"A veces, el peor momento para que alguien te vea es justo cuando necesitas que te vea."
7.1: El lunes como sentencia: Cuando el mundo se impone antes del amanecer.
El lunes no amaneció. Se impuso.
Como una factura vencida que ya no puedes ignorar. Como el silencio de Jimena al decir "no quiero ir a la escuela". Como el peso del señor Benítez, que ya no era una amenaza, sino una sentencia en marcha.
Había dormido dos horas. Quizás tres. El tipo de sueño interrumpido donde nunca descansas realmente. Donde cada vez que cierras los ojos, tu cerebro te recuerda todos los problemas que esperan en la mañana.
El alquiler: cuatro días para el desalojo. La luz: aviso final de corte. Jimena: diciendo que no quiere ir a la escuela después del incidente de la directora. El garaje: lleno de ropa que no se vende lo suficientemente rápido. Yo: desmoronándome en cámara lenta.
7.2: Y en medio del naufragio, él llamó: Cuando la vida te manda señales con perro incluido.
Y en medio de ese naufragio, él llamó a la puerta.
Acabábamos de regresar de dejar a Jimena en la escuela. Yo estaba en pijama todavía. Cuando escuché el sonido.
Toc toc toc.
Abrí la puerta. Solo una rendija. Con la cadena puesta.
—Hola —dijo, con una sonrisa que me recordó que aún tenía hormonas… y heridas—. Soy tu nuevo vecino. Me llamo Juan Carlos. Esto —levantó la caja— es café. Y esto —señaló al perro— es Kafka.
No con flores. No con discursos. Con una caja, una planta medio muerta y un perro salchicha con cara de abogado penalista.
Kafka me miró como si ya supiera todos mis pecados.
Y yo, con la blusa al revés y el labial corrido, sentí que el universo me estaba humillando con elegancia.
"El amor puede tocar a tu puerta disfrazado de vecino, perro y café derramado… y eso duele más que la soledad."
7.3: Lo invité a pasar: Cuando la desesperación se disfraza de hospitalidad.
Lo invité a pasar. No por hospitalidad. Por desesperación disfrazada de cordialidad.
—Perdón el desorden —dije, quitando la cadena y abriendo la puerta completamente.
Desorden era quedarse corto. El apartamento parecía zona de guerra. Juguetes por todos lados. Ropa sin doblar en el sofá. La trapeadora empapada en el pasillo.
Y yo. Yo en pijama de franela con agujeros. Con el pelo en una coleta desastrosa. Con calcetines desparejados. Una negra. Una gris.
—No te preocupes —dijo Juan Carlos—. He visto peor.
Mentía. Obviamente. Pero era una mentira amable.
7.4: El café se derramó: Cuando el universo te humilla con elegancia.
Juan Carlos se movió para dejar la planta en el mostrador. Kafka se interpuso en su camino. Juan Carlos tropezó. La caja voló de mis manos.
La caja se abrió en el aire. Café en grano volando como confeti oscuro. La planta salió disparada y la maceta se estrelló contra el piso. Tierra por todas partes. Kafka ladró como si narrara una tragedia griega.
Y entonces, como si el destino quisiera recordarme que ya no controlo nada, el café se derramó.
Yo me agaché a recoger los restos, con las manos temblorosas y los ojos secos de tanto contener el llanto.
—Estoy bien, ¡estoy bien! —dijo Juan Carlos, levantándose con dignidad a medias.
—No era tu café —respondí, con una risa forzada—. Era tu bautismo como vecino. ¡Bienvenido al caos!
Nos reímos. Pero por dentro, yo me deshacía.
7.5: Él me había visto: Cuando la vulnerabilidad se convierte en desnudez.
Porque él me había visto.
Había visto mi apartamento: un campo minado de juguetes, zapatos y una trapeadora empapada en el pasillo.
Había visto mis calcetines rotos. Uno negro. Uno gris.
Había visto mis ojeras de guerra. Profundas. Oscuras.
Había visto mi coleta torcida.
Había visto la factura de la luz sobre la mesa con el sello rojo de "VENCIDA".
Había visto mi vida sin filtros. Sin Instagram. Sin la versión editada que mostramos al mundo.
Y lo peor no era eso. Lo peor era la pregunta que no se decía, pero que flotaba en el aire:
¿Y si ahora me ve como una carga… y no como una mujer?
7.6: Mientras limpiábamos el desastre: Cuando las palabras pesan más que el café derramado.
Mientras limpiábamos el desastre, Juan Carlos mencionó, entre trapo y trapo, que había trabajado en una librería de viejo, que había sido bibliotecario escolar, que leía poesía en voz alta para conquistar.
—¿Poesía en voz alta? —pregunté—. ¿Eso funciona?
—Tiene un treinta por ciento de efectividad. Pero un cien por ciento de valor literario.
Mi mente, siempre buscando conexiones con mi sueño, registró la palabra "librería".
Pero en lugar de ilusión, sentí miedo.
Porque si él entendía mi sueño… entonces también entendería cuánto he fallado al no poder construirlo.
—Porque... porque yo también quería tener una librería. Una cafetería-librería. Pero nunca pude.
—¿Nunca pudiste o nunca lo intentaste?
—Las dos cosas. Intenté. Ahorré. Y luego... bueno, luego la vida pasó.
—La vida no pasa. La vida es lo que hacemos mientras creemos que está pasando. Y todavía tienes tiempo.
7.7: Y justo en ese momento, Jimena entró: Cuando tu hija expone tu vida en una pregunta.
Y justo en ese momento, Jimena entró como un huracán:
—¡MAMÁ, LA SEÑORA DE LA PAPELERÍA ME DIO UN SOBRE PARA TIIII…!
—¡Ah, hola! ¿Eres el nuevo novio de mi mamá?
Juan Carlos se atragantó con el café. Yo quise evaporarme.
—Jimena, por favor...
—Es que mami no tiene novio desde hace mucho tiempo y la abuela dice que necesita un hombre y...
—¡JIMENA!
Juan Carlos, para su crédito, se rio.
—No soy el novio de tu mami. Soy Juan Carlos, el vecino nuevo. Y este es Kafka.
Jimena miró al perro con los ojos brillantes.