sonrisa de siempre un poco más apagada. —Traje unas novelas de segunda mano. Pensé que podríamos venderlas a precio de abrazo. Pero... ¿estás bien, María Fernanda?

No lo estaba. La noche anterior, había encontrado una nota del banco en el buzón: un recordatorio de que el préstamo para el café tenía un pago pendiente.

Intenté sonreír. Pero mi cara no obedece.

—Es el café, Juan Carlos. No sé si lo estoy haciendo bien. Hoy vinieron cinco personas. Cinco. Y el proveedor dice que no puede esperar más por el pago.

Juan Carlos dejó la caja en el suelo y se sentó frente a mí. —Esto no es solo un café. Es un refugio. Pero los refugios también necesitan cimientos fuertes. ¿Has pensado en pedir ayuda a la tribu?

Quise decir que no. Que yo podía sola. Pero la verdad era que no podía.

"Pedir ayuda no es caer. Es reconocer que hay viento en la montaña rusa"

Llamé a Carla, a Mercedes ya Laura. Nos sentamos en la mesa larga, con Kafka durmiendo bajo una silla y un termo de café instantáneo que nadie tocó.

Les conté todo: los números rojos, el proveedor, el miedo de que el sueño se derrumbe antes de empezar.

Carla fue la primera en hablar. —Podemos organizar un evento. Algo pequeño, como un taller de escritura para mamás. Cobramos una entrada simbólica, y yo me encargo de la publicidad en el grupo de WhatsApp.

Mercedes añadió: —Y yo puedo hornear más pan. Gratis para los que vengan al evento. La gente no resiste el olor a pan recién hecho.

Laura, con su cuaderno lleno de ideas, dibujó un cartel en cinco minutos:

"Café, cuentos y abrazos: un día para mamás que no se rinden."

Estaba cursi… pero funcionaba.

"Cuando el susto llega, la tribu responde. Aunque sea con migas de pan y palabras honestas"

Esa noche, mientras Jimena dormía con Lola abrazada, abrí el cuaderno rojo. Escribí:

Manual de Mamá para no Rendirse

Hoy aprendí que el sueño pesa más que las deudas. Pero no estás solo para cargarlo. Pide ayuda, aunque te tiemble la voz. La tribu siempre responde.

Al final de la semana, el taller fue un éxito pequeño pero real. Diez mamás vinieron. Algunas con niños que correteaban mientras ellas escribían cartas a sí mismas.

No resolvimos toda la deuda. Pero pagamos al proveedor. Y una desconocida de pelo corto y ojos cansados ​​dejó una nota en la barra:

"Gracias por el café. Y por el silencio que no juzga."

Lola, desde la mesa, parecía mirarme con su sonrisa torcida de marcador. Y yo, por primera vez en días, sentí que el castillo de naipes podía resistir un poco más. Que tal vez… solo tal vez… el viento hubiera amainado.




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