“A veces, ver a alguien más sentarse donde vos te hiciste pedazos también te reconstruye”
El sol se colaba por las ventanas del café, iluminando el cartel torcido de "Café y Tribu" . Habíamos sobrevivido dos meses, pero cada día era una carrera contra el tiempo y las facturas.
Yo, María Fernanda, estaba detrás de la barra, intentando no calcular cuánto nos faltaba para el próximo pago del alquiler.
Juan Carlos ordenaba libros en una esquina, mientras Ángela enseñaba a Jimena a hacer "tortitas de aire" con telas viejas.
Todo parecía en orden. Pero mi corazón latía como si supiera algo que yo aún no entendía.
“No todas las preguntas son sobre café. Algunas son sobre descanso”
Entonces entró una mujer nueva, con una niña de la mano y una mirada cansada. Pidió un café, pero se quedó mirando el espacio como si buscara algo más.
—¿Es cierto que aquí las mamás pueden... no sé... descansar? —preguntó, casi en un susurro. Asentí, señalando la mesa larga. —Aquí no solo servimos café. Es un lugar para respirar.
Se sentó, y su hija corrió a jugar con Jimena. Al rato, la mujer, que se presentó como Sofía, empezó a hablar. Contó que su marido trabajaba fuera de la ciudad. Que estaba sola con su hija. Que a veces sentía que se ahogaba.
Las palabras salieron como un río. Y la tribu —Carla, Mercedes, Laura— escuchó sin interrumpir.
“Un agradecimiento pequeño puede mover montañas. O al menos, mantener la cafetera caliente”
Cuando se fue, dejó una nota en la barra:
"Gracias por el café. Y por el silencio que no pesa."
Ese gesto me recordó por qué había empezado. Pero también me hizo darme cuenta de algo importante:
El café no podía depender solo de mí.
Necesitaba que la tribu diera un paso más. Uno que no fuera de visita. Sino de propiedad emocional compartida.
“Emprender no es cargarlo todo. Es saber quién puede ayudarte a sostenerlo”
Esa noche, reuní al grupo. Propuse algo loco: que cada una asumiera una parte del café.
Carla se ofreció a manejar las redes sociales.
Laura a diseñar carteles.
Mercedes a liderar los talleres de pan.
Yo seguiría siendo la cara del lugar. Pero no la única que cargara el peso.
Manual de Mamá para no Rendirse
Hoy aprendí que un sueño no crece solo con tus manos. Déjalo en las manos de quienes también creen en él. Verás que las grietas se convierten en raíces.
Porque a veces, lo que parece un agujero en el piso termina siendo el lugar donde empiezas a construir algo más fuerte.
Paso para no rendirse hoy:
Identifica una tarea que te esté rompiendo. Compartila. Permite que otros la lleven contigo.
Porque el amor colectivo también se mide en kilos de responsabilidad compartida. Y en el calor de una taza que, aunque sea vieja, siempre vuelve a llenarse.
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